El 24 de mayo de 1982 quedará grabado para siempre en el cuerpo y el alma de Luis Puga, comodoro ahora retirado de la Fuerza Aérea Argentina que estando en una misión tuvo que eyectarse de su Mirage M5 Dagger al ser impactado por el proyectil de un Harrier británico. Nadó durante horas (calcula entre 8 y 10) hacia lo que creía eran las costas de Malvinas, hasta que al atardecer pudo ver tierra. Pasó la noche caminando para no congelarse y al alba, cuando ya quedaban pocas energías y empezaba a alucinar, se encontró con un compatriota que lo rescató.
En la charla que tuvimos para grabar el capítulo 48 de Oli-Nada-Garcas “El podcast de tu vida”, además de compartir las sensaciones de este milagroso momento, contó de su amor por el campo desde pequeño, tanto en Mendoza como en Salta, debido al trabajo de su padre en el negocio forestal. Siendo piloto él también invirtió y estuvo por casi una década en el negocio. Ya retirado de la aviación volvió al campo: fue presidente de la Cámara Argentina de Certificadoras de Alimentos, Productos orgánicos y afines (CACER), y luego como emprendedor, con una empresa que comercializa equipos que facilitan la carga de insumos fluidos en los tambos.
Pasen y lean…
Infancia y campo: “Cuando era chico, tenía 11-12 años, allá por los años 60s, mi padre tenía campo en Salta, una gran explotación forestal, nosotros por entonces vivíamos en Córdoba y recuerdo ir al campo siempre que podía, para mí era una ilusión”, contó Puga. Y reconoció: “En ese momento pensaba que el campo iba a ser la actividad de mi vida pero finalmente me hice aviador, aunque al campo lo conozco de chiquitito, después lo sobrevolé mucho tiempo y cuando me retiré volví”.
De aquellos tiempos recuerda con anhelo andar a caballo, “ese olor a verde, quedó en mi ADN”. Hizo la primaria en Mendoza, en los jesuitas, y para el secundario entró al Liceo Militar de Córdoba. Cuando estaba promediando el secundario ingresó en la escuela de aviación. Esa incursión tempranera favoreció que con apenas 20 años cumplidos ya se haya recibido de piloto.
En algún momento, ya siendo aviador, cuando volvió de una capacitación en España, invirtió en un campo en Salta. Durante casi una década llevó adelante con una hermana una explotación forestal. “Hacíamos extracción de madera y teníamos un vivero forestal”, recordó.
Sobre la actualidad del país y del campo, Puga es tajante: “El campo es el que le está poniendo el pecho a las balas de esta triste realidad argentina para salir adelante, la única forma de salir es trabajando”.
La odisea de Malvinas: Consultado por su carrera aeronáutica, y qué lo había motivado, contó que jamás hubiera imaginado estar en una guerra, menos volando, pero cuando tocó por primera vez un avión se enamoró de volar. Así fue como formó parte de uno de los escuadrones Dagger y combatió en Malvinas.
En abril de 1982 Puga tenía 34 años (hoy tiene 75). “Cuando me enteré de la ocupación de Malvinas llamé al escuadrón a Tandil, me presenté voluntariamente y me hice cargo del tercer escuadrón, los más jóvenes, en formación, los dos primeros escuadrones ya estaban en Río Grande, Tierra del Fuego”, relató Puga. Y prosiguió: “Pasé unos días readaptándome porque hacía un tiempo que no volaba, y uno cuando deja de volar un avión de combate más de 45 días necesita una adaptación, así fue que llegó el 1ro. de mayo y empezamos a reemplazar a las tripulaciones que caían en combate”.
Así llegaron las misiones del 21 y el 24 de mayo. En la primera salieron seis aviones y volvieron tres. En la segunda, la del 24, salieron otros seis aviones. Así recuerda Puga cuando vio explotar el avión de su compañero al lado y supo que el próximo impacto iba a ser para él: “De pronto vi cómo derribaban al avión de Carlos Castillo, y eso me salvó la vida porque en pocos segundos, al ver la explosión de su avión supe que el próximo proyectil vendría para mí, lancé las bombas de mi avión inertes al mar y cuando estaba por eyectarme sentí el golpe en la cola de mi avión, fueron instantes”.
Segundos fatales para uno. Salvadores para otro. “Calculá que nosotros volábamos a casi 900 kilómetros por hora, unos 250 metros por segundo, pegados al mar, a 6 metros del agua, tres aviones, uno al lado del otro en 200 metros de distancia, cuando ví explotar el avión de Castillo supe que estaba en campo de misiles, en pocos segundos sentí el impacto y el velocímetro de mi avión se derrumbó de 900 a 600 km/h, tenía que eyectarme”, repasó Puga en un relato que ya ha contado centenares de veces, sin embargo, no deja de impactar.
Las bombas habían provenido de aviones Harriers que habían abierto fuego guiados por radar. Los pilotos argentinos no podían verlos. Además, que estaban detrás de ellos.
Pero lo peor, quizás, vino después. En segundos estaba en el mar, enredado en su paracaídas, en shock, pero tratando de poner en práctica lo que le habían enseñado: “Ante una emergencia, para y piensa, para y piensa”. Y así fue, trató de ordenar lo mejor posible sus ideas, ubicarse entre olas grandes y amenazantes que además tenían un condimento: la temperatura del agua que para esa época ronda los 6-7 grados.
Puga empezó a nadar hacia lo que él creía que era la costa malvinense. “Yo había visto que los aviones que escapaban iban hacia el oeste, por eso me ubiqué que las islas estaban al sur”, dijo. Y agregó: “Nadé un tiempo, calculo entre 8 y 10 horas, hasta que a la tarde empecé a ver la costa, ese dato hizo más llevadero desde lo emocional las siguientes brazadas”, contó.
