Llama más la atención el cierre de un tambo, que las historias de las unidades productivas que siguen adelante, que siguen confirmando que la lechería genera un arraigo como ninguna otra actividad en el campo. Este es el caso del tambo que sobre la traza de tierra de la Ruta Provincial 13 avanza, con dos productores que se asociaron para alquilarlo y sostenerlo en producción.
Saguier es un pueblo del departamento Castellanos, en la provincia de Santa Fe, que supo tener gran producción lechera, con unos 24 tambos hasta no hace tanto. Hoy le da pelea para seguir ostentando el orgullo de ser el corazón de la principal cuenca lechera del sur del continente, pero con cuatro unidades productivas entre las que se destaca el Establecimiento La Rosa, de la familia Bruneri.
Fue una tarde de viento frío que se reunieron para contar lo que hacen, para mostrar las formas y para entender de la manera más esclarecedora que la lechería se hace con esfuerzo, con convicción, con un fin comercial, pero con una cuota de pasión inigualable.
Ocho productores reunidos desde agosto de 2021 en lo que fue un grupo de Cambio Rural, organizado por el INTA, con la coordinación de la ingeniera Daniela Faure, que hoy se autosustenta y está asesorado por el agrónomo Joaquín Spijl, son los que participaron de este encuentro en el que se detalló por completo la actividad del lugar.
Había sido hace un poco más de un año cuando, después de una reunión similar, Gustavo Aressio trasladó la idea de alquilar un tambo que estaba destinado a cerrar y ser un campo agrícola, porque ya los propietarios no lo podían continuar; y Fabián Vera entendió que era una gran oportunidad.
Tambero de oficio, que a los 40 años ordeñó por primera vez vacas propias, que tiene a flor de piel el recuerdo de las inundaciones, hoy alquila un tambo con su esposa, lo hace crecer y ayudó a sus tres hijos a poner en carrera a otro recientemente. “Todo a pura lucha”, dice sobre su progreso en tierra alquilada. Fabián no oculta la pasión por la lechería, reconociendo la sociedad que hace con Gustavo, complementándose de gran manera.
“Lo más complicado era acá armar algo más económico, financiero”. Así estiraron el contrato de alquiler a cinco años, respondiendo a la voluntad de conservar las vacas de la familia Bruneri, que sigue viviendo en el campo, y arrancaron. Los dos trabajan y colabora la familia de Fabián, encontrando siempre la mejor manera de hacer que resulte el negocio y avance.
“Después de un año, no pusimos un mango, pero tampoco sacamos. La ganancia que logramos está en que tenemos 120% más de alfalfa sembrada que el año pasado, con más de 50 hectáreas. Tenemos 155 metros de silo, que ya está pagado”, explica el asesor del grupo.
“Si lo comparamos al año pasado, estábamos en 800 o 900 litros, pero hoy estamos en 1.700, arrancando el pico de producción. Cuando entramos el 70% de las vacas estaban vacías, pero en un mes, con el trabajo del veterinario, las preñamos a todas entre abril y mayo, y ahora tenemos al 93% en producción”, agregó Spijl. En el campo hay 100 animales de todas las categorías, unas 80 vacas en producción. El objetivo es llegar a tener un animal y medio por cada una de las 77 hectáreas del campo, y que sean cabezas propias para licuar así el costo.
En 16 de ellas se hizo soja con un rendimiento de 31 quintales, que consiguieron cambiar como granos por harina para suplementar el alimento con base de maíz, bajando los costos por haber hecho toda la tarea con recursos propios.
Con unos 200 rollos de reserva, trabajaron en la siembra de alfalfa y apostaron a las pasturas. Ya habían hecho una inversión en la compra de un tanque de agua, con otros grupos de productores; y desarrollaron un sistema fundamental de aguadas en los lotes, con encierre de la recría y del preparto, fueron haciendo ajustes en el manejo y seguirán por los efluentes como próximo tema a atender, aunque también alguna mejora en la fosa y en el equipo de frío.
La comunicación en el equipo de trabajo es muy buena, de forma natural, no sólo entre los dos socios, y con su asesor, sino también con quiénes tienen la clave del manejo, Camila y Ramón.
“Ellos son los encargados de todo, las manos que hacen todo”, explica Fabián, reconociendo que “estamos muy conformes con cómo trabajan ellos, cómo son con nosotros. Son personas excelentes”, encargándose de la tarea en la fosa, en la crianza artificial y cada detalle que hace que el tambo marche bien, criando a sus hijos en el mismo campo.
Gustavo y Fabián tienen un costo fijo de 5 mil litros de leche mensuales para pagar los rollos y silos del año pasado, número que cubrirán en septiembre. Recién ahí mejorarán la liquidez del negocio, que ahora ven acomodado.
“Si hacemos un balance entre el debe y el haber, es positivo, tenemos más ganas, herramientas, tenemos un tanque y cien animales. Tenemos que lograr unos 22 litros por animal, para estar mejor. Sabemos que en un año no es posible, pero estamos seguros que la idea es crecer con lo nuestro, no salir a comprar afuera por lo económico y por sanidad”, indicó Aressio.
Saben ambos que “cuando logremos estabilidad vamos a poder ver un ingreso de dinero, quizá en dos años, pero la ventaja es que mientras tanto no tenemos que sacar plata de los otros tambos para sostenerlo. Esto es así hace un año y no es fácil entrar en un negocio sin poner un mango”.
Será en abril de 2026 cuando las vaquillonas propias empiecen a parir y ese cálculo se acomode, porque los costos seguirán reduciéndose.
Estas reuniones a campo permiten mostrar el trabajo de todos los días, los números, pero también reflexionar sobre lo que hay que mejorar, sobre lo que no se está haciendo bien. Del mismo modo intercambiar puede hacer surgir nuevas inversiones, como podría ser la compra de una estiercolera para uso conjunto.
Ninguna de las dos hijas de Gustavo Aressio seguirán el trabajo de su padre, porque tienen otras profesiones y viven lejos. Los tres hijos varones de Fabián Vera sí tienen el gen lechero, uno es ingeniero y otro está estudiando. Pero es el empuje de ambas partes lo que hace que avancen, se complementan en la mirada del negocio y se fortalecen como un gran equipo de trabajo.
Llegando el atardecer arrancó la picada y las conclusiones fueron todas positivas, enfocadas en “vamos a seguir creciendo”. Con el queso de la “Cooperativa 22 de marzo”, de Eustolia, a quien le entregan la leche, entienden que se sacan un problema de encima al no debatir todos los meses el precio de la materia prima y cobrar el valor determinado en promedio por el Sistema Integrado de Gestión de la Lechería.
Este es un ejemplo más para valorizar a los tambos chicos, que están vivos, que son rentables mientras estén bien manejados, pero sobre todo, que son el engranaje del desarrollo en la ruralidad y las comunidades más pequeñas.