Él se llama Manuel Eleodoro Malone (39) y se emociona al contar que un día decidió tomar la posta del antiguo oficio de sus abuelos, la elaboración artesanal de chacinados y embutidos, en el mismo local donde aquellos habían tenido una carnicería.
Manuel nació y vive en un pintoresco pueblo de 1900 habitantes llamado Facundo Quiroga, ubicado a 58 kilómetros al sur de la ciudad de Lincoln (donde encontramos a este emprendedor), pero dentro del partido de 9 de Julio, en la provincia de Buenos Aires.
Manuel es tan contundente, entusiaste y verborrágico, que mejor, dejémoslo a él contar su propia historia:
“Uno de mis abuelos tenía ocho hermanos. Eran muy pobres. Iban al matadero del pueblo a buscar achuras para poder comer. Después empezaron a repartir carne a las estancias. Mi tía siempre cuenta que cuando eran chicos, con mi padre, los envolvían con frazadas y los sentaban en los carros en los que llevaban la carne, y los caballos iban solos. Ella me sigue tejiendo chalecos como se los tejía a sus hermanos y a su padre”, relató.
“Desde 1970 llegaron a tener tres carnicerías, mis dos abuelos y un tío, porque en Quiroga había más gente que ahora. Eran muy buena gente, muy queridos, y hasta hoy llega gente al local con hermosas anécdotas de ellos. Después, cuando se cerró el matadero municipal, se fue perdiendo el negocio de la carnicería y uno de los locales quedó en manos de mi padre, Julio. Él lo fue transformando en un centro de compras, pero no daba la ganancia necesaria”.
“Entonces, para los fines de semana, me puse a vender fiambres y embutidos que comprábamos a terceros, porque mi viejo decía que era mucho trabajo hacerlos. Mientras, yo criaba algún chancho en una quinta. Y empecé a pensar que yo podía elaborar mis propios chacinados y embutidos como lo habían hecho mis abuelos”.
“Un día decidí meterme en el corral para carnear, yo solo, una chancha de 200 kilos. La desposté, la trocé y me la fui llevando a la cámara, de a pedazos. Al otro día le pedí una cuchara sopera a mi vecina Maruca y le puse un poco de cada condimento y armé mis primeros chorizos, en 2006. Utilicé recetas de mis abuelos que estaban en papeles amarillentos, y de gente que luego me fue compartiendo sus experiencias. Quería recuperar un legado familiar y perpetuarlo. Ahí nació mi sueño que más tarde se haría realidad”.
“En 2008 hice mi primer curso breve de elaboración de embutidos y salazones en Iseta (Instituto Superior Experimental en Tecnología Alimentaria), donde aprendí la parte técnica. Luego vino la experimentación, de pasar de la teoría a la acción. Ahí nomás se nos ocurrió la marca para los chacinados: Los Abuelos, fiambres de campo, y la leyenda: ‘Chacinados y fiambres, cuidados desde el origen’”.
“El color violeta del fondo de los banners se debe al color del Club Atlético Quiroga, donde mi abuelo materno Héctor Albino y su esposa María Anselmi trabajaron durante años en la cantina armando mesas de picadas con vermouth en la vereda y hasta en la calle del club”, rememora Manuel.
Y prosigue: “Hablé con mi padre y le pedí el local por dos años. Le comenté que quería producir fiambres y embutidos con un objetivo claro: proyectar ventas fuera de él para no seguir el derrotero de un negocio que pretendía sacar dinero de la gente de nuestro pueblo, cuyo salario se depreciaba y el pueblo se achicaba. Pero yo me comprometí a que, si el emprendimiento no funcionaba en dos años, le devolvería el local”.
“Al final fueron muchas idas y vueltas y nuestra empresita nacería recién en 2018. Porque de 2009 a 2013 trabajé en una fábrica de quesos. En 2014 entramos al local y empezamos a trabajar, pero una tormenta nos voló los techos. Eso nos deprimió mucho y tardamos un año y medio en volver a armar todo. Recién en 2018 pudimos implementar el emprendimiento por completo, como queríamos”.
