Pese a semejante aporte, en nuestro país la soja está “demonizada”, especialmente desde que la ex presidente Cristina Fernández la ninguneó al tratarla como un ‘yuyo’ en el conflicto de 2008, como el que crece en cualquier patio y molesta al crecimiento de las plantas vistosas.
La soja está cargada de connotaciones negativas a pesar de que le sigue dando de comer a muchos otros rubros de la economía. Y en este contexto, en los últimos años el producto estrella de la economía argentina fue perdiendo terreno en área y en niveles de productividad.
Rodolfo Rossi, quien fuera presidente de Acsoja y fue uno de los genetistas que más trabajó para el desarrollo de la oleaginosa, explicó a Bichos de Campo por qué la soja anda de capa caída: “En los últimos años hubo un factor importante que frenó el crecimiento de la producción de los cultivos mayores, que fueron los derechos de exportación. Le pusieron un freno a la expansión agrícola”, consideró.
Escuchá la entrevista a Rodolfo Rossi:
Rossi recordó que a las retenciones “los diferentes gobiernos los aplicaron de forma creciente”. Incluso el gobierno de Mauricio Macri, que “sacó este impuesto a varios cultivos y mejoró la libertad de mercado, pero en ese combo hizo que la soja cayera en forma relativa y aumentaran otros cultivos”, aclaró.
El directivo de Acsoja agregó que la soja “se quedó porque el peso de los impuestos en la agricultura es tremendo. En el caso de la soja recibe un impuesto solo sobre el precio del 33%”, añadió, en referencia a las retenciones.
“Cuando nos vinculamos con otros países como Brasil, Estados Unidos, Paraguay o Uruguay, nos preguntan cómo hacemos para producir con estos impuestos”, comentó.
El mes pasado, Acsoja presentó un trabajo elaborado pro al Fundación FADA para medir el impacto de los impuestos sobre el cultivo más importante del país. Allí se supo que los impuestos se comen casi el 75% del margen bruto que dejaba la oleaginosa.
Rossi añadió que el tributario no es el único flanco que impide el crecimiento del cultivo. Enumeró: “Si no tenemos una fertilización adecuada para reponer nutrientes, si no tenemos un sistema de fletes organizado (donde tenemos costos altísimos por fletear todo por camión), si no tenemos Ley de Semillas que incentive la investigación. Tampoco tenemos incentivos que tengan que ver con poder reducir impuestos de las investigaciones”, agregó.
Además está la cuestión financiera y macroeconómica: “En Argentina la disponibilidad de capital es complicada. No hay tanto apoyo del sector financiero, y eso hace que la soja sea el cultivo de opción cuando por tener menor inversión por hectárea”.
A todas esas cuestiones se suma otro tema, porque la macroeconomía obliga a reducir riesgos y en consecuencia achicar también la inversión en tecnología. “Durante 20 años tuvimos la posibilidad de tener poco gasto en agroquímicos y en el control de malezas, que hoy implican un costo muy alto”, advirtió el especialista.
Por estas cuestiones la soja fue achicando superficie (bajó de un récord de 20 millones de hectáreas en 2016 a poco más de 17 millones en la última campaña) y no se mejoró el rinde promedio. “Tenemos un clima promedio que nos permite competir con buenos rindes con otros países, pero los rendimientos no están aumentando como en países vecinos como en Brasil que expande su superficie, exportaciones y rendimientos”, advirtió el experto.
Rossi dijo que hay posibilidades de revertir esto y de que la agricultura siga creciendo. “Tiene que haber un proyecto nacional apuntado a que un sector con gran capacidad de reacción y de ingreso a mercados sea un trabajo público privado que nos lleve a incentivar la generación de divisas”, bregó.
El genetista, considerado uno de los padres de la soja en el país, se despidió lamentando que “somos un país que vive para adentro, pero donde el único sector que por cada dólar importado exporta mucho más es el agroindustrial”.