Carlos González es el orgulloso padre de algunos integrantes del equipo de Bichos de Campo. Él mismo ha llegado lejos, ocupando varios puestos políticos y dentro de su querida Federación Agraria. Pero si algo lo distingue es su pasión por la lechería. Vuelve a empezar una y otra vez.
Le preguntamos por qué lo hace si no tiene la necesidad.
“Yo tenía nueve años cuando murió mi padre y gracias al tambo es que pudimos estudiar todos”, contesta Carlos visiblemente emocionado. A pesar de que exploró otros caminos, reconoce que no podría dejar de lado el tambo. “¿Cómo no voy a insistir si mis padres nos mantuvieron a todos con el tambo?”, confiesa.
Nacido en Tres Algarrobos, partido de Carlos Tejedor, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, González relata que en su infancia su padre administraba una estancia en la localidad de América. “Ahí en 1956 fue cuando compró las primeras tres vacas Holando y un toro. Ese fue el comienzo del tambo a mano. Luego, en 1971 me vine a Emilio V. Bunge y seguí con el tambo”.
González pudo estudiar veterinaria y recuerda que en Bunge, partido de General Villegas, llegó a haber entre 120 y 130 tambos. “Había cinco fábricas, dos eran cooperativas y tres eran fábricas de quesos. Una era Remotti, que sigue actualmente al igual que otros 25 tambos que quedan en todo Bunge. Gracias a eso sigue siendo un pueblo pujante”, comenta.
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Sin embargo, González tiene claro que será muy difícil recuperar el esplendor de ayer. “Cuando yo vine no teníamos la tecnología y comunicaciones que tenemos hoy y había un solo tambo mecánico de seis bajadas; todos los demás eran a mano. Pero en términos sociales este era un pueblo que tenía mucha más vida; había una fábrica y a pocos metros un boliche donde cada día se juntaban 20 a 30 carros con sus tamberos que venían a entregar la leche”, recuerda.
“Hoy venís acá y te encontrás de 15 a 20 tambos cerrados, aunque la agriculturización no barrió del todo el espíritu tambero de Bunge. Pero evidentemente cambió la fisonomía del campo y se provocó un éxodo rural terrible, pero también por falta de políticas”, resalta el dueño de un pequeño tambo llamado “La Holandesa”, en Bunge.
Incluso a Carlos le tocó vivir el dramático cierre de su propio establecimiento. “Tras una primera inundación, pusimos una cañería de 700 metros de largo para sacar la leche cada día y llevarla a la fábrica a unos 2.000 metros. Pero cuando vino la gran inundación de 2017 y el agua de Córdoba bajaba en forma desenfrenada, tuvimos que cerrar el tambo por un año y medio”, recuerda.
González no cree aquello de que la concentración y la desaparición de productores sea un fenómeno sin retorno. “Nueva Zelanda se modernizó y allá, al igual que en Australia, siguen existiendo los tambos”, afirma. En el caso local cuenta que si bien hubo una emigración muy grande, si hubieran buenos caminos, electrificación y más comodidades la historia de la lechería argentina sería otra.
“Algunos hijos de productores están volviendo de la ciudad al campo, pero es muy difícil volver cuando cambiás de actividad. Hoy un campo promedio acá anda en 150 o 200 hectáreas y cualquier familia podría andar muy bien si hubiera seguido con la explotación, si hubiera podido estudiar y si hubiera tenido apoyo y política diferencial a la de la sojización”, remarca el tambero.
González asegura que ese abandono de la zona rural continúa hasta hoy. “Con políticas activas se puede evitar el éxodo. En los últimos 20 años cerraron 200 mil explotaciones agropecuarias y siguen cerrando con todos los gobiernos. Empezó con Menem y siguió con los demás, también con el macrismo y con este gobierno actual, que se define popular y que dice apoyar a los productores”, dispara.
Para el productor, hay un poco de todo para explicar los problemas de la lechería. “Es una falla de la política que no conoce al sector, pero también hay una falta de lobby en el sector lechero que no tiene injerencia política. Yo fui el segundo veterinario diputado en la provincia más ganadera de todas: Buenos Aires”, destaca. Casi todos los demás habían sido abogados.
Pero González, al igual que tantos tamberos de esta zona de Bunge, parece llevar leche en sus venas, porque asegura que a pesar de inundaciones y políticas mediocres, él seguiría apostando al tambo.
De eso se trata la vida después de todo, de ser feliz con lo que uno hace, y nos llena de orgullo.