En su predio de más de 140 hectáreas, los casi 900 alumnos del Centro Agrotécnico Regional (CAR) de Venado Tuerto hacen de todo. Los más pequeños, al ingresar al jardín, aprenden a contar con pollitos bebés y conocen el aroma de las plantas del té que toman a la mañana. Los adolescentes, por su parte, pueden dirigir el tambo automatizado, hacer inseminación artificial y hasta estudiar el genoma humano. La única regla de oro es trabajar.
Sobre eso insiste, desde hace 50 años, Mario Huber, el histórico referente y alma mater del colegio. “No paramos nunca. Una escuela agrotécnica trabaja los 365 días al año”, señaló en diálogo con Bichos de Campo. Combinado con una estricta escala de valores y un afán por la innovación constante, eso ha convertido al CAR en una institución insignia de la provincia y el país.
Mario era un joven ingeniero agrónomo cuando ingresó al colegio. Desde entonces, no tuvo problema en dejar de lado su profesión para ver crecer la institución y convertirla en un faro educativo. Que valió la pena no le quedan dudas, porque fue un orgulloso maestro agropecuario y ha podido proyectar al CAR mucho más allá de Venado Tuerto y la comunidad local.
“El objetivo nuestro era ser un liceo como los que hay en los países del primer mundo”, describió el referente. La idea es que, en la jornada doble turno, los alumnos puedan vivir la experiencia del agro completa, más allá de cuidar una huerta, criar animales o hacer lácteos. Por eso, desde muy jóvenes, aprenden sobre hidroponia, trabajan en un feedlot, llevan adelante un tambo robotizado y hasta dirigen su propia planta potabilizadora.
Incluso, mucha de la tecnología con la que cuenta el colegio no existe siquiera en los campos aledaños, por lo que son también la punta de lanza de la innovación privada de la región.
A casi 60 años de su fundación, que estuvo a cargo de un grupo de 22 cooperativas y necesitó del apoyo del entonces gobernador Carlos Reutemann para transferirles las tierras fiscales que ocupaban, mucho ha cambiado. Hoy, el CAR de Venado Tuerto es un colegio mixto, incorporó el nivel primario e inicial y hasta ha sumado orientaciones novedosas, como lo es el bachillerato en biotecnología.
Es que también el país cambio. Sin ir más lejos, sólo 4 cooperativas quedaron en pie y son las que integran el Consejo Administrativo junto a productores independientes.
Tal vez Huber piense que su tarea ahí halla finalizado. “Vengo de paseo nada más”, dice. Pero, si bien ya no se encarga de lo estrictamente burocrático y cuenta con equipos que dirigen el colegio, aún aporta su visión y experiencia. De hecho, viaja para conocer otros proyectos, fortalece vínculos bilaterales y se encarga de que siempre haya algo nuevo para sus alumnos y maestros. Esa es su forma de entusiasmarse tras décadas de trabajo.
Mientras ahora piensa de qué forma van a incorporar la inteligencia artificial a su currícula, también recuerda su férrea oposición al uso de teléfonos celulares. Parece una contradicción pero no lo es, porque para Huber no se puede trabajar en procesos complejos, como tareas industriales o la aplicación de agroquímicos, si hay una distracción de por medio.
Pero aclara que, para competir con el uso del celular por parte de los chicos, lo que hay que hacer es ofrecerles una educación igualmente entretenida.
Hace varios años atrás, cuentan las malas lenguas en el colegio, Mario solía tirar en un tacho los celulares que encontraba. El tiempo le dio la razón, porque, de hecho, es un tema que hoy varios colegios intentan combatir. De todos modos, de ninguna manera eso significa que vivan en el siglo pasado, sino que, por el contrario, buscan llamar la atención de los alumnos de otra manera. “Lo fundamental es innovar, que es lo que le gusta a los chicos”, señaló el referente de la comunidad educativa.
En ese intento de generar entusiasmo radica hoy el principal pasatiempo suyo. Por eso organizan concursos de huerta y jardinería, participan en competencias con sus productos regionales y fortalecen los programas de intercambio para conocer otras experiencias. Sin ir más lejos, mientras algunos de sus alumnos producen aceitunas en La Rioja, otros están estudiando el genoma humano a partir de los peces. El abanico es muy amplio.
También realizan homenajes a personalidades del agro, como Luis Landriscina.
Mirá la entrevista completa con Mario Huber:
Si se le pregunta a Huber qué es lo que les ha permitido llegar a donde están hoy, la respuesta parece sencilla: “No se puede tener una escuela técnica sin un flor de equipo trabajando”, señala. Incluso, si se usa la metáfora agrícola, él insiste en que cada área no puede “cuidar su quintita”, sino que se debe trabajar en conjunto con el agro y en vistas de aportar a la producción.
“Más que un programa agroeducativo, esto es una cultura del trabajo”, reza un cartel colgado en uno de los accesos al colegio. Y al mirar esas experiencias, de tanto trabajo manual e intelectual, aflora el interrogante de por qué no hay más colegios agrotécnicos en el interior productivo, o por qué no pueden crecer tan fácilmente. Para Huber, que dedicó gran parte de su vida a esta rama educativa, la respuesta está en la falta de apoyo.
“El agro argentino habla de educación pero no se compromete”, apuntó, y señaló más que nada a las instituciones y empresas que luego se ven beneficiadas por la mano de obra calificada que sale de los colegios. También falta, a su parecer, que los ministerios productivos y de economía los contemplen como actores clave del ecosistema agrícola y se solidaricen con las iniciativas.
Como corolario, Huber deja una máxima preocupante que asegura que “el país está 100 años atrasado en educación técnica”.