Wenceslao Jorge Durañona, nacido en la Capital Federal, desde chico soñaba con vivir en el campo, rodeado de plantas, animales y horizontes.
El paisaje rural enamoró a aquel soñador porteño desde escasos años, quien culpa a la genética de algún antepasado: “Cuando tenía dos o tres años, mi madre me ponía en la ventana a ver el caballo del verdulero, y ahí me dejaba toda la mañana. Solucionaba el tema de atender al hijo así”, cuenta orgulloso Durañona a Bichos de Campo.
Luego de esas largas horas en la ventana mirando el caballo ajeno y con el pasar del tiempo, Wenceslao estudió agronomía en la UBA, para poder estar más cerca de su anhelada vida campera.
Y todo cerró. La familia poseía algunas tierras en Buenos Aires y Santa Fe, lo que le permitió poder desarrollar su actividad. Inmediatamente que se recibió, murió su padre que tenía algunas hectáreas, un tío que también era dueño de un campo en Santa Fe, y se fue a atender ambos lugares. “Me casé y me quedé viviendo en el campo de Santa Fe, y ahí sigo, desde hace 50 años”, recuerda Durañona.
La epopeya de quedarse a vivir en el campo y cambiar los hábitos normales de una ciudad, lo llevó a establecerse definitivamente en Chovet, provincia de Santa Fe. Y desde ese hermoso pueblo dedicarse a la agricultura y al tambo. ¿Al tambo? ¿Con las recurrentes crisis del sector?
“Yo cuando era estudiante trabajé con el dueño de ese campo, que atendía un tambo y yo era el secretario. Me empezó a gustar, y cuando me hice cargo de ese campo quedó el tambo dentro y lo continuamos, narra Durañona, pero a la vez se hace tiempo para contar una breve broma que resume el espíritu del tambero:
“Se muere un tambero y se va al cielo. Entonces Dios le dice que fue una excelente persona, resalta sus virtudes, y decide otorgarle un año más en la Tierra eligiendo lo que quiere ser. El tambero pensó, pensó, y le respondió: Quiero ser tambero. Dios le dice que es un tarado, que lo jodieron con las grasas de la leche, las proteínas, los precios, etc. Entonces, ¿por qué volver a ser tambero? A lo que el tambero responde: Porque dicen que el año que viene va a ser un año bueno”.
Y en eso anda Durañona. Siempre esperando al año siguiente, que promete ser un buen año.
Mirá la entrevista completa con Wenceslao Durañona:
El 2024 promete lo mismo. Promete ser un buen año: “Hace muchos años que se viene repitiendo lo mismo. No hay nadie que se haya ocupado políticamente de tambo, porque tenemos una producción estancada. Nunca nos hemos decidido si queremos ser exportadores o producir para consumo interno”, dice Durañona.
-¿A esta crisis le encuentra solución en el corto plazo?
-Soy el tambero que dice que el próximo será un buen año. Soy el esperanzado. Cumplo 77 años este año y sigo mirando tambos con un hijo que me acompaña y otro que es ingeniero en producción agropecuaria, y otro veterinario. Seguimos, algún día será ese año famoso.
-¿Cómo es la transición hacia la nueva generación?
-Siempre son difíciles. He leído algo sobre el tema. Me acuerdo cuando cumplí 55 años dije que me jubilaba, y había leído y leí que la transición debía empezar 10 años antes. Seguí y todavía sigo. Primero se anexó el veterinario, después un día mi otro hijo decidió que quería irse a vivir al interior. Tenía muchas cosas, creía que algo tenía que cerrar, y el se encargó de los papeles, de los bancos y eso. El creía que el tambo iba a cerrar y se entusiasmó más que ninguno y está metido todo el día tratando de mejorarlo y yendo para adelante. Y también esperando el año que viene, que esperemos que llegue.
La crisis de los tambos no es culpa de los gobiernos es culpa de los pícaros que pagan la leche a precios miserables y se hacen millonarios vendiendo lácteos y quesos y si no le venden al precio que ellos dicen (miserable) no le compran más y el tambero debe caer de rodillas a cobrar las migajas de su sacrificado trabajo