Es triste, pero pareciera que hay situaciones en las que se hace inevitable cerrar un tambo, sobre todo cuando la actividad viene de una constancia de golpes que terminan haciéndose insostenibles. Este parece ser el caso de la familia Catarozzi.
Ubicados unos 10 kilómetros al norte de Malabrigo, allá donde la provincia de Santa Fe empieza a terminar o empezar desde el norte, tuvieron en este último tiempo entre 40 y 50 animales en ordeño, que -antes de la sequía y la inundación de principio de año- llegaron a estar promediando los 24 litros por animal, pero que en este comienzo de junio tan sólo llegaban a 15 litros diarios.
Diego Cattarozzi es docente, maestro de música y profesional del bajo eléctrico y la guitarra, que a sus 37 años tiene una interesante carrera con artistas como Orlando Veracruz, Efraín Colombo o Leandro Lobatto. Tres días a la semana da clases en escuelas que están a más de 150 kilómetros de su casa, en La Gallareta y Marcelino Escalada. Fue a fines de 2019 que por la enfermedad de su padre Miguel Angel, más conocido como “Tati”, tuvo que involucrarse en la actividad productiva.
En el apuro de ayudar, desde un lado más administrativo, Diego de golpe dejó de ver en el tambo sólo los recuerdos de la niñez y desembarcó en el que era el campo de su papá, a pocos meses de él fallecer. Ahí es donde su tío Luis, que hoy tiene 63 años, había empezado a ordeñar muy pocas vacas a mano y vender leche de forma particular en 1992.
Para 1995, y de la forma más artesanal, comenzaron a vender la materia prima a Milkaut lo que les permitió al año siguiente acceder a la compra de una ordeñadora y saltar a los 500 litros. El crecimiento fue constante y para 2011, con una inversión importante, “Tati” ampliaba el horizonte inaugurando una sala con seis bajadas en espina de pescado, equipo de frío y así llegar al piso que todo tambo debería tener.
Pero las sucesivas crisis climáticas, políticas, sectoriales siempre los fueron golpeando. Sin dudas fue 2023 el punto de inflexión.
Con Luis y su familia a cargo de las tareas productivas, desde el ordeño, la guachera, la inseminación, el laboreo, sin tercerizar, no fue posible hacerle frente a la ola histórica de calor, a los golpes del Dólar Soja, a los límites en los precios al productor que la gestión económica de Sergio Massa les había puesto a las industrias; y sin haber cobrado por sus pocos litros jamás los aportes del programa Impulso Tambero, por motivos que desconocen, fue que en decisión familiar definieron en diciembre llegar con el ordeño hasta este mes de junio. En medio volvieron a sufrir lluvias excesivas en enero y una olea de calor drástica en febrero, que terminó de afectar la productividad.
“No fue fácil tomar la decisión. Salvo mi tío, ni yo ni mi hermano ni mi mamá vivimos de manera directa de esta actividad, que en el último tiempo se hacía cada vez más difícil”.
En mayo cobraron 385 pesos por cada litro de leche, un buen número que no pudo revertir el rumbo. Fue así que la empresa Trebolar, que comercializa productos de marca Las Carmelitas, los ayudaron en este tránsito que les significó ubicar a las mejores vacas en tambos de la zona, y lo mismo con algunas terneras.
Teniendo su propia tierra, contando al menos con esa tranquilidad de no arrendar, liquidaron el rodeo con una jaula que el martes pasado partió a un frigorífico cercano, con vacas de leche que se transformarán en carne para la exportación a China.
Ahora tendrán que vender las últimas terneras y vaquillonas e iniciar el camino del ganado de carne, de la cría bovina, para reconducir a ese campo.
Por ahora las instalaciones no se tocan. “Debería venir una muy buena noticia, una buena época para la lechería como para que volvamos a la actividad”, comentó Diego a Bichos de Campo, mientras repasa el declive sectorial del plazo en el que se desee pensar, porque “ninguno de los últimos gobiernos se acordó nunca del sector”.
“Para tomar esta decisión se pusieron en la balanza muchas cosas, pero ahora que ya el tambo se fue creo que contarlo, que se fue otro tambo más, puede servir para que se empiece a hacer algo, porque los productores en definitiva no tienen ninguna política de apuntalamiento, a pesar de ser este un trabajo muy sacrificado, sobre todo en los tambos más chicos”.
Diego Catarozzi entiende a la perfección que la lechería tiene mucho de sentimental en su día a día, que se genera un vínculo con las vacas que no se da en otra actividad, pero que en definitiva “todo termina siendo una cuestión económica”. Así, no hay acompañamiento de los colegas que pueda detener lo que es un momento particular que marca una nueva forma de ver a la producción primaria, una reconfiguración del mapa que de conseguir políticas acordes pueda gestar una nueva fase que, al menos, ofrezca estabilidad.