Manuel Parada tiene 38 años y dice que ya no hay jóvenes menores a su edad que se dediquen a su oficio, el de criancero de chivos y trashumante, en el noroeste neuquino. Define la Wikipedia: “La trashumancia se define como un tipo de pastoreo en continuo movimiento, adaptándose en el espacio a zonas de productividad cambiante. Se diferencia del nomadismo por tener asentamientos estacionales fijos y un núcleo principal fijo -un pueblo- del que proviene la gente que la practica”.
Manuel nació es Tricao Malal a 50 kilómetros al norte de Chos Malal, bien al norte de Neuquén, cerca de la Cordillera de los Andes. Luego, se crió –y es adonde hoy vive- en un campo de 800 hectáreas, en Las Cortaderas, 80 kilómetros al sur de Chos Malal, por la ruta 7, yendo hacia Añelo.
Vive con su esposa, Herminda Orellana, nativa de Las Cortaderas, con quien tuvo tres hijas, Andre, de 18, Tamara, de 17 y Luján, de 7. “No me salió ningún varón, para criancero”, comenta Manuel, pero se queda pensando con el mate entre sus manos, que tal vez fuera mejor, porque sabe de lo rudo que es su oficio.
Con mucho esfuerzo vienen luchando, Manuel y Herminda, para lograr que sus hijas estudien y lleven una vida menos sacrificada. Alquilaron para ellas una vivienda de un dormitorio, en la ciudad, a veinte mil pesos. “Por mi señora me saco el sombrero –exclama Manuel- porque nunca me deja solo. Me acompaña en las buenas y en las malas, y es de ir conmigo a veces hasta a la Cordillera. Hemos ido con alguna de mis hijas, en brazos, cuando eran chicas, claro, en las veranadas. Porque las invernadas son muy peligrosas y el frío pega fuerte”.
“Herminda hace todas las tareas del campo, como yo, no le hace asco a nada. Hay que salir a pastorear la chivada en tiempo de parición, porque le explico: una chiva puede desairar a su cría, abandonarla, y entonces Herminda la tiene que criar, dándole la mamadera. Este año tuvimos 20 ‘guachos’, y hubo vecinos que tuvieron 40. A veces tenemos que salir a comprar leche en polvo, porque para mí, la especial de las veterinarias es cara y no alimenta. A veces, la madre está muy flaca y no tiene leche”.
“Los veranos son secos, con viento y mucho calor. Llueve muy poco y sale muy poca agua de las vertientes. En vez de un arroyo, sale apenas un canalcito, vió. Es lo que llamamos las ‘aguadas’. Entonces hay poca pastura. Para colmo, los campos son chicos y las pasturas no alcanzan. Entonces se le hambrean los animales. Este verano fue muy seco, llevamos unos 8 a 10 años de sequía, ya. Por eso, en verano, llevamos los animales más arriba, a la Cordillera”.
“Mi papá fue criancero y trahumante, ‘arrió’ cabras, ovejas, caballos, vacas, a la montaña. La primera vez que me llevó a la Cordillera, yo tenía 2 años, así es que tengo 36, de criancero –ironiza Manuel-. Vivo en el campo de mi papá. Yo tengo mi casa y mis padres, Carlos (67) y Georgina (59), la suya. Ellos aún andan a caballo y hacen huerta, pero ya no suben la montaña. Son 400 hectáreas, abajo, y 400 hectáreas sobre la cordillera”.
“Entre octubre y noviembre, a veces hasta en diciembre, vamos a ‘veranar’ a la Cordillera. Llevamos las cabras, unas 800 a 1000, según como venga el año. La primavera pasada llevamos 1000. A veces el arreo puede durar 12 a 13 días. Es que el animal va flaco porque viene de pasar el invierno con pocas pasturas. Y en la subida, se cansa y hasta puede morir. El recorrido es de 230 kilómetros, y algunos vecinos llegan a hacer 280. Se andan 4 horas y hay que parar unas 5. Se anda un promedio de 10 a 15 kilómetros por día. Donde hay buena pastura, a veces paramos un día entero, y descansamos todos”.
“En marzo o abril, para las invernadas, bajamos los chivos y se tarda menos, de 10 a 11 días, porque el animal vuelve gordo y en bajada. Pero, ojo, que tampoco hay que apurarlo mucho, porque como baja gordo y pesado, se puede ‘despiar’, que se le gastan las pezuñas con las piedras del camino y a veces no pueden seguir y hay que dejarlos. Porque si es uno, se lo puede sacrificar, pero no se puede andar cargando muchos animales”.
