El lanzamiento de una segunda etapa del plan Impulso Tambero, que pagaría recién dentro de más de un mes una nueva tanda de subsidios o compensaciones por el bajo precio de la leche a los establecimientos de hasta 7.000 litros diarios, es finalmente una admisión de que el negocio no está funcionando bien, pues muchos pierden dinero produciendo. ¿Por qué se llega a esta situación y qué viene hacia adelante?
Más allá de las diferencias o la falta de acuerdo del sector sobre temas que hacen a las bases del vínculo entre tambos e industrias, como el acceso al pago por calidad de leche cruda, la gran deuda que arrastra la lechería desde hace muchas décadas es la falta de políticas adecuadas. Sin importar el signo político,un país que fue líder hoy ve pasar las oportunidades que el mundo presenta.
Esta gestión, desde el 10 de diciembre de 2019, se recordará como la que nada hizo por la lechería. No vale decir que el Impulso Tambero fue una gran medida. Es en realidad una compensación ínfima para los tambos de menos producción, que se pagó tarde y después de un daño enorme causado en el sector por los sucesivos dólares soja.
Esto fue lo único que se hizo en un gobierno que cambió de ministros de Agricultura, que los degradó a secretarios, pero sobre todo que se encargó de reponer en el cargo de la Dirección Nacional de Lechería a un funcionario (por Arturo Videla) que no había dejado buenos recuerdos entre 2009 y 2015, pero que en estos últimos años fue silenciado y apartado de cualquier tipo de decisión.
La mayor vergüenza lechera se transita frente a la Federación Internacional de Lechería, que cuando en octubre celebre su congreso mundial en Chicago, Estados Unidos, le cerrará en la cara la puerta a la Argentina por muchos años. Los motivos son claros, la toma de un compromiso de pago de la cuota anual de 49 mil euros, si se condonaba la deuda pendiente, hecho que se concedió y luego se optó por dejar de responder los requerimientos de una entidad que celebra 120 años de historia.
La membresía no es solo un sello, sino que nos deja afuera de regulaciones, avances científicos, estudios internacionales, nos relega de todo, mientras por ejemplo Ruanda, que acaba de asociarse podrá tener esos avances a disposición.
“No hay dólares, no hay un peso”, decía recientemente el subsecretario de Ganadería de la Nación, José María Romero, en referencia a no poder cumplir con el compromiso que él mismo tomó en diciembre frente al presidente de la FIL, Piercristiano Brazzale, junto al secretario Juan José Bahillo.
Llamativamente el titular de Agricultura consiguió que en marzo se designe a su hijo Manuel como secretario de Embajada y cónsul de Tercera Clase, por lo tanto para eso pareciera que si hay moneda extranjera disponible.
También hay fondos para pagar los sueldos de los dos hijos del propio “Cacho” Romero, en un claro caso de nepotismo que días atrás contaba Bichos de Campo. Dicen en la avenida Paseo Colón que a la hija no se la ve en el tradicional edificio cumpliendo funciones y que ni tendría email oficial habilitado.
El estado de descomposición es evidente. Pero no hay mucho que prometa que cuando un nuevo Ejecutivo asuma las cosas puedan cambiar.
En las últimas horas se supo que Sergio Massa -el candidato del oficialismo- sumó como asesor al dos veces ex titular de Agricultura, Julián Domínguez. Quien estableciera la creación de la Subsecretaría de Lechería en su primera gestión de 2009, nunca hizo mucho más por el sector que meterse en su reciente gestión en la facilitación de vínculos para los “amigos del Gobierno”, en varios de los intentos por quedarse con SanCor.
Y de ser la oposición más numerosa, y quedarse finalmente con la elección, el destino del sector no promete ser mucho mejor.
Ya se lo vio y escuchó al ex secretario de Agricultura del macrismo, Ricardo Negri, tratar sobre cómo estuvo pensando en el sector agropecuario en estos años. Dicen que sería él quien llegue a la cúpula de la cartera. Se puede recordar su declaración de septiembre de 2016, entre inundaciones y crisis que llevaron a tener que pagar compensaciones, en las que destacaba “Argentina tiene también otras prioridades”, marcando que el tema lechero quedaría sepultado, porque hablaba de gestionar financiamiento que nunca llegó.
Incluso luego de su salida del Ministerio se le pedía a la industria que por favor “ahora que el dólar está a 28 pesos salgan a exportar”, sin facilitar nada.
Pero esto no es lo más saliente. Lo que se estuvo escuchando en los últimos eventos lecheros de la voz de su protagonista es que “si ganan Horacio o Patricia yo vuelvo”. Es Alejandro Sammartino quien se entusiasma con la posibilidad de volver a ser director de Lechería.
Recordado en el sector por sostener a Roberto Socín, heredado de la gestión kirchnerista para poder poner en marcha al Sistema Integral de Gestión de la Lechería, que había organizado Arturo Jorge Videla antes de termina su gestión, pero sin muchas más políticas estratégicas que hagan que productores o industriales lo aclamen para tal lugar.
Ya pasó con Videla. La segunda etapa no fue buena y nada indica que en este caso se revierta la tendencia.
La lechería tiene espacios de trabajo como FunPEL o las propias entidades tradicionales, donde se puede debatir de aquí a diciembre la necesidad de estrategias políticas para los próximos cuatro años, donde se incluyan puntos clave, pero también propuestas de nombres con consenso del sector.
No son muchos los disponibles, pero permitirían generar el “lobby” que definitivamente necesita el sector para salir del tope de los 11 mil millones de litros anuales y pasar mucho más allá del 25% de las exportaciones, fortaleciendo al mismo tiempo la producción y el consumo interno.