Hasta no hace mucho tiempo un hombre a los 65 años se jubilaba y listo: a partir de ese momento, de algún modo, su vida empezaba a terminarse. Alfredo Alfonso tiene 69 años, hace unos 4 que descubrió su vocación y desde entonces se dedica a esto que lo hace profundamente feliz a él y a los demás: elaborar los fideos, raviolones y sorrentinos que son los preferidos de sus vecinos en Hilario Ascasubi, sur de la provincia de Buenos Aires.
Pero un pequeño detalle: antes de dedicarse a la gastronomía y tener su fábrica de pasta Los Nietos, Alfredo tuvo una casa de repuestos y antes de ese negocio fue camionero durante 30 años. ¿Cómo fue que pasó de aquello a esto?
“La venta de repuestos dejó de ser rentable y acá estoy”, es lo primero que responde Alfredo tratando de cerrar el tema y mientras separa unos fideos recién hechos para que se sequen y logren la consistencia deseada para la venta. Pero esta cronista quiere saber el cómo, cuándo y por qué de esta transición que seguro (pero seguro, como todo cambio) tiene una historia atrás, aunque el entrevistado no la quiera contar en seguida o, incluso, no la haya registrado del todo.
“No sé bien por qué me puse a hacer esto, quizás porque siempre me gustó cocinar, tengo dos hermanos cocineros”, dice Alfredo. “Cuando cerré el negocio de repuestos no sabía qué hacer y entonces Rosa, una vecina de acá, me dijo `¿por qué no te ponés a hacer pastas´”?
-¿Y usted qué respondió?
-Que ni loco, si yo no sabía hacer nada de esto.
A los cinco minutos de esta automática negativa Alfredo estaba en la casa de Rosa aprendiendo el ABC de la elaboración de pastas caseras y cuenta, con orgullo, que le salieron bien enseguida. Es más: siente que algo se despertó en él vinculado a “dar de comer” y a atender gente porque además de las pastas es el encargado de cocinar para fiestas multitudinarias de su ciudad, como el almuerzo pos cabalgata que todos los años organiza la escuela agraria de Hilario Ascasubi donde participan 240 jinetes con sus familias.
“Será que siempre veía cocinar a mi mamá; somos muchos hermanos y ella estaba mucho en la cocina que siempre olía muy bien”, expresa, “recuerdo verla amasar, hacía los mejores fideos… quizás me viene de ahí”. Y algo de esto debe haber porque Alfredo también se ha sumado al grupo de turismo INTA/Cambio Rural Aguas Turísticas de Villarino, donde junto a otros emprendedores, buscan dar a conocer las bellezas y valores del lugar, con la propuesta de cocinarle a los turistas que lleguen a la zona
“Me apasiona cocinar para muchas personas, atender gente y también probar cosas nuevas, como cuando Alicia, una de las integrantes del grupo Aguas Turísticas, me propuso hacer un estofado con las papas del topinambur, una planta que ella tenía en el predio de sus cabañas y que tiene muchísimas propiedades nutricionales, y lo hicimos y salió fantástico”, cuenta Alfredo con alegría. “En cuanto a las pastas, mi sello es que lo que vendo es totalmente fresco, me levanto a la hora que sea para que quien me compra se lleve fideos, raviolones o sorrentinos hechos en el día”.
-Entonces, al final su vecina Rosa le enseñó muy bien…
–La verdad que sí, y hasta me prestó su máquina para hacer pastas. ¡Y yo la usé tanto que se la rompí y le tuve que comprar una nueva! Pero por suerte muy rápido empecé a tener clientes, todo por el boca a boca porque nadie hacía fideos artesanales en la zona y se ve que era algo que la gente quería.
Al poco tiempo de tener su emprendimiento Alfredo dejó de amasar a mano y fue comprando equipamiento como la amasadora, sobadora y cortadora y justo cuando se estaba “armando”, alguien abrió una fábrica de pasta a metros de su casa.
“Listo, se acabó”, cuenta que pensó cuando vio el negocio: “Se terminó esto que me gusta tanto”, se lamentaba. Pero nada de esto ocurrió: mantuvo sus clientes sin cambios, a los pocos meses la fábrica cerró y no volvió a abrir en ningún lado. Hoy Alfredo sigue elaborando 6 kilos de fideos por semana, 3 docenas de sorrentinos y lasaña a pedido.
“Mi sueño es tener un restaurante chiquito, solo de pastas, y atender yo mismo a los clientes”, confiesa. Mientras sueña con el restaurante Alfredo, a su rol de hacedor de fideos, le suma que una vez por año prepara locro y mondongo, lo anuncia por la radio local, y los vecinos hacen fila en su casa para comprarle. “Nunca alcanzan las porciones”, asegura.
-¿Tanto gusta su comida, Alfredo?
-Parece que sí, no sé por qué. Incluso la gente se acerca a felicitarme…
-¿Y usted qué le dice?
-¿Yo? ¿Qué voy a decir? Nada… si me emociono tanto que se me caen las lágrimas.