Manuel continúa: “Nosotros subimos a caballo y llevamos comida y abrigo en mulas. En el camino tan largo podemos carnear un chivo, a veces uno grande. Un capón de 2 a 3 años pesa de 22 a 27 kilos y te dura bastante. El Estado construyó 4 refugios para el camino. Y uno tiene que tratar de no encontrarse con otro criancero, porque no se puede mezclar la hacienda. Lo ocupa el primero que llega, y el otro debe seguir camino. Porque en el refugio sólo hay lugar para un solo grupo”.
“Yo suelo subir con mi hermano, Lorenzo, y a veces viene su hijo, el ‘Santi’, de 11 años. Otras veces podemos ser 4 o 6. Llevamos la chivada a un valle, a unos 3700 metros de altitud, donde no se puede llegar en camioneta. Es en el paraje ‘El Tranquero’, en una parte de nuestro campo, donde hicimos una casa o ‘real’, nuestro refugio, una pieza y una cocina con una fogonera, hechos de pircas, es decir, de piedras bien engarzadas unas con otras, que es una tradición de los pueblos antiguos”.
“Los animales quedan todo el verano y se los baja entre marzo y abril, hasta mayo. Allá arriba es muy raro que haya señal de teléfono, uno queda incomunicado. Y uno se preocupa por la familia y viceversa. No pueden quedar solos, de modo que siempre debe quedar alguien cuidándolos allá arriba. Alguno puede bajar cada 15 días o un mes. Por eso nos llevamos algo de comida, y siempre sacrificamos algún animal. Salimos a buscar leña, pero sin hacha, y se consigue leña gruesa”.
“En el camino paramos varias veces. Y en los refugios sólo dormimos cuatro noches. No hay más refugios. Las demás noches, dormimos a campo abierto, sobre el recado, con varias frazadas. Alguno se lleva a una colchoneta para dormir más cómodo, y hacemos fuego. Por suerte hay pocos zorros y pumas, pero las chivas duermen cerca, y avisan. En otras zonas, son plaga”.
“El puma es dañino, te puede matar 15 o 20 en una noche. Si anda una madre con sus cachorros, te puede matar 20 a 30. Tampoco uno duerme muy profundo, porque si a las 3 de la mañana se te van las chivas, hay que salir a ‘rondarlas’ o ‘atajarlas’. Mi señora me acompaña siempre hasta Chos Malal en la camioneta, porque en la ruta tenemos que llevar fardos para los caballos”, detalla este aguerrido criancero.
“El oficio de criancero trashumante, en la Cordillera, no es para cualquiera. Es muy duro y peligroso. Porque uno a veces puede pensar que se vino una lluvia pasajera. El mes pasado, el criancero Tomás “Chuma” Sura, se encontraba en la Pampa Ferraina, en la zona del Domuyo, arreando 1000 cabras, y de repente se le vino encima un viento blanco de nieve que le quitó toda visibilidad. Seguramente debe haberse quedado tratando de salvar a sus animales, porque son el fruto del trabajo de una vida. Lamentablemente murió congelado junto a la mitad de su majada, 12 vacas y sus fieles caballos y perros. Una tragedia”, relata Manuel, con un nudo en la garganta.
Y Manuel vuelve a elogiar a su amada: “Mi señora hace huerta, cosecha papa, cebolla, zapallo. Se planta en agosto o septiembre y se cosecha en enero. Yo compro yeguarizos viejos, los revendo y me hago una diferencia. Vendo cabras en pie, de a 50 o 100, para frigoríficos, pero también vendo a particulares. Este año compré un par de caprinos reproductores de raza Boer, porque dicen que son muy buenos para la zona”.
A Manuel le gusta comer chivo más que cordero. “El de crianza, de 8 meses, es muy tierno. Con 2 meses, ya pesa 7 a 8 kilos, y si tuvo buena pastura y si su madre crió mucha leche, luego su carne asada resulta ser un manjar”, asegura y culmina: “El día que por salud me tuviera que ir a vivir a la ciudad, no quisiera deshacerme de mis animales, porque son mi vida. Ojalá consiguiera algún peón que me los cuidara como lo hacemos mi señora y yo”. Manuel nos dedicó “Con rumbo a las veranadas”, de y por Saúl Huenchul.