Como en otras situaciones de emergencia, la inundación encadena una serie de tragedias cotidianas. Por eso es que lo que sucede desde marzo pasado en el partido de 9 de Julio parece sacado de un cuento de García Márquez, aunque lamentablemente no sea así.
En esa amalgama de pequeñas historias atravesadas por el abandono y la bronca de tener el agua hasta las rodillas, es que aparece la de Miguel Errecarret, un productor que llegó a ver la época dorada del pueblo de La Niña, pero ahora sólo le queda conformarse con el ocaso.
Ahí, en el interior del interior de la provincia de Buenos Aires, Miguel hace lo mismo que hizo toda la vida: Tiene su tambo, cría animales y siembra. Y no es que la inundación lo tome por sorpresa, porque ha sido testigo de muchas otras peores, por lejos. Pero tal vez por la edad, las experiencias pasadas o por el hartazgo de ver que todo se repite, esta vez le cuesta ser optimista. Por ver a su hijo lo mismo que sufrió él para producir. Esa imagen de que nada mejora es devastadora.
“No la veo fácil, pero voy a pelear hasta el final”, dijo el productor en la recorrida que hizo junto a Bichos de Campo, con los pies embarrados, por los intransitables caminos del partido. Queda claro que cuando lo que se juega son proyectos de vida, no es un sencillo “todo pasa” lo que calma los ánimos.
Y en esa sucesión de pequeñas tragedias que hacen a una inundación, Miguel se anota algunas. En su caso, gracias al tambo y el ganado, no puede no visitar el campo al menos una vez al día, pero el tema no es tanto cómo entra y sale él, sino cómo lo hace la producción.
En verdad sí es importante cómo lo vive el, porque es tan deplorable el estado del único camino que le queda disponible para acceder a su campo, que ir es también toda una aventura. Y lo hace en camioneta, porque evita el tractor para no hacer más daño del que ya hay. “A ese camino lo precisa mucha gente, y hay que tratar de conservar un poco la única salida que tenemos”, explicó.
El efecto de las lluvias iniciadas a principios de otoño ha sido bastante dispar en todo el partido. En su caso, con un campo en zona baja, estima que el 70% de la superficie la tiene bajo agua. Eso impacta de lleno en su producción porque es menos alimento para las vacas, y, como no hay stock de forraje que alcance, Miguel también se las tiene que ingeniar para que entren camiones a abastecerlo.
Entonces, el dolor de cabeza es doble. Como así también los costos, porque producir en esas condiciones torna todo más caro. Que la va a pelear, como buen descendiente de vascos, no le quedan dudas, pero también está el fantasma de un desenlace que nadie quiere siquiera mencionar, que es la descapitalización. “Esperemos no tener que vender vacas”, dijo.
Si está un poco harto es porque ve la historia repetirse. Algo similar vivió con la gran inundación del 2001, mucho más trágica para la zona que la actual, en la que eran tan difícil sacar la leche de su campo que directamente habían decidido producir masa para muzzarella para no perder la materia prima y, al menos, recuperar un poco de dinero.
Mirá le entrevista completa con Miguel Errecarret:
Y esa misma pulsión a la repetición fue la que también, en otra época, dejó al pueblo de La Niña, que está a unos 40 kilómetros de la ciudad cabecera, casi sin habitantes. Ahí mismo supo funcionar la fábrica de lácteos Mendizábal, la que producía el Mendicrim, y que ocupaba más de 30o trabajadores. Había entonces una vida social y comunitaria de la que hoy quedan sólo los recuerdos.
Producir entre épocas de sequías e inundaciones es, para los pocos que quedan, casi un acto de rebeldía. “Es lo único que sé hacer”, dijo Errecarret.
Lo que queda por delante, en una de las filiales de la Patria olvidada, es esperar que el agua se vaya. Lo que tenía que hacerse, que son obras hidráulicas y de infraestructura, no se hizo cuando hubo años óptimos, los de sequía, y ahora sólo se puede improvisar y tapar baches.
“Esto es una cachetada más de las tantas que nos vienen pegando la naturaleza y los políticos”, lamentó el productor, que con la misma convicción que se para en medio del barro a mostrar su realidad, y con la que va todos los días a su campo, es que la seguirá luchando. Por lo que construyó y lo que quedará de eso.