Nelio Torres Villa, de 35 años, llegó hace unos 14 años a la Argentina desde Tarija, Bolivia. Desde ese momento se dedicó a “la quinta”, como él mismo llama a su actividad: la producción de verduras. Hoy, instalado con su familia en la zona de Abasto, en el cinturón verde de La Plata, integra la cooperativa Moto Méndez, formada por 32 familias de productores bolivianos que han logrado organizarse para comprar 4 hectáreas propias y trabajarlas entre todos.
Estos productores, como hacían sus ancestros, ceden uno o dos días de trabajo a esta organización grupal.
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En Bichos de Campo quisimos hablar con algunos de los socios de la Moto Méndez porque esa cooperativa, apuntalada desde el Ministerio de Agroindustria bonaerense, acaba de cerrar trato con el lujoso Hotel Hilton de Puerto Madero, zafando de la venta a “culata de camión” tan frecuente en los cinturones hortícolas.
“La culata de camión le llamamos porque los productores vendemos en nuestras quintas. Los compradores vienen hasta acá, vendrían a ser como intermediarios. En el caso del Hilton, en cambio, vendría ser una venta directa, del productor al consumidor”, nos explicó Nelio, que junto a sus socios de la cooperativa está construyendo un galpón para acopiar y acondicionar la producción destinada al hotel de Puerto Madero y otros clientes. Tratando de zafar de la intermediación.
Mirá el reportaje completo con Nelio Torres Villa:
Todos los socios de la Moto Méndez sufren penurias parecidas. La más grave de ellas es la inestabilidad, pues no son dueños de la tierra que trabajan individualmente y entonces pagan alquileres bastante caros en relación al valor de su producción (de piso, unos 6 mil pesos por mes por hectárea). Además se suma el alto costo de la electricidad que consumen para hacer funcionar el riego.
“Vamos ahí, pechando”, nos dice un par de veces el secretario de actas de la cooperativa, donde además se intenta con suerte dispar caminos nuevos como la producción “agroecológica”, no tan dependiente de los agroquímicos. El mercado, sin embargo, no suele premiar demasiado esas aventuras. Sobre todo cuando regresa el intermediario y la venta “culata de camión” vuelve a hacer de las suyas. Las verduras, en especial las de hoja, son productor perecederos, que pierden valor muy rápidamente.
En este clima tan inestable, donde los contratos de alquiler deben ser renegociados como los de un departamento, cada dos o tres años, los quinteros bolivianos invierten poco en infraestructura fija y no siempre cuentan con una vivienda adecuada para los suyos. Nelio solamente considera como propios la madera y el nylon con los cuales arma el invenadero precario. Sabe que en cualquier momento debe trasladarse con todo ese material a otro terreno.
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“La demanda de la tierra viene desde hace años. Lastimosamente no todos contamos con la misma suerte. Bueno, algún paisano pudo comprar, pero hoy en día esta recomplicado”, resume Torres, que cerró la entrevista contando que posiblemente él debe volver a migrar de lote, por los altos costos que han ido adquiriendo estos meses post devaluación muchos de los insumos de la actividad.
Nelio resultó ser bastante expresivo en comparación con Armando Gutiérrez, otro de los socios de la cooperativa de quinteros bolivianos que dio el batacazo con las ventas directas de verduras al hotel Hilton. Mirá esta entrevista:
Gutiérrez llegó a alquilar una hectárea de tierra a 6.100 pesos por mes para producir verduras luego de pasar por la experiencia de trabajar como mediero para los “portugueses”. Nos dijo que con la relación de costos actual entre insumos y precios de venta, “no me alcanza, porque es todo muy caro. Tengo que pagar la luz, y las semillas. Todo vale caro, así que no se puede sacar casi nada” de rentabilidad.
De todos modos, este socio de la Moto Méndez es agradecido de las posibilidades que les brinda el país. “Aquí tengo todo para vivir. A ellos (se refiere a sus hijos) no les falta nada, van a la escuela, más o menos está todo bien”. Acepta, de todos modos, que si pudiera tener un lote propio de tierra algunas cosas cambiarían.Sobre todo, “podría hacer una casa buena”.