Guillermo Schnitman -más conocido como el Viejo Farmer— habla con la calma de quien lleva medio siglo observando cómo crece una planta. Nació y se crio en un departamento sobre la avenida Estado de Israel y Corrientes, en Buenos Aires, pero su primera visita al campo le cambió la vida. “Era una jaula para mí eso -recuerda-. Una vez mis padres me llevaron a un campo familiar en Entre Ríos y dije: bueno, es esto. Tenía siete u ocho años. Desde entonces, cada vacación pedía que me llevaran ahí”.
La entrevista se realizó una mañana de invierno en Escobar, donde actualmente vive Guillermo, En charla con De Raíz, repasó su recorrido del campo a la ciudad y su manera de entender la producción, la ciencia y la vida cotidiana en torno a la tierra.
Con los años, la relación se volvió definitiva. Su familia compró un campo en Entre Ríos y, mientras él estudiaba Veterinaria, comenzó a combinar la mirada técnica con la curiosidad por la tierra. Más tarde decidieron vender ese campo y comprar otro, cerca de Ranchos, en el partido de Chascomús.
“Ahí me llevé un par de libros. Uno era el de Bill Mollison, “Permacultura”, recién salido. El otro “La vida en el campo”, de John Seymour. Con esos libros empecé. Y con lo que me contaban mis vecinos, que es muy importante. Ellos saben las lunas, de dónde vienen las tormentas, cómo arreglar un molino o hacer un alambrado. Aprendí muchísimo que no hubiera podido aprender de los libros.”
Su formación como veterinario lo llevó a mirar el campo desde lo animal y lo productivo, no solo desde la huerta. “Era un campo ganadero, no agrícola. La huerta era un hobby, un lugar de investigación y de alimento”.
Aun así, esa pequeña porción de tierra fue su laboratorio personal. Allí ensayó rotaciones, compostajes y la idea que sostiene hasta hoy: que el autoabastecimiento no es una utopía.
Autoabastecerse de una huerta es totalmente posible, comenta. O, por lo menos, disminuir muchísimo la compra. De eso se tratan sus libros: de planificar. “Porque si no planificás, terminás desperdiciando el espacio con cosas que no comés”, asegura.
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En ese campo, a lo largo de los años, desarrolló un sistema de pastoreo racional inspirado en los trabajos del francés André Voisin. “Llegamos a producir 680 kilos por hectárea y por año, un récord para la zona. Cuando los agrónomos vieron eso, me invitaron a presentarme al Premio al Emprendedor Agropecuario del Banco Hipotecario. Y gané el primer premio.”
Más adelante, la vida lo llevó por otros caminos. Se dedicó a empresas familiares y luego fundó Eco Pampa, la primera compañía argentina que produjo carne orgánica certificada para exportación y mercado local.
“Jumbo nos dio un gran espaldarazo. Querían tener una línea orgánica y nosotros hicimos la carne El Cobijo, envasada al vacío, de campos certificados bajo nuestra supervisión. También participé en la redacción de las primeras normas de producción orgánica de carne, contratado por la Secretaría de Agricultura, cuando Felipe Solá estaba al frente”.
Años después, ya sin el campo como empresa, volvió a la escala doméstica. La pandemia lo encontró con tiempo libre y con la misma pasión intacta. “Hubo un auge de las huertas. Algunos hacían pan de masa madre; lo mío seguía siendo la huerta. Me metí en grupos de Facebook, pero era un descontrol. Descubrí Instagram y me inventé este personaje de el Viejo Farmer”.
El nombre, cuenta, surgió de una mezcla de humor y homenaje. “Proviene de un personaje de historieta de Robert Crumb, Mr. Natural, un viejo que daba consejos filosóficos totalmente disparatados. Un chanta, pero venerado por su aspecto y su tono. Riéndome de mí mismo, me inspiré en él. Por eso, cuando hablo, nunca digo hoy les voy a enseñar, porque no creo estar enseñando nada. La gente tiene que aprender sola. A lo sumo puedo transmitir mis experiencias”.
Hoy, el viejo Farmer combina la sabiduría del oficio con la mirada técnica del profesional. Publica, investiga, hace videos y sigue observando la tierra con la misma fascinación de aquel chico que se escapaba del departamento de la ciudad.
“La comunicación es una gran responsabilidad -dice-. No hay que mandar fruta. Cada uno tomará lo que le sirva. Yo solo reparto mis perlas de sabiduría… que nadie me pidió”.