-Buenas tardes, ¿puedo hablar con el dueño?- dijo el visitante.
-Buenas tardes. Sí, está hablando con la dueña, señor.
-¡Ah, disculpe! Pensé que era la señora de la limpieza…
-Es que también hago la limpieza- respondió Ani Sotelo entre risas.
Esta pequeña escena fue la semilla que dio origen a lo que hoy es Dulce Ani, una casa de té que elabora sus propias tortas, facturas y alfajores ubicada en Pehuén-Có, a 80 kilómetros de Bahía Blanca, a 67 de Punta Alta, y que forma parte del grupo de turismo INTA Cambio Rural Tradiciones Mediterráneas. Pero para llegar a este momento de quiebre antes pasaron muchas cosas, me dice Ani mientras caminamos por una playa casi desierta (estamos en abril) a excepción de unos pescadores que prueban suerte desde la costa.
“Llegamos a Pehuén-Có por casualidad en 2008 y nos encantó”, comienza Ani. Y ese ´llegamos` hace referencia a su compañero Gabriel con quien compartió hermosos e intensos 23 años de su vida. “Nos fascinó la paz de este lugar, la posibilidad de ver el atardecer y el amanecer desde el mar y que sentimos que nos daba la posibilidad de reencontrarnos con nosotros mismos. Así que 2009 directamente planificamos las vacaciones aquí, en marzo de ese mismo año registramos la marca de alfajores Pehuén-Có y en diciembre abrimos un localcito para vender los alfajores con receta propia pero que fabricaba un tercero”.
Ani y Gabriel vivían en Santa Rosa, La Pampa, donde tenían un bodegón especializado en chacinados y escabeches de carnes no tradicionales como jabalí, ciervo y conejo entre otras, con el que “les iba bien”.
-Y entonces, ¿por qué se querían ir?- pregunto mientras uno de los pescadores tironea de la caña y mueve a toda velocidad la manijita del reel.
-Varias cosas -responde-. Y sobre todo que un día Gabriel me dijo “estoy cansado de trabajar con la sangre y la muerte”, porque era él quien hacía los chacinados. Y la verdad es que lo entendí.
Una vez que abrieron el local de alfajores (cuya construcción se la habían encargado a un carpintero del lugar) sienten que se han enraizado en esta localidad balnearia y cada vez les resulta más duro volver a Santa Rosa (420 kilómetros de distancia), así que deciden comprar una parcela para construir el local “de verdad” y jugarse al cambio de vida.
La idea original era dedicarse a lo dulce pero a veces la fuerza de lo conocido pesa y entonces, en diciembre de 2010, abrieron un bodegón donde comienzan solo con picadas y luego suman pizzas, pastas y guisos, como todo bodegón que se precie de tal. Gabriel, muy entusiasmado con el cambio, se muda por completo a Pehuén-Có para empezar también a construir la casa, mientras Ani todavía hace base en Santa Rosa, ya que es directora de un instituto de danza y arte.
-Pero yo también quería largar todo y venirme -me cuenta-. Quería empezar con este proyecto en este lugar hermoso y a la vez me daba miedo dejar el trabajo seguro que tenía. Intenté sostenerlo todo lo que pude pero me terminé enfermando, así que renuncié a ese cargo directivo y me quedé con unas horas cátedra que me permitían venir solo una vez por semana a Santa Rosa.
Bien, Ani, la libertad es lo más importante, pienso en ese momento de nuestra conversación. Esto que ella me cuenta ocurrió en 2014 cuando deja (casi) todo para dedicarse de lleno al bodegón. Pero se dedica tanto pero tanto que trabaja 14 horas por día cocinando y lavando, sin salir de la cocina; en 2016, luego de 2 años de no asomar la nariz a la calle, es que ocurre la escena que dio inicio a esta nota.
-Ese día fue un clic para mí. Sin darme cuenta el bodegón me había consumido, ¿sabés lo que es pelar 5 kilos de cebolla por día de lunes a lunes?- me interpela Ani.
-No, no lo sé. Ni puedo imaginarlo- respondo.
-Es agotador. Pero por sobre todas las cosas me di cuenta de que yo me había desdibujado, me había vuelto invisible. Nadie sabía quién era yo porque nunca aparecía, porque aunque Gabriel como anfitrión siempre hablaba de mí con los comensales, yo nunca tenía tiempo de estar en el salón.
-¿Y qué hiciste?
-Decidí que era el momento de montar mi propio local con cosas dulces, como era mi idea de origen.
Así fue que Ani se anota en un instituto de gastronomía de Bahía Blanca para capacitarse en este rubro, luego se especializa en pastelería en Punta Alta y finalmente realiza un curso intensivo sobre chocolatería. Finalmente en 2018 abre un local en el centro de Pehuén-Có para vender alfajores, chocolates, masas y tortas hechos por ella misma y su equipo, que es todo un éxito, en especial la estrella de la casa, que es el alfajor de chocolate con dulce de leche y merenguitos.
Todo iba sobre ruedas hasta que en 2020 surge la pandemia. Ahí cierran el bodegón (hasta colocan el cartel de “se vende”) y Gabriel se ve profundamente afectado, ya que además de ser fuente de ingresos es su contacto diario con la gente y parte de su identidad. Ani sigue trabajando en su local por ser del rubro delivery de comidas y en junio deciden usar las instalaciones del bodegón (haciendo las modificaciones que requiere Bromatología) para instalar Dulce Ani, ya como casa de té con elaboración propia.
-Creo que ese fue uno de los días más felices de Gabriel -recuerda Ani en relación al día en que él mismo quitó el cartel de “se vende”-. Formalmente abrimos en octubre de ese mismo año y acá sigo, en mi casa de té y en el lugar donde elegí vivir.
El uso de la primera persona singular (“sigo”) se debe a que Gabriel falleció en enero de 2021. Fue muy difícil todo para Ani porque de pronto se encontró sin ese compañero con quien habían comenzado la aventura en este balneario de 800 habitantes. A pesar de eso, siguió adelante y hoy su empresa es fuente de trabajo para 12 personas y un lugar donde la gente hace fila para comprar (otro de los más pedidos es el alfajor vegano con frambuesa).
“Yo terminé la escuela primaria en el campo y disfruté mucho de esa etapa y luego al terminar me fui a estudiar a Santa Rosa pero siempre me quedó un vínculo con la ruralidad”, dice. “Decidí sumarme al grupo de turismo rural Tradiciones Mediterráneas porque es una red que sostiene y contiene, y donde se tejen vínculos; además brinda la posibilidad de recibir capacitaciones y compartir experiencia con otros emprendedores”.
Y hablando de hacer comunidad, Ani en 2020 también comenzó a vincularse con grupos de mujeres desde el arte haciendo un taller virtual de canciones feministas que dicta su vecina Silvia Palumbo, artista y cantaurora, creadora de la compañía Brujabrújula. En 2022 las mujeres que habían participado del taller arman, junto a Silvia, un espectáculo con las canciones que habían compuesto y ya han salido de gira por la provincia de La Pampa y de Buenos Aires. El espectáculo se llama “La voz que cambia los vientos”.
-¿Van hombres a las funciones?
-Sí… y se quedan impactados porque con las canciones develamos muchas cosas naturalizadas de las que no se dan cuenta…
-¿Y cuándo se dan cuenta qué pasa?
-Algunos se levantan de la butaca y se van.
-¿Será que hay cosas que no gusta escuchar?
-Claro, porque es molesto darse cuenta de que aquello que se hace como algo natural le está provocando dolor a otra persona.