Guido Emilio Ruberto escribió para el medio especializado entrerriano Campo en Acción este imperdible retrato sobre un almacén de ramos generales que “es el punto de encuentro desde hace casi 100 años para quienes viven y trabajan en el distrito Costa Grande, pero también para muchos visitantes y numerosos ciclistas que recorren el circuito turístico creado a partir de tres antiguos almacenes de campo, un museo rural y las bellezas naturales del campo en el departamento Diamante”. Obviamente, robamos esta bella crónica.
Un camino de broza que más parece un talco nos lleva desde la ruta 11 hasta el viejo almacén de ramos generales. “Lo de Ecclesia”, como dicen los lugareños, auténtico ícono de la ruralidad entrerriana, testigo silencioso de inmigrantes que encontraron en estas bucólicas praderas su lugar en el mundo. En pocos días, el 25 de marzo para ser bien rigurosos, el bolicho cumplirá 96 años de puertas siempre abiertas, desde aquel lejano 1925, cuando carros, sulkys o caballos llevaban y traían a los pobladores que se abastecían de lo necesario en el recién inaugurado establecimiento.
“Ese día abrió por primera vez el almacén que perteneció a la familia Sorasio, el primer propietario. Después lo administró un señor de apellido Mórtola, luego un Juri, y después Eduardo Ecclesia, mi tío. Hace más de 70 años que comenzó la participación de mi familia, cuando mi tío deja y se hace cargo mi padre” cuenta Norma, quien junto a su hermano Edelmiro, son los responsables de una tradición que se prolonga en el tiempo.
Los hermanos (foto) atienden el viejo almacén familiar que abre todos los días. “Si alguien necesita algo vienen y golpean, aunque sea la siesta, es así”. Es el lugar que elige el peón de campo para ir despidiendo el día con una copa o para proveerse de lo que necesite, porque en el establecimiento tienen de todo un poco. Desde alpargatas, tazas enlozadas, dulces y pan casero y lo imprescindible para la vida cotidiana.
“Hace casi 50 años estamos nosotros” relata Norma, mientras su hermano atiende a la clientela. “Primero fueron mi papá y mamá, ahora nos toca, después cuando no estemos no sé” dice detrás del mostrador y de riguroso barbijo, mientras prepara una picada de mortadela, queso y salame para un grupo de parroquianos con estética muy urbana que se han acercado en este atardecer de verano, donde el calor no afloja aquí en Costa Grande. Pero a la picada le faltaba algo y en otro viaje van hacia la mesa las empanadas y pizzas recién salidas del horno y con aromas que hacen agua la boca.
Ecclesia, apellido italiano que habla de una de las más importantes migraciones hacia nuestra tierra, pero también un significado si lo traducimos al español: Iglesia. ¡Y sí!, este almacén es el templo de numerosos fieles que concurren a diario en una suerte de ritual donde no hay ostias pero si una copa de vino, aperitivo o cerveza, empanadas o pizzas caseras (verdaderos manjares) como perfecta excusa para el encuentro social, la charla, un truco o la simple pertenencia a un lugar.
Como tantos otros, los Ecclesia llegaron desde Italia con los sueños de muchos gringos. Trabajar, progresar y formar familia, dejando atrás la tierra que los vio nacer y que poco les podía ofrecer entonces, con tantas guerras y desesperanzas juntas. Y aquí fueron forjadores de una nueva nación, junto a los españoles, alemanes del Volga, suizos o franceses, y hasta el presente.
El paso del tiempo. El almacén fue y es uno de los ámbitos de reunión insoslayable para las familias de la colonia, aunque hoy, para Norma, esa referencia ya no es tal por el despoblamiento rural. “Mucha gente se fue en distintas etapas del campo, otros ya no están entre nosotros” señala.
De todos modos, los Ecclesia, junto a otros dos establecimientos rurales – Almacenes Rodríguez y Capellino-, el museo de campo de Edgardo Stürz y sitios para alojarse, como “El Descanso”, son parte de un interesante espacio turístico denominado “Huellas de Costa Grande” que vuelve a convocar –con los cuidados sanitarios que se imponen- cada fin de semana a numerosos visitantes que llegan desde las ciudades vecinas a compartir un momento en estos lugares detenidos en el tiempo, postales de una provincia que fue eminentemente rural.
