Javier J. Vázquez, sociólogo y director general de Restauración Ecológica de la Secretaría de Ambiente de la Ciudad de Buenos Aires, aseguró que “la huella de carbono del asado en general es gigante” (sic) y que eso “es un lujo que nos damos en la Argentina”.
Frente a los cuestionamientos –múltiples, algunos educados y otros no tanto– recibidos en la red social Twitter, Vázquez aclaró que suele comer asados, pero “eso no quiere decir que no reconozca que tiene un impacto, una huella de CO2; reconocer no significa cancelar”.
El sociólogo no aportó ninguna evidencia científica que permitiese saber si la afirmación realizada, tan tajante, tiene algún sustento. Pero, a pesar de esa omisión, siguió intentando justificar su posición.
“Lo que me refería es que como tipo de cocción, dado que tiene impacto del viento, de la temperatura ambiente, no se usa llama sino brasa, etcétera, y presenta el modelo más ineficiente de cocción comparado con una olla, un horno, etcétera. Sea con gas natural, energía eléctrica o garrafa”, aseguró (¿Ustedes entendieron algo? ¡Nosotros tampoco1!).
No faltaron aquellos que se preguntaron si, en un país colmado de pobres e indigentes, buena parte de los cuales son niños y adolescentes, es una cuestión vital preocuparse por la “huella de carbono” del asado.
Algunos audaces intentaron explicar al funcionario porteño que los fundamentos de su afirmación no se sustentan al considerar todo el ciclo de carbono presente en el ciclo productivo de un bovino, pero no existe evidencia de que el sociólogo haya entendido algo del tema.
También se sumaron los que recordaron que Sudamérica en general y Argentina en particular tienen una incidencia ínfima en la emisión de gases de efecto invernadero y que además se trata de regiones que tienen superávit ecológico.
Otros reflexionaron sobre la necesidad de llamar “lujo” al asado, un corte popular que, precisamente, se hizo parte de la cultura rioplatense porque el mismo no tiene valor en el mercado internacional. Además, si es un “lujo”, ¿implica que en algún momento deberíamos renunciar al mismo?
¿Y la huella de carbono de tener un gasto público enorme, ineficiente y en muchos casos dedicado a cuestiones completamente innecesarias? Una pregunta infaltable en el debate.
Finalmente, un grupo de ciudadanos creyó que la mejor manera de tratar el tema era con un poco de humor. Nada más.