Pareciera que, más que animales, hace varios años que la lechería de punta se esmera por formar atletas de elite. Los sensores, robots, controles y fármacos ya son moneda corriente en muchos tambos del interior productivo, en los que la incorporación de tecnología se asocia directamente a mayor productividad.
Las vacas, como los deportistas olímpicos, son tratadas entre algodones para que produzcan más litros de leche a diario. No tienen que buscar su alimento, están bajo techo, y hasta ahora tienen a disposición hormonas para no estresarse. Pero esa tendencia a la incorporación de tecnologías del futuro no es necesariamente positiva, según considera el especialista y docente José Jáuregui, sino que hasta podría ser incompatible con la sociedad del futuro.
Como ingeniero agrónomo, doctor en ciencias agrarias y docente de forrajes en la Universidad Nacional del Litoral, José no puede evitar preocuparse al ver esta lógica productiva que parece sacada de la serie “Black Mirror”.
“Cuando pensamos en la vaca como una fábrica, nos desconectamos un poco de lo natural”, comenta, y se mete de lleno en una discusión muy latente en la lechería argentina.
No hay que confundirse. Jáuregui no es un detractor de la tecnología ni un militante de la vaca del abuelo de Heidi, pero sí pone blanco sobre negro al hablar de eficiencia e intensificación productiva, y llama a discutir sobre modelos menos invasivos. En definitiva, sostiene, no es bueno que las vacas sean atletas de elite.
“La tecnología tiene que ayudarnos a mejorar la producción y el bienestar animal, pero no debemos olvidar que estamos trabajando con seres vivos y no con una fábrica”, afirmó el agrónomo en diálogo con Bichos de Campo.
En ese sentido, asegura que hay “distintas vías de intensificación” y, aunque la de los tambos estabulados y los robots de ordeñe haya ganado mucho terreno últimamente, no significa que sean la única opción ni el modelo a seguir. Todo lo contrario: El agrónomo insiste en que, bajo ese esquema, nos estamos olvidando de las ventajas productivas de nuestros suelos y clima. Por eso asegura que puede hacerse intensificación productiva sin desprenderse del pastoreo.
“En gran parte de la región donde se produce leche tenemos precipitaciones por encima de los 600 milímetros, lo que permite generar forraje en cantidad y en calidad”, afirma Jáuregui, que no es la primera vez que insiste sobre las bonanzas del pasto.
En verdad, lo que sostiene es que es una “picardía” no aprovechar nuestras ventajas comparativas, ya que pueden lograrse niveles productivos elevados con alimentación natural y menor control sobre todo el proceso. Tal vez no los máximos, como sí ha demostrado alcanzar los sistemas intensivos, y es ahí donde se cuela un argumento extra.
“Creo que la intensificación vista como el súper encierre, darle de comer en la boca a la vaca y la altísima producción, son cosas que en el corto plazo van empezar a ser repensadas”, sostiene el especialista, cuyo trabajo en otros países y dentro de las aulas le ha dado señales de cómo podrían ir evolucionando las expectativas de los consumidores.
“La sociedad va a ir demandando un tipo de producción que sea más natural”, afirmó. Tal vez un esquema tan utilitarista y extractivista no maride con esa visión.
Mirá la entrevista completa con José Jáuregui:
No obstante, más allá de que los consumidores del futuro quieran que su yogur sea más natural, y su leche no provenga de vacas encerradas, eso no necesariamente significa que el animal esté mejor o que el sistema productivo sea rentable para toda la cadena.
Son dilemas aún latentes, lo que es lógico en una discusión que se libra hace poco tiempo. “No sé si estamos listos todavía para esa discusión”, relativiza el agrónomo que, si bien prefiere los esquemas más naturales, no considera que sea mala palabra el encierre y la incorporación de tecnología.
“Son dos vías de intensificación válidas, pero tienen sus pros y sus contras”, aseguró. Y eso explica por qué la balanza, en muchos casos, está justificadamente inclinada hacia el sistema de “vacas atletas”. Uno de los principales condicionantes, sobre todo en zonas agrícolas, es el precio de la tierra; pero también puede serlo el clima extremo o la falta de pasturas, que hacen que el encierre sea también lógico y necesario.
“No sé si hay un sistema ideal, hay multiplicidad de sistemas también según las zonas”, agregó Jáuregui.
Tal vez el cuadro de la vaca sola en una pradera verde no le haga justicia al concepto -aún no definido- de lo que sería la lechería regenerativa.
“Creo que vamos hacia un futuro con un sistema mixto en el que la vaca pueda elegir”, esboza el especialista, que señala que el secreto está en pensar al bienestar animal no como la aplicación de hormonas para reducir el estrés sino como la posibilidad de comportarse naturalmente. Una vaca querrá pastorear, pero si hace frío no es ilógico que prefiera encerrarse.
Así y todo, ese esquema, que pareciera ser ideal, también trae un problema grande: No se controla todo el proceso. Sin un estricto monitoreo y control en cada etapa, no puede anticiparse cuánta leche se produce ni tampoco proyectar inversiones o gastos.
La cuestión está en cómo equilibrar la balanza. Hablar de menor productividad no parece ser viable para pequeños y medianos productores, sobre todo cuando la noticia es que en Argentina ya han cerrado más de 90 tambos en lo que va del año.
“Los sistemas más amigables con el ambiente generalmente requieren de un ingreso adicional”, afirma José. Eso se traduce en subsidios o precios más altos por los productos naturales, algo que ya se esboza en algunas naciones de Europa, donde se discute activamente los sistemas de producción lechera, pero que parece lejano para Argentina, con niveles de pobreza muy elevados y una actividad en crisis.