Otra iniciativa que se concretó por última vez en enero del año pasado -y esperan poder realizar más adelante- tiene que ver con la “Noche de los Almacenes” de Costa Grande, un proyecto turístico cultural que tuvo una amplia repercusión de público que disfrutaron de la música y una tenida gastronómica singular, en una actividad que se inicia al atardecer y se extiende hasta la madrugada en los frentes y patios de aquellos antiguos locales de ramos generales, a los que el hombre de campo se arrimaba para comprar mercaderías. Algo cambió, el caballo, carro o sulky le hicieron lugar a las camionetas 4×4.
Presente y futuro. “Mucha gente regresa a estos almacenes y revive sus años de juventud en el campo” dice Norma. La nostalgia que le dicen, que ayuda y mucho a que estos lugares permanezcan abiertos y trabajando con intensidad a partir de las numerosas visitas.
“Antes se vendía todo fraccionado” responde ante la consulta, mientras sirve un Cazalis, la bebida preferida de los parroquianos que a diario vienen al almacén, como don Santiago Romero, payador lugareño con bombachas bien gauchas, alpargatas y sombrero típico de ala ancha y firme, pañuelo al cuello y facón en la cintura. Hoy ha venido acompañado por un sobrino de la ciudad de Rosario que bebe una gaseosa cola. “¿Libretas?. Nooo” dice, aunque reconoce a que algún fiado siempre hay. “Todo cambió, con la inflación casi que no se puede” indica.
El interior del almacén se conserva casi inmaculado. El ancho mostrador de madera, una antigua balanza con dos platos y sus pesas, todo en bronce y mármol, un par de mesas para la copa y la picada. En las estanterías que llegan hasta el techo está todo lo que el comercio ofrece y algo más, aunque Norma dice que no se puede competir con los supermercados, en el almacén se pueden encontrar los alimentos básicos pero también algunas fuentes y tazas enlozadas difíciles de encontrar en la ciudad; alpargatas, velas y muchas bebidas que se sirven en el bar. Una enorme heladera que conserva bien fría las cervezas, vinos y el vermú.
“Lo de Ecclesia” no es una esquina típica del campo. El edificio, que está a poco menos de dos kilómetros de la Ruta 11, en una curva del camino que va hacia Isletas y de otro que se pierde hacia el norte, es una antigua casona en ochava con añosos arboles a sus espaldas, testigos de un tiempo que se fue, donde ya no está el palenque para los hombre de a caballo… ahora son hombres y mujeres en bicicletas que llegan como una tropilla luego de recorrer kilómetros de caminos estirando músculos y como una forma de recrear el día.
Cómo llegar al viejo almacén. Tierra diamantina de ensueño, con sus campos que parecen mares de intenso esmeralda en esta época del año, con esos establecimientos agropecuarios donde se respira producción y creación de alimentos. Desde Paraná por la ruta nacional 11 hasta el Km 58. “Bienvenidos Costa Grande” reza un gran cartel a la izquierda. Desde ese lugar, donde funcionan dos almacenes, el de Ríos y el de “Diego”, hay que transitar hacia el este 1,7 kilómetros hasta la vieja casona con un cartel oxidado de Pepsi sobre la puerta en ochava y debajo la leyenda: Almacén y bar Eclesia, con una sola ese.
El sol comienza a ceder ante las primeras sombras de la noche. Se podría describir cada rincón del viejo almacén, impregnados de voces y recuerdos casi centenarios, pero también está aquello que es imperceptible a los ojos y que forma parte del alma de éste y otros viejos almacenes de campo que van quedando en la Entre Ríos más profunda, en esas familias que, como los Ecclesia, han resistido y persisten en el lugar que eligieron padres y abuelos cuando llegaron a estas tierras bendecidas por la naturaleza. Vale la pena llegar a este lugar de pioneros, compartir una copa, una picada, y disfrutar en silencio de los atardeceres de Costa Grande.