Comallo cuenta con unos 2000 habitantes. Es una localidad ubicada en el Departamento Pilcaniyeu, en la provincia de Río Negro. Se encuentra en el valle del arroyo homónimo que abastece de agua al pueblo y a los campos que lo rodean, y está emplazado sobre la Ruta Nacional 23, distante a unos 120 kilómetros hacia el este de San Carlos de Bariloche.
Su clima frío y extremo no ha sido condicionantes para una hosca idiosincrasia sureña, sino más bien que Comallo es reconocida por la hospitalidad y buen trato a sus visitantes, tanto que hasta tiene su Fiesta Popular de la Cordialidad.
Con el mismo temple, Magdalena Porma cuenta que nació en Laguna Blanca, un paraje distante a unos 80 kilómetros de Comallo.
“Estuve prácticamente hasta los seis años en el campo, después me llevaron a una residencia a estudiar y ahí me quedé hasta cuarto grado. Después me llevaron a Cipolletti con mi abuela, y seguido a eso ya me trajeron y no quise saber nada de irme para ningún lado más”, recuerda.
Para terminar la escuela, Magdalena hacía 17 kilómetros a caballo de ida y otros 17 para regresar. “Luego me fui al Valle a trabajar. Quería estudiar, pero uno cuando es joven y sobre todo cuando no hay contagio de gente de tu familia que haya estudiado, es difícil. La mayoría eran analfabetos”, agrega.
“Mi mamá no sabe leer ni escribir, el estudiar no era una obligación o algo que vieran como una alternativa para la vida, pero si lo era el trabajar. Si trabajabas eras un buen joven y si no, eras vago”, cuenta.
Magda quería estudiar pero estaba mal visto venir de la escuela del campo. “Después no podía seguir una escuela de ciudad porque es mucho más difícil”, recuerda que le decían. Por este motivo comenzó su vida laboral en distintos galpones, como embaladora de durazno, de tomate, cosechando uvas, y trabajando de empleada doméstica”.
“También estudié corte y confección y después dactilografía”, señala.
Pero nuevamente llegó el tiempo de volver. “A mi papá lo mataron en el 84 por un problema de tierras, así que nos volvimos con un hermano al campo, a quedarnos con mi mamá y a trabajar. Aprendí a hacer de todo”, asegura.
Tras una gran nevada en 1984, Magdalena comenzó a trabajar como promotora de un proyecto como la única mujer entre los 14 integrantes que lo conformaban y avanzó en la atención de necesidades de los parajes y localidades, con el acompañamiento a cooperativas en cuanto a la comercialización de sus productos.
“Hubo una importante mortandad de animales después de una nevada grande. Por eso, a través del Obispado de Viedma, comenzaron a promocionarse cooperativas de productores ovineros y caprineros, para fortalecer la actividad”, relata Magda.
Esa experiencia sentó las bases para que en 1986, junto a un grupo de productores de ovejas y cabras conformara la Cooperativa Agrícola Ganadera Amuleim Com, con solo 18 años. “En 2008 ya entré a la presidencia hasta estos días”, señala.
La organización nuclea a 110 productores de lana –entre ellos unos 30 de mohair- distribuidos en un radio de 200 kilómetros a la redonda. “Acá el problema es la distancia, pero nosotros trabajamos con galpones de acopio. Yo estoy en Comallo, que es la sede, pero cada galpón tiene su trabajo en la esquila y nosotros dentro del Consejo vamos a organizar todo para el trabajo del año con la gente”, relata.
“La Cooperativa además de hacer el acopio y la comercialización de lana en sí, compra además mercadería, leña y forraje. Se solventa con el 10% de todo lo que entrega el socio y de ahí pagamos el acarreo, las reuniones, los análisis”, detalla. Luego aclara que alcanza justo para las actividades que llevan adelante, “pero se mantiene”.
Magdalena, que ha sido premiada en el 5º Congreso Internacional de Coninagro en 2022 con la distinción Mujeres de la Ruralidad, reflexiona que su larga estadía como presidenta de la cooperativa puede deberse a que “soy una más de ellos, nunca me metí en política partidaria, ni en religión”.
“Incluso en esta cooperativa no hay técnico metido adentro porque todas las cooperativa tienen técnico; yo estudié y me recibí de Técnica Agropecuaria con especialización en pasturas, pero formulo proyectos y nada más”, describe.
“Creo que también puede ser porque hay mucha confianza y se acostumbraron a mi metodología de trabajo. Adentro trabajamos todos y eso implica que ellos también se comprometen”, asegura.
“Ahora estamos por hacer una venta anticipada, porque uno con los años ya aprendió. Si hoy el lote logramos venderlo y que nos prefinancien en algo, ahora que vamos a necesitar plata, ya tenemos algo que es nuestro, que no depende de nadie, que no va a tener un interés. Se compromete el lote, pero también sabemos que es un año muy difícil, no sabemos si va a valer la lana, porque estos precios son internacionales”, comenta.
“Estamos dando un paso importante al hacer un contrato. La lana que se junta se vende. Si sube perdemos. Aunque ganás acá también, porque nosotros necesitamos plata ahora, no en diciembre, no en febrero. Ahora hay que afrontar la esquila, los gastos las eventualidades”, señala.
“Las empresas exportadoras llevan la lana a Trelew y ahí la sacan para distintos países”, explica. Y asegura que “esta cooperativa se ganó la confianza del trabajo concreto, más allá de los programas de calidad; a veces hemos vendido mejor sin estar adentro de ellos”.
Porma anhela que se sumen jóvenes con nuevos proyectos para poder ir dejándoles su lugar. “¿Cuántos años más puedo seguir? Yo ya tengo 59 años y los quehaceres de la Cooperativa no me dejan tiempo para envejecer. Hay que lograr mayor confort para los jóvenes en el campo, para que puedan venir”, remarca.