“Así fue como, junto a mi señora, Febe Jara, con la que llevamos 14 años de casados, tenemos dos hijos, y es de fierro, porque trabajamos codo a codo en esto, fundamos este emprendimiento familiar”.
“Nuestro primer capital de inversión fue el insignificante dinero que nos dio la tía Lali por haberle cortado el pasto de su casa. Fuimos albañiles, electricistas, pintores, plomeros, contadores y hoy somos elaboradores, distribuidores y vendedores”.
“Recuerdo que en 2018 compramos media res de cerdo, de 46 kilos, con plata que me prestó mi papá, y elaboramos nuestros primeros 15 kilos de chorizos secos. Y a esperar que maduraran de modo artesanal, que se deshidrataran por más de 20 días. Mientras los chorizos estaban en proceso de madurado llamamos a algunos potenciales clientes, conocidos, y les avisamos que habíamos empezado a elaborar. De ahí en más, nunca paramos de fabricar y vender”.
“Durante el primer año nos capacitamos muchísimo. Hicimos cursos y visitamos fábricas. Queríamos que nuestro producto se diferenciara del resto de la industria, volver a la técnica ancestral de nuestros abuelos, a cuidar el producto desde el origen, a esperarlo y darle el tiempo que se merece”.
“En lo que respecta a la elaboración, mantenemos la tradición y tiempos de picado, condimentado, embutido y secado. Usamos ajo y vino blanco o tinto, dependiendo de la receta. Molemos la pimienta al momento de condimentar. Usamos siempre tripa natural en todos los productos que embutimos”.
“Fuimos creciendo y poniendo todo de nosotros: tradición, calidad y experiencia. Luego, pudimos comprar una amasadora de 160 kilos, una picadora número 42 de 5,5 HP, que pica 800 kilos por hora, y una envasadora de campana. Teníamos una embutidora manual de 7 kilos y ahora tenemos una neumática de 75 kilos. De este modo, duplicaremos nuestra producción”.
“Tenemos jamones con un año de estacionamiento, y bondiolas y lomos, con un mínimo de tres 3 meses. Envasamos al vacío y desde hace un tiempo, empezamos a vender bondiola, lomo y jamón, feteados, en envases de 100 gramos. La idea siempre fue poder cerrar el círculo criando nosotros mismos nuestros cerdos, pero por ahora logramos tener trazabilidad comprando a una cooperativa de productores porcinos”.
“Hoy pasaron 4 años y nos encontramos muy felices de poder seguir trabajando en lo que aquella vez imaginamos y soñamos. Formamos un hermoso equipo de trabajo, y de esos 45 kilos de cerdo, hoy trabajamos 3 toneladas y media al mes. Siempre decimos que nuestro producto está hecho con amor, sudor y lágrimas”.
“La sensación de ser un emprendedor es algo único, pero es difícil de explicar, porque la idea que uno desarrolla en su cabeza es hermosa, pero de ahí a poder implementarlo y llevarlo a cabo es muy difícil. Este país te cambia las reglas de juego constantemente. Uno como emprendedor, arriesga todo. Las herramientas del emprendedor siempre están al alcance, en los programas estatales para emprendimientos, pero no es fácil concretar”.
“En la pandemia me traje a mi abuela de 84 años a vivir a Quiroga. Está chocha de la vida y hasta nos ayuda con las cuentas en nuestro local”.
Manuel dice que toda la historia de este emprendimiento que hoy no tiene techo empezó por la necesidad de ganarse el pan y que “haberlo logrado, no es poca cosa”.
Pero ese elemental objetivo, hoy queda como una hormiguita frente a la gigantesca idea que pensó al principio: producir algo que se pudiera vender sin límites, afuera de su pueblo, para inyectar divisas en él y generar fuentes de trabajo. Ese logro es el que todos los jóvenes de los pueblos deberían imitar, en el rubro que deseen.