La producción pecuaria en la porción más austral del territorio argentino continúa amenazada por una problemática que ya lleva varias décadas: la proliferación de perros asilvestrados.
Como producto de un proceso de crecimiento urbano y de reordenamiento territorial que se dio en las provincias de Tierra del Fuego y de Santa Cruz, hacia fines del siglo pasado y principios del actual muchos perros quedaron abandonados.
La falta de campañas municipales de castración apuntaló el aumento de esa población de animales, que terminó por perder su domesticidad y recuperar su carácter salvaje original. La principal afectada es la producción ovina, uno de los principales sustentos económicos de la región, que registra pérdidas importantes en manos de las jaurías salvajes.
“Yo tengo cincuenta años y cuando tenía entre seis y siete este tema ya estaba. Los perros no supervisados por el humano fueron migrando hacia el campo y ahora ya están establecidos en toda la zona rural. En Tierra del Fuego supo haber más de dos millones de ovinos. Hoy no llegamos a los 250.000. Muchas de las estancias del Ecotono, que es la zona de bosque bajo al sur de Río Grande, desaparecieron o sustituyeron su producción por el problema de los perros”, dijo a Bichos de Campo Lucila Apolinare, productora y secretaria de la Comisión Directiva de la Asociación Rural de Tierra del Fuego.
Ese intento de sustitución se dio con los bovinos, cuya población creció en 50.000 cabezas. Sin embargo por un tema de costos y rentabilidad, la mayoría de los productores continuaron abocados a los ovinos, aunque intentando achicar las superficies empleadas.
“Las estancias más chicas acá tienen entre 6000 y 10.000 hectáreas, por el tipo de manejo extensivo que se hace. Es muy difícil el tema de los cercos, pero sí hay quienes trabajan con alambrados eléctricos y barreras de ese tipo. Hoy hay perros con comportamientos similares a los de los lobos, que han nacido y se han criado en el bosque. Pueden entrar en un rodeo en una noche y matarte entre 20 y 30 animales. Y no es solo hambre, sino la caza por instinto”, señaló Apilonare.
De nuestro archivo: Especial Bichos: los perros salvajes de Tierra del Fuego
Y aunque esa clase de ataques se da mayoritariamente a campo abierto, otras afecciones volvieron de rebote a las ciudades. Las principales tienen que ver las mordidas a personas y el retorno de ciertas enfermedades zoonóticas que se consideraban erradicadas, como la hidatidosis, que supo estar controlada en Tierra del Fuego gracias a una legislación provincial.
“El perro asilvestrado es el efecto de la irresponsabilidad por parte de los dueños y de un Estado totalmente ausente, como en otros tantos temas. De eso se derivan muchas cuestiones como la contaminación medioambiental con materia fecal portadora de parásitos. Eso marca la gravedad de la cosa”, indicó a Bichos de Campo el veterinario Fabián Zanini.
“Hoy no sabemos cuántos son, qué hacen, dónde andan, cómo se reproducen, dónde comen, cuánto comen, cómo pasan el invierno. Son todas preguntas que no tienen respuesta. Falta mucho para estudiar. Nosotros registramos dos partos al año de perras con cámaras trampa. Crían tres cachorros de los siete u ocho que suelen tener en cada camada; eso es constante. Y la frutilla del postre es que tienen alimento a disposición permanentemente y no tienen predadores”, agregó el especialista.
Los principales predadores de la Patagonia son el zorro colorado y el puma, que en ambos casos han sido desplazados territorialmente por el crecimiento de las jaurías de perros. “El hábitat del zorro se ha corrido y ya el lado chileno de la isla está sufriendo ataques de perros que provienen del lado argentino. El perro camina mucho, se adaptó de forma impresionante al bosque”, afirmó Zanini.
En la provincia de Santa Cruz, con 24 millones de hectáreas y 23 zonas pobladas entre ciudades y parajes, la situación se replica. “Es una desidia colectiva, una irresponsabilidad acumulada. Al no haber políticas de controles estrictas, las especies se multiplican fenomenalmente. Casi no hay ningún establecimiento ovino pegado a una localidad poblada a causa de los perros. Los productores cercanos a las ciudades han visto como única opción el abandonar la actividad. Se han duplicado las pérdidas anuales de ovinos en los últimos diez años. Se ha pasado de una mortandad histórica de entre el 2% y 3% a casi el 10%”, aseguró a Bichos de Campo Miguel O’Byrne, presidente del Instituto de Promoción de la Ganadería de Santa Cruz.
Y como si estos números desalentadores no fueran suficiente, ya se han detectado numerosos perros sueltos entre las ciudades chubutenses de Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia, lo que da cuenta de la rapidez de su dispersión.
¿Qué medidas de control hay sobre la mesa? Un puntapié inicial sería la puesta en marcha de un plan sistemático de castración en las ciudades y centros urbanos, que no se interrumpa en el tiempo como sucede actualmente.
En el caso de Santa Cruz, O’Byrne remarcó que “cuando aparecen los problemas y las tensiones, hay un plan de castración que dura una temporada, pero luego se frena por dos temporadas más. Nunca se le gana al crecimiento exponencial. No hay un plan estratégico de control en ningún municipio”. La segunda medida, y quizás la menos popular de todas, es la caza de los perros. Tierra del Fuego cuenta con una resolución del año 2008 que autoriza los sacrificios.
“Guste o no guste, es un animal al que hay que eliminar. Es una plaga que pone en riesgo la salud de la biodiversidad del lugar. Se ha convertido en el impuesto más grande para producir ovinos en la zona”, consideró Zanini. A esas dos alternativas se les suma la colocación de sebos, trampas y cámaras de monitoreo, como otras estrategias de control.
Aunque esas medidas han probado su efectividad en distintas ocasiones, lo cierto es que aplicadas en forma descoordinada no tienen un gran impacto sobre la problemática, que parece ser invisible para la agenda de la política.