El 14 de enero de 2002 habían pasado los días furiosos en que los presidentes no duraban ni 48 horas en la Argentina: en una pocas semanas había habido cinco distintos, contando al que dejó el poder en medio de una crisis descomunal, Fernando de la Rúa, y el que se disponía a ver si podía arreglar las cosas, Eduardo Duhalde.
Ese día, tras los buenos oficios de la iglesia católica que comandaba un cura llamado Jorge Bergoglio, más de mil personas pertenecientes a un centenar de organizaciones políticas, sindicales, empresarias, financieras, de la educación y la cultura, se reunieron en el marco de la convocatoria institucional inédita que la historia recordará como la mesa del Diálogo Argentino. Fue un paso clave para comenzar a dejar atrás el estallido social de fines de 2001.
Las organizaciones rurales que años después, en 2008, en otra gran crisis política formarían la Mesa de Enlace, también estaban allí, aportando su granito de arena y aceptando a regañadientes que el campo volviera a tributar retenciones, como un impuesto de emergencia que luego duraría hasta nuestros días.
Este jueves, los directivos de esas mismas organizaciones agropecuarias volvieron a reunirse en la sede de la Sociedad Rural Argentina (SRA) en el barrio de Palermo, para evaluar paralelismos y diferencias entre aquella crisis de 2001 y esta que vivimos ahora. Quizás, esperando una nueva convocatoria a un Diálogo Argentino remixado que no parece ser posible en el marco de agresiones verborrágicas entre los principales candidatos a presidente, los ruralistas prefirieron guardar cautela y decidieron no emitir un comunicado conjunto.
En un tuiter cuyo texto fue acordado, apenas, se informó que “las autoridades de la Mesa de Enlace se reunieron en la SRA. Durante el encuentro manifestaron su preocupación por la situación del país y plantearon la necesidad de certidumbre y tranquilidad a toda la sociedad. También, dialogaron sobre diferentes temas sectoriales”.
A pocos días de las elecciones para elegir presidente y en medio de una corrida devaluatoria que empobrece a los argentinos a niveles incluso peores que los de veinte años atrás, el teléfono no sonó, al menos por ahora.