Lo primero que me dicen es que no son una cooperativa; lo segundo, que así como están, les va muy bien.
Estoy reunida con integrantes de Azahares del Sudeste, un grupo de 17 apicultores de la zona de Otamendi, paraje La Ballenera, Miramar y Mar del Plata. Como grupo trabajan desde hace 9 años, aunque se conocen desde bastante antes, cuando participaron de un curso que hicieron de apicultura dictado por Aldo Bolognesi, un referente que, según afirman, les enseñó mucho.
Estamos en la casa de Marcelino Justel, tercera generación de apicultores y que, junto con su esposa Laly, tiene todo su esfuerzo puesto en las abejas. Tal es así que es en el predio de esta casa donde tiene pensado instalar la sala de extracción. Pero eso me lo contarán un poco más adelante.
“Hoy, tanto desde lo organizativo como desde lo vincular, Azahares del sudeste es una gran familia. En las notas que nos hacen siempre nos describen como cooperativa pero no lo somos. Y no lo somos porque sentimos que no nos hace falta, así como estamos las cosas funcionan bien: estamos muy atentos a darle solidez al grupo, estamos en permanente comunicación y con las cosas claras”, dice Marcelino. “Sí desde hace unos años nos convertimos en un proyecto de Cambio Rural, como una forma de unir más al grupo y de formalizar lo que ya estábamos haciendo sin ningún ´título´”.
El grupo destaca que ser Cambio Rural les brindó tres cosas muy importantes: acceso a créditos, participación en ferias y la presencia de un asesor técnico, Omar García. Que, dicho sea de paso, también pertenece al grupo y es apicultor. Se ve que todo en el grupo está cuidadosamente pensado para que las cosas funcionen.
“Lo primero que propuse fue empezar a trabajar con buenas prácticas apícolas, lo que implica entre otras cosas tener material en buen estado como cajones sin roturas y bien pintados, y no usar antibióticos, salvo en casos puntuales donde se aísla la colmena y se trata de forma específica. Por eso decimos también que estamos en el camino de la agroecología, que es producir de manera natural para lograr un producto más genuino”, describe Omar.
Luego explicará: “Lo ideal es que los cajones estén pintados con esmalte sintético y de color claro y si bien pueden estar armados con madera de álamo, eucalipto, ciprés o pino, preferimos los de álamo porque son más livianos y no se apolillan”.
Omar también menciona algo que considera clave para el buen funcionamiento del grupo: el intercambio asiduo entre los integrantes para generar crecimiento, compartir saberes, tener reuniones periódicas y la consulta diaria en el grupo de Whatsapp que brinda mucho apoyo y permite pulir detalles para lograr una mejor producción.
Con respecto a la varroa, el gran fantasma de la apicultura, lo trabajan con controles permanentes para prevenirla. Y al momento de combatirla, usan productos aprobados existentes en el mercado, alternando los principios activos para disminuir la resistencia del ácaro a los diferentes productos como el ácido oxálico, el amitraz o flumetrina.
Podríamos decir que en este grupo cada apicultor tiene en promedio 140 colmenas. El rango va desde apicultores con 13 colmenas hasta otros con más de 400. Y de los 17, hay 12 que tienen más de 100. En cuanto a los rindes, en promedio extraen 27 kilos por colmena mientras que quienes tienen más de 100 colmenas llegan a 30 kilos. Y un dato clave: este kilaje es dejando unos 7 kilos de miel sobre la cámara de cría para la propia colmena.
“Alimentar es muy distinto de nutrir y esto también tiene que ver con las buenas prácticas apícolas”, enfatiza Alfredo Aliano, apicultor y representante del grupo. “La alimentación es solo para mantener vivo al organismo, mientras que la nutrición implica algo más completo y pensado para que todo el sistema sea más eficiente. Por eso nosotros elegimos dejarle miel en la colmena, justamente para cumplir con una de las partes más importantes, que es la nutrición”.
En cuanto a la venta, hace 9 años que tienen marca propia y toda la producción la venden en el mercado interno y localmente. Si bien admiten que todavía el consumo es bajo a nivel país, consideran que la gente está reconociendo las propiedades y el valor de la miel y cada vez compra más. Ayudó mucho, agregan, la campaña nacional de “Sumale miel a tu vida” (2016) y la promoción que se realizó en las Ferias Verdes del INTA y otras que se desarrollan en cada municipio. Sus clientes son comercios de la zona, visitantes de ferias y turistas que recomiendan y luego vuelven a comprar porque, entre otras cosas, les dicen que su miel “tiene un sabor distinto y no da acidez”.
Todas las colmenas de los apicultores están georreferenciadas para “no pisarse unos con otros” y también para estar atentos en el caso de fumigaciones y tomar medidas de protección cuando saben que van a pasar los aviones aplicadores con agroquímicos. Además la localización sirve para ser puntillosos con la trazabilidad, que arranca en la colmena y termina en la sala de extracción.
Como para muchos otros apicultores, el avance de la frontera agropecuaria con monocultivo también es un problema debido a que las abejas se quedan sin flores donde libar. Por ese motivo han propuesto un proyecto para plantar flores de interés apícola en los campos con monocultivo. Aún no se ha puesto en marcha, pero está.
Actualmente el grupo está en proceso de dar un gran paso: tener su propia sala de extracción. Esto empezó a ser una gran necesidad dado que es difícil conseguir quien brinde el servicio y los atienda en tiempo y forma.
“En 2018, a través del municipio de General Alvarado obtuvimos un fondo semilla del Ministerio de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires y con eso compramos los materiales, pero no nos alcanzaba para pagar la mano de obra, así que la hicimos nosotros”, cuenta Omar. “Para mantener las buenas relaciones dentro del grupo, aquellos que trabajaron en la construcción se les ha pagado en kilos de miel cada día de mano de obra, como una forma de ser justos y de consolidarnos como grupo”. En este momento están esperando que lleguen nuevas máquinas para terminar la instalación.
Escucho hablar a los integrantes de Azahares del Sudeste y pienso que siempre se habla de que la miel se paga poco, que implica mucho trabajo y que hay que estar encima. Sin embargo, los apicultores persisten y persisten. Les pregunto por qué.
“Porque uno se enamora de la apicultura”, dice Marcelino con una gran sonrisa que de pronto ha aparecido (hasta ahora había estado muy serio) y se queda en silencio unos segundos.
Luego retoma: “Mi abuelo tenía colmenas, así que esto me viene de familia. Mis padres hicieron el curso de apicultura y se dedicaron a la actividad de lleno, y eso que mi padre era un poco reticente al principio pero una vez que arrancó, dejó su trabajo y se hizo apicultor. Así que desde el moisés estoy con las abejas: me ponían un tul para protegerme y yo estaba al lado de ellos, que trabajaban con las colmenas. Quizá por eso un día dije, ´esto es lo mío´, me empecé a dedicar y se transformó no solo en un trabajo, sino en un estilo de vida”.
“En los años duros, a veces dan ganas de dejar todo, pero después llega la primavera, uno empieza a ver a las abejas en movimiento y nos vuelve la euforia por seguir con todo”, reflexiona Marcelino. “La abeja es muy noble, nunca te deja tirado: siempre te da una chance más”.
Excelente grupo humano que trabaja en pos del bien común por sobre los intereses individuales. Enmarca el inmportante capital social del entramado técnico, productivo y profesional que con metodología #CambioRural se encuadran este tipo de grupos. Lo sé porque conozco bien el grupo y acompaño desde 2014 como agente de proyecto.
Felicitaciones a #AzaharesDelSudeste