El año pasado la noticia de que la compañía estadounidense Microsoft había adquirido bonos de carbono producidos por una empresa ganadera australiana por un valor del orden de 500.000 dólares australianos generó un gran revuelo en la comunidad pecuaria global.
A partir de ese disparador, tanto empresarios agropecuarios como investigadores y emprendedores tecnológicos de diferentes naciones de base ganadera comenzaron a trabajar con el propósito de evaluar la factibilidad de comercializar servicios ecosistémicos en el mercado voluntario de bonos de carbono.
En ese marco, este jueves, durante la última jornada del XXVIII Congreso Argentino de la Ciencia del Suelo 2022, que se realizó esta semana en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba), se trató el tema en un panel de expertos en la materia.
Con el lema “Presente y futuro de las investigaciones de secuestro de carbono en la Argentina”, investigadores veteranos y no tanto charlaron de manera distendida sobre los desafíos que se presentan, especialmente en lo que respecta a la necesidad de consensuar una metodología única para realizar monitoreos de carbono.
Para tener una idea del tema, ni siquiera está claro a qué profundidad habría que tomar las muestras para realizar los monitoreos (¿30, 50 o más centímetros?), así que hay muchas horas de conversaciones pendientes para establecer un consenso.
Todos estuvieron de acuerdo en que el contexto actual ofrece una oportunidad única para instalar en la agenda pública la acumulación de carbono en los suelos, algo que los científicos que estudian hace décadas ese recurso crítico para la humanidad vienen proponiendo sin mayor éxito.
Pero ahora, como el suelo pasó a ser el protagonista central de las denominadas “soluciones basadas en la naturaleza”, que impulsan acciones orientadas a mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), muchos investigadores dedicados al tema pasaron de un cuarto no muy iluminado en una institución académica a tener un rol esencial en la comprensión del potencial ambiental presente en los suelos.
Todo manejo restaurativo de los ecosistemas que contribuya a recuperar la biodiversidad y heterogeneidad del paisaje rural es un factor clave, pero tales esfuerzos son inútiles sin un marco metodológico, validado científicamente, que permita medir la captura (o no) de carbono orgánico.
La charla, moderada Carina R. Álvarez, contó con intercambios muy interesantes realizados por Roberto Álvarez, Gonzalo Berhongaray, Guillermo Alberto Studdert, Juan Galantini, Matías Ezequiel Duval, Pablo Luis Peri, Juan José Gaitán y Gervasio Piñeiro. Es decir: todos “titanes” en el estudio de la ciencia del suelo.
Pero el panel, que se extendió por casi dos horas, contó con un aporte llamativo realizado por Roberto Álvarez, quien calificó los esfuerzos realizados para mitigar las emisiones de GEI por medio de acciones agronómicas como “una moda”.
“Los estudios serios a nivel global, que estiman cuánto puede aportar la agricultura para mitigar el cambio climático por medio de la adopción gradual de prácticas de restricción de residuos, rotaciones mejoradas, etcétera, dicen que podrían llegar a secuestrar entre 3% y 4% de las emisiones antrópicas, así que lo de mejorar el clima con el suelo no va”, expresó Álvarez, quien es investigador del Conicet y profesor de la Cátedra de Fertilidad y Fertilizantes de la Fauba.
“Algunos investigadores del suelo por escrito incluso han dicho que esto del secuestro de carbono es una estafa a la sociedad; de todas maneras, los agrónomos sabemos que incrementar la materia orgánica del suelo es bueno por otros motivos. Pero esto (del carbono) es una moda que dentro de diez o veinte años va a pasar y buscarán algún proyecto industrial para solucionar el problema”, añadió.
El comentario, que cortó por un momento el entusiasmo que venían mostrando todos los integrantes del panel, finalmente no fue profundizado y se siguió hablando de los múltiples beneficios derivados de poder instalar en la agenda pública la necesidad de monitorear y conservar el suelo por medio de prácticas que no solamente contribuyan a incrementar el volumen de carbono, sino fundamentalmente a promover la microfauna presente en los suelos.