El de la propiedad intelectual sobre el desarrollo genético de semillas es un debate que nunca se aplaca en el sector agropecuario. Hace años que empresarios y dirigentes insisten en que el actual marco normativo no incentiva la inversión y que debe tomarse cartas en el asunto sobre todo respecto a las variedades autógamas, como lo son el trigo y la soja.
No hay nada nuevo en ese debate, que hasta ahora está estancado, mientras se concreta el desguace del Instituto Nacional de Semillas (Inase), organismo de aplicación de la Ley de semillas vigente desde 1973. Esa misma ley que muchos tildan de “desactualizada” y que se espera sea reemplazada más temprano que tarde.
Lo novedoso es escuchar cómo se vive esta situación desde dentro del sector empresario, y particularmente en los laboratorios. Y es que al respecto se expresó la ingeniera agrónoma y doctora en ciencias agropecuarias Josefina Demicheli, que advierte por la fuga de talento joven y el poco impulso que hay para agregar valor en genética vegetal.
Tras su paso por la investigación en el ámbito público, dentro de la Facultad de Agronomía de la UBA, Josefina hoy se desempeña como “breeder” -es decir, creadora de variedades- de girasol confitero en Argensun Foods.
Por eso es que tal vez le generó un particular asombro el reciente descubrimiento en el seno del Instituto de Investigaciones en Ciencias Agrarias de Rosario (Conicet), donde constataron que ciertas líneas de girasol completan la primera etapa de la apomixis con éxito. Eso podría sentar las bases de la reproducción asexual de este cultivo, que hasta ahora siempre se comportó como un híbrido, al igual que el maíz.
“Cuando me compartieron la nota, la leí y dije, ´wow, esto es un avance espectacular´, y lo segundo que pensé fue que, si esto sucede, yo me quedaría sin trabajo”, se sinceró la investigadora, que habló del caso en su exposición durante la última edición de Argentina Visión 2040, el evento solidario anual que reúne a empresarios, investigadores y referentes del sector agropecuario.
El caso del girasol es aún anecdótico, porque se trata de un descubrimiento que recién da sus primeros pasos. Pero, en el fondo, reaviva una discusión ya presente en los cultivos de soja y el trigo, que por sus características genéticas pueden resembrarse si se guardan semillas tras cada cosecha y no exigen al productor la compra de bolsas a las empresas.
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En concreto, la preocupación es que, así como está planteado el marco normativo hoy y sin definiciones en materia de propiedad intelectual, no se reconocen los avances en la investigación ni hay incentivo a seguir profundizando.
Pero hay ahí un debate que enfrenta a productores con las firmas de genética. Nadie quiere empezar a pagar por la soja o el trigo que hoy puede resembrar sin problemas, pero del otro lado las empresas sostienen que, si no es por la venta de híbridos como maíz y girasol -que no permiten ese proceso- su negocio no es rentable. La idea de motorizar una nueva Ley de semillas es encontrar una salida a esa encrucijada.
“Tenemos un marco regulatorio que no cuida muy bien el trabajo que hacemos los breeders, año a año y día a día, para poder conseguir germoplasmas que sean superadores”, afirmó Demicheli, que considera que eso es lo que hace a la fuga del talento hacia otros países.
Un claro ejemplo es cómo muchas empresas argentinas llevan a cabo sus programas de mejoramiento de soja o trigo fronteras afuera, como Brasil o Estados Unidos, para que sea reconocida su licencia.
Y, además, eso tiene su efecto a nivel productivo, porque no hay en el sector privado un atractivo para proponer nuevos desarrollos acordes a cambios en el clima o adaptados a otras regiones. Todo queda en manos de organismos públicos, como lo es el INTA, que encima son hoy el blanco de la motosierra gubernamental.
¿Entonces la salida está sólo en el Congreso? La respuesta es no, asegura la investigadora que, consultada por Bichos de Campo al respecto, observa que también le cabe una responsabilidad a la ciencia y al sector académico.
En ese sentido, Demicheli llama a hacer una “autocrítica” dentro de ese campo y a darle un mayor impulso a los proyectos de aplicación, con un impacto medible y real que permita trabajar en tándem con el sector empresarial.
“Falta una cooperación más clara o más sincera con el sector académico, donde hay mucha investigación de ciencia básica pero se necesita más aplicada”, expresó, pero aclaró que eso de ninguna manera debe implicar que se le reste importancia a la investigación por el conocimiento mismo -que es la ciencia básica-, porque es lo que ha permitido lograr importantes avances en ámbitos inimaginables.
Tal vez la palabra que lo defina sea “equilibrio”. Si hay más ciencia en contacto con el mercado, opina la investigadora, probablemente se le dé el lugar que merece y haya además un mayor atractivo para que las cabezas jóvenes formadas en el país se queden.
En ese complejo escenario también se abren oportunidades. No es casualidad que haya crecido enormemente el universo Agtech, desde donde se generan nuevos recursos y herramientas todo el tiempo, a la par de nuevos puestos de trabajo, orientados a la aplicación de soluciones tecnológicas y la innovación.
Talento para aprovechar eso sobra, considera Josefina, que también llama a ampliar el horizonte del empleo en el agro. “Necesitamos no solo ingenieros agrónomos, sino también analistas de datos, biotecnólogos, desarrolladores y programadores, profesiones en las que los referentes son los jóvenes”, aseguró.