Ceferino Aiassa es un joven productor de leche de 35 años que vive en San Martín de las Escobas, un pueblo de 3.500 habitantes en el centro de Santa Fe. Su abuelo arrancó el tambo en el año 60, luego siguió su padre y ahora le toca a él con su esposa. Es un establecimiento muy pequeño, pero ellos buscan la forma de mantenerlo a flote como sea.
En su campo de 99 hectáreas tiene 35 vacas en ordeñe y otras 25 en descanso. Así obtiene unos 600 litros de leche por día. Además hace algo de cría vacuna y tiene ovejas, pero todo en pequeña escala. Lo que busca es diversificar la producción, para no depender siempre de la misma canasta.
Para Ceferino el tambo no es un trabajo más: “Es un modo de vida. Mi viejo me llevaba en el corralito a la piecita del tambo y ahí me críe. Luego seguí ordeñando y apostando por esta actividad. Es lo que mamamos desde chicos y lo vamos a defender hasta agotar las fuerzas”, nos contó.
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El de Ceferino es el típico caso de un pequeño productor de leche, de los que forman parte de ese estrato de tambos que en las estadísticas figuran como de menos de 2 mil litros diarios, y que son los que cada año pierden participación en el mercado. Muchos directamente desaparecen porque no tienen la escala o eficiencia necesaria para contrarrestar políticas que le quitan ingreso al productor, como los derechos de exportación o la imposición de “precios cuidados” del otro lado de la cadena.
O desaparecen porque simplemente a la dirigencia política no perece importarle demasiado ayudar a este tipo de productores, con algún tipo de soporte que les permita seguir funcionando.
El Observatorio de la Cadena Láctea (OCLA) difundió los datos sobre la estratificación tambera al cierre de 2020. Ceferino está en el escalón de más abajo, el de menos de 1.000 litros diarios, junto al 25% de los productores de leche de la Argentina. Son muchos, pero representan apenas el 4% de la oferta de leche. Allí, en el subsuelo lechero, se producen en promedio 534 litros/día.
En el otro extremo aparecen el 4% de los establecimientos lecheros que producen el 25% de la leche. Cada uno de ellos tiene una productividad promedio de más de 18 mil litros diarios, es decir 30 veces la que obtiene Ceferino.
Aiassa está todos los días del año pendiente y encima del tambo. “Acá no hay feriados ni fiestas”, sostiene. Cuando lo entrevistamos demoró la salida al campo para atendernos: ese día le tocaba hacer rollos de pasturas o lo que es decir las reservas para alimentar a las vacas. Como el número ahora no le da para comprar maíz, les mete más forraje en los comederos.
En su rutina, además, se encarga de recorrer y ver el estado de las vaquillonas, darle de comer en las parcelas y también de ordeñar. Así hasta que se termina el día. Vuelve entonces al pueblo para retomar su rutina al día siguiente.
La ecuación económica del tambo ahora no le cierra a pesar de haber bajado costos. “Lo vamos llevando mes a mes, tenemos un costo por litro 5 pesos por encima del precio. Hoy cobramos 21 pesos el litro. Tenemos que ser eficientes, ordenados y conservadores para no fallar y que no se nos escape todo”, reflexiona.
Pero a pesar de la coyuntura negativa, de todo el esfuerzo que exige esta actividad y de que las señales que llegan no son buenas: “la idea es defenderlo a capa y espada”, promete.