Sin embargo, y si bien parecía que lo peor había pasado, quedaba pasar la noche y no morir de frío. “Haber llegado hasta ahí fue un milagro pero sobrevivir esa noche también lo fue, caminé y caminé para tratar de mantenerme en actividad, lo fundamental en un momento así es la fuerza interior que tiene uno para superar situaciones límite, esta fue muy límite, pero yo creo que esa fuerza la tenemos todos para cualquier cosa que nos puede pasar en la vida cotidiana”, aconsejó.
Otro dato no menor es que Puga sabía que la Fuerza Aérea Argentina lo iba a estar buscando. Eso también lo motivó. “De esto rescato el espíritu de equipo, otra cosa, además de la fuerza interior, para mí fundamental, sentirte parte de un equipo es importante, otro gran aprendizaje”, cerró.
“¿Kelper?”, “¿Miragge?”: Al día siguiente, al alba del 25 de mayo, Puga ya estaba sin fuerzas, medio perdido, por momentos con alucinaciones. “Me acuerdo que canté el himno para darme fuerzas y seguí caminando para la punta de un cerro, fue en ese momento cuando ví algo que se movía, no sabía si era una persona por mi estado, primero pensé que era un kelper, pero no, era un argentino que estaba buscando restos de otro avión, ´¿Miragge?´, me preguntó”, recordó Puga, quien al escuchar un tono inconfundiblemente porteño se derrumbó y se largó a llorar.
El soldado argentino le dio un poco de “coñac y un sugus”, le hizo un almohadón con el chaleco de supervivencia y fue a buscar ayuda. Puga estaba a salvo.
México 86 ¿Odio y revancha?: Cuatro años después de Malvinas llegó el Mundial de fútbol de México 1986 y el partido con Inglaterra por cuartos de final. Para algunos, una revancha deportiva. ¿Cómo lo vivió un ex combatiente? “Claro que lo vivimos distinto, pero sin bronca”, empezó el ex piloto de combate. De hecho se han juntado con ingleses, “con los que nos cagamos a tiros” y, sin embargo, “nos damos la mano y compartimos, porque sabemos que fuimos ciudadanos cumpliendo una misión, proteger la patria, el odio no sirve para nada”.
Aunque Puga, aclara rápidamente: “Más allá de que las Malvinas son nuestras, tenemos otras formas para recuperarlas que no son la guerra, ¿Cómo? Primero ocupándonos de nosotros, de Argentina, que volvamos a respetarnos nosotros mismos, y cuando los de afuera nos vean que somos un proyecto de país serio que podemos salir adelante, ahí los Kelpers y los ingleses nos van a mirar distinto”.
Por eso, repite: “Los goles de (Diego) Maradona los disfruté como todos los argentinos pero no tengo rencor con los ingleses, sí diferencias, porque para mí las Malvinas son Argentinas, no tengo dudas, separemos la paja del trigo,”.
-¿Qué te relaja, te distiende después de un día largo de trabajo?
-La música me encanta, me gusta leer, también el golf (N de la R: de hecho la nota la hicimos en un club en donde estaba esperando para salir a jugar), me encanta estar con mis nietos, los disfruto mucho. Uno aprende a gatear con un nieto y vuelve a ser un niño, esto me enloquece. Es importante mantenerse bien de salud y con alegría.
-¿Qué te gusta comer? ¿Sos buen parrillero?
-Me encantaba hacer asados. Pero ahora estoy medio vago… cuando tenía casa hacía asados y dicen que me salía muy bien. Ahora, estoy malcriado por mi yerno que hace asados ricos. No me gusta el pescado, todo lo que viene del mar me produce alergia (se ríe). Lo digo en broma. Me encantan las pastas y la milanesa con papas fritas… y de postre, el vigilante, queso y dulce. Simple.
–¿Tu lugar en el mundo?
-Un país, Argentina, sin dudas. Ciudades, dos: Mendoza y Salta, creo son las dos más lindas.
-¿Algún país que te gustaría conocer?
-Tengo sangre irlandesa por parte de mi madre, es una cuenta pendiente visitar la tierra de mis antepasados. Voy a ir. Estábamos por ir con mi mujer antes del Covid.
-¿Algún superpoder que te gustaría tener?
-Ninguno…, que se yo… a mí lo que me gustaría es soñar que mis nietos tengan una Argentina mejor. Y que mis hijos que están afuera alguna vez vuelvan y sientan que vale la pena estar acá.
-¿Cuándo dejaste de tener pesadillas con aquel 24 de mayo de 1982?
-La verdad, nunca las tuve. Tengo la cabeza muy dura. Primero doy gracias de estar vivo. Dicen que uno se conoce cuando le tocan el timbre, no tuve ningún trauma. Es algo que ya pasó. Sí es cierto que me emociono y lloro, porque soy muy sentimental, cuando me acuerdo que mientras nadaba en el mar buscando la costa, me acordé que el día que había salido de casa para Malvinas, le dije a mi hijo, el único varón entonces, “Ro, sos el hombre de la casa, te encargo la familia… ¡Tenía 7 años! Qué pedazo de peludo que fui. Haber puesto a una criatura en esa situación me carcomió el corazón… y hoy, todavía, me acuerdo y me emociono. Fue una de las fuerzas para volver, cómo pude ser tan irresponsable y machista.
-¿Un tema musical?
“Let it be”, dejame ser, de Los Beatles. Mi juventud. Cada vez que lo escucho me toca fuerte (se emociona de nuevo).