En cada congreso de Aapresid, y esta semana comenzó uno de ellos, se cuentan los avances logrados en la Chacra que esa entidad armó en los Valles Irrigados de Norpatagonia (VINPA) hace 7 años. Siempre resulta interesante ver qué pasa cuando mediante el riego se transforman los ambientes desérticos de la región en áreas fértiles y cultivables, que aportan al desarrollo productivo y económico local.
En esta ocasión, luego de la exposición de la gerente técnica del proyecto, Magali Gutiérrez, sobre los avances en la chacra, llamó la atención la participación del especialista en suelos del Conicet, Luis Wall, quien estuvo analizando la evolución de variables de biología de suelos que tuvo lugar con estos manejos.
“Se vieron grandes diferencias en estos suelos respecto de los montes prístinos. El impacto del manejo sobre la biología de suelos es claro: grandes aumentos en la diversidad microbiana, lo que sorprende pues normalmente la agricultura produce el efecto contrario”, afirmó Wall.
El especialista añadió que otro resultado sorprendente de estos análisis es “el mayor nivel de interacción que se da en las redes de comunidades microbianas respecto del suelo de monte”.
“Detectamos grupos de hongos/bacterias que se relacionan con aumento de la MO (Materia Orgánica), formación de agregados, con la mejora de la salud del suelo. Todo esto asociado a rotaciones más intensas y diversas”, añadió Wall, quien se mostró satisfecho porque “empezamos a reconocer componentes de esa caja negra que es la biología de suelos”.
Magali, por su lado, relató que trabaja junto a varios productores en esta región con el objetivo de desarrollar sistemas productivos bajo riego con proyección de escala. “Se trata de una zona con niveles de radiación y temperatura muy beneficiosos para los cultivos, y que si bien es una zona árida, el Rio Negro ofrece agua en cantidad y calidad”, destacó entre las ventajas.
Como contraparte, contó que los suelos son deficientes: escaso desarrollo, poca MO y fertilidad. Tampoco había desarrollo de tecnología ni conocimiento adaptado.
La heterogeneidad y la mala infiltración eran problemas graves. “En 1 hectárea puede haber entre 4 y 5 sustratos de suelo, con comportamiento y características diferentes. Hay mucho microrelieve, que hace que el agua se acumule de forma muy irregular, generando excesos en algunos puntos y faltantes en otros”, agregó Sergio González, productor integrante del proyecto.
Magalí Gutiérrez, una agronóma que contagia ganas para producir granos en la Patagonia
El proyecto apuntó a desarrollar nuevos suelos, objetivo que se logró a través de varios ejes: cultivos poli específicos otoño-invernales para crear coberturas abundantes y evitar el ascenso de sales.
Otro eje fue el riego estival sobre coberturas vivas de moha, maíz de guinea y sorgo. Para hacer frente a la infiltración deficitaria, se optó por una estrategia de riego de láminas bajas y alta frecuencia. Logrando así que los cultivos vayan colonizando los suelos, el segundo objetivo fue lograr un ‘bombardeo de raíces intensas y diversas’ que aportan residuos con Carbono y Nitrógeno.
“En 2 a 4 años se lograron obtener rindes rentables. Entre los resultados más relevantes se vio una reducción de la densidad aparente, lavado sales, aumento de C y de la productividad: Pasamos de suelos que toleraban 1 vaca cada 15/20 hectáreas a trigos de 8 a 10 toneladas, vicias de 6 toneladas de materia seca, sojas de 3.5 a 4.5 toneladas y maíces de 12 a 15 toneladas”, señaló Gutiérrez.