Durante la última edición de la Expo Rural de Mercedes, Corrientes, un stand tenía cartelitos escritos a mano y una acumulación de frascos que, para cualquiera que venga del palo productivo, parecen decirlo todo y nada al mismo tiempo. “Productos herbales”, “productos naturales”, “flora”.
Ahí fue donde nos recibió Florencia Schlapbach, con una calma que no se aprende en ningún curso y con un lenguaje que, a medida que avanza la charla, obliga a este cronista de Bichos de Campo a admitir que no entiende demasiado de cosmética, bálsamos ni tinturas.
Florencia se presenta como fitoterapeuta y aclara, casi de entrada, que su trabajo no pasa por “hacer cremitas”, sino por acompañar procesos terapéuticos con plantas medicinales y elementos de la naturaleza. Hasta hace un año vivía en el campo, a unos 50 kilómetros de Mercedes, con monte y pastizal a disposición. “Salía a recorrer y a buscar plantas”, cuenta. Y agrega que, aunque había estudiado fitoterapia, al principio conocía las clásicas: manzanilla, lavanda, romero. Lo demás vino después, hablando con la gente del lugar, esa que “conoce muchísimo las plantas del monte y cómo se usan”, y buscando los nombres científicos para entender bien qué hace cada especie y qué principios activos tiene.
El clic llegó en un momento muy concreto de su vida, donde se cruzaron la pandemia y la maternidad. Confinada en el campo, rodeada de aromitos, espinillos y yuyos que crecían solos, empezó a preguntarse para qué sirve todo eso que está ahí. “Tenía la necesidad de saber”, dice. Hasta entonces, su vínculo con las plantas no era medicinal. Tomar un té de manzanilla, poco más.
A partir de ahí, empezó a investigar, a formarse, a leer libros, a hacer talleres, y sobre todo a probar. Primero en ella, después en su familia. “No todo funciona igual en todas las personas”, aclara, aunque también sostiene algo que sorprende, y es que cada planta tiene tantas propiedades que “es como un botiquín entero”.
Hoy, lo que Florencia o “Flora” produce, se vende bajo la marca Alquimias del Monte, y la lista de productos es muy extensa.
Mientras habla, señala frascos y ejemplos. El palo amarillo -o cedrón de monte, según la zona- sirve para el empacho, el dolor de estómago, la acidez, como digestivo. En guaraní, explica, significa “cuna del niño”, porque se coloca cerca del recién nacido para cuidar, abrigar, espantar males.
Ahí el relato se mete en un terreno menos habitual para el agro duro: energías, esencias florales, el “alma de las plantas”. Florencia se ríe y concede que suena esotérico. “Volvamos al campo”, propone, y vuelve.
Mirá la entrevista completa con Florencia Schlapbach:
El proceso es meticuloso y tiene mucho de manejo responsable del recurso. Las plantas se cosechan cuando están sanas, en el momento lunar correspondiente, dejando siempre parte para que sigan creciendo. Se secan de manera natural, en lugares oscuros y secos. De ahí salen las tinturas madre, extractos hidroalcohólicos concentrados, que se usan en gotas diluidas en agua. También hay macerados en aceite, donde las propiedades pasan al medio graso, y bálsamos, que suman cera de abeja. Todo lo que usa, remarca, es libre de agroquímicos y de primera prensada en frío.
Los usos terapéuticos aparecen uno tras otro: pasionaria para ayudar a dormir y relajar; cardo mariano, para limpiar y regenerar el hígado; jarilla del monte chaqueño, con propiedades similares a la árnica, para músculos y articulaciones. Hay yuyos en bolsitas, con instrucciones atrás: infusiones, pediluvios, baños, buches. El pie, explica, absorbe por la piel y transmite esos efectos al cuerpo.
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Hoy Florencia vive en la ciudad, pero el campo sigue tirando. Los fines de semana vuelve a cosechar, a caminar el monte, a buscar plantas. Se le escapa una confesión final, dicha casi al pasar, pero que resume todo: falta a veces el viernes al colegio con su hijo y se van antes. “Ya muero por ir al campo”, dice. Y en esa frase, más que en cualquier frasco, queda claro que su trabajo no es una moda verde ni un emprendimiento urbano, sino una forma de seguir escuchando lo que el monte tiene para decirle.




