Hay una pintoresca actividad fluvial en la Argentina. Musa inspiradora de canciones, pinturas y películas, la costa del Paraná transporta a cualquiera a una sensación de paz, naturaleza y cadencia de acordeón.
Quizá esa imagen sonora y visual llegue a esta crónica gracias a Jorge Fandermole, un músico litoraleño que encajaría perfectamente con estas líneas. El movimiento suave del vaivén de las aguas marrones de Victoria, encajan a la perfección con Oración del Remanso, copla dedicada a un rincón de la costa santafesina, pero que se hace extensivo a miles de rincones del Paraná.
“Cristo de las redes
no nos abandones.
Y en los espineles,
déjanos tus dones”.
Ese es el estribillo de la conocida canción del rosarino. Ese fraseo estuvo justamente resonando en la cabeza de este cronista mientras recorríamos las costas de Victoria, en Entre Ríos, para grabar una serie de testimonios con pescadores artesanales de la zona. Esa localidad del sur provincial es conocida por tener una historia ligada a la pesca artesanal. El monumento al pescador, frente al puerto, es muestra de ello.
La recorrida por la zona incluyó una mañana completa en aguas de la Laguna Grande, donde se aglutinan los pescadores con sus canoas. Allí, el Cristo de las Redes debe hacer de las suyas. Ese lugar, por estos días es el único donde los espineles pueden recoger los dones del protagonista de la canción.
Hasta allí deben ir los pescadores de Victoria, una centena de ellos. A casi tres horas de viaje. Antes, el pescado estaba cerca, se podía ir y venir en el día. Hoy por los dragados que se hacen en el canal principal del Paraná, las bajantes históricas y también por la depredación del recurso, hay que viajar mucho para llegar a pasar los terraplenes de tierra, que solían ser puentes de agua para que el río tenga vida.
Viajar hasta allá es caro. El valor del combustible para recorrer esos kilómetros hace que haya que optimizarlo, y los pescadores deben quedarse en la isla hasta tres o cuatro días, para hacer rendir esa nafta. Ahí es donde se arman las “ranchadas”, típicas construcciones de lona y palos que sirven de refugio hasta que se logre una cantidad aceptable de piezas, y allí emprender la vuelta a puerto y entregar el botín.
“Calma de mis dolores, ay, Cristo de los Pescadores,
dile a mi amada que está apenada esperándome:
Que ando pensando en ella, mientras voy vadeando las estrellas,
que el río está bravo y estoy cansado para volver”
A todas horas resonó esta melodía en la cabeza del equipo de Bichos de Campo. De esas charlas con los pescadores, pudimos extraer una pieza audiovisual que presentamos como programa de televisión sobre los “bichos de río”. Allí intentamos explicar el recorrido completo de la explotación de un recurso natural: el ictícola, y como deben atravesar los pescadores este momento de crisis que los afecta en todo sentido.
Para quien escribe estas líneas, conocer de primera mano la vida de estos habitantes de la isla resulta revelador. Los viajes interminables. Las disputas por los cardúmenes. El tamaño de las mallas de pesca. El hielo para mantener frescas las capturas. La isla. La inmensidad. La desolación. Esa pintura se dibuja con tristeza. Tanto esfuerzo con el río bravo y sin poder volver, para entregar la pesca por unos pocos pesos.
Los pescadores artesanales viven en la marginalidad más dura. Pescan bajo su riesgo, viven a su suerte. No hay ART ni condiciones de estabilidad económica. Entregan en la costa a acopios o frigoríficos, que pagan solamente 1.000 pesos por kilo de piezas de bajo valor, y unos 1.100 por kilo de sábalo. Si no pescan, no pueden llevar sustento a sus familias.
“No pienses que nos perdiste, es que la pobreza nos pone tristes.
La sangre tensa y uno no piensa más que en morir”.
Pedro Daniel es uno de estos habitantes de la isla. Un bicho de río. Lo cruzamos volviendo de la Laguna Grande un viernes a la mañana, luego de varios días de buscar la pieza.
Pedro se mete varios días río adentro y busca alternativas. Sabe que no puede vivir solo de lo que entrega a los acopios de la costa. No le alcanza. Todo lo que pesca, sirve. A Pedro lo encontramos fileteando una carpa que pescó, que tendrá destino de carnada para turistas que irán buscando dorados o surubíes, en una excursión de pesca deportiva. Esos trozos de carpa se pagan muy poco, pero es un extra. Todo sirve. Pedro ya pasó las tres décadas en el río. “Pesco desde los 17”, nos cuenta, mientras sostiene el afilado cuchillo.
De bote a bote, Pedro Daniel nos cuenta: “Se pesca variado. Cuando hay sábalo, sábalo, sino pescado de línea. O pejerrey cuando hay”.
Nos cuenta también el pescador que durante la gran bajante del Paraná, entre 2020 y 2021, se tuvo que ir porque no había agua, y por ende no había pesca. Si no hay pesca no hay sustento. Puerto Ruiz está a más de 100 kilómetros de Victoria, llegando a Gualeguay. Hasta ahí tuvo que remontar el río para encontrar algo que vender. “Fuimos todos para allá. Acá no se podía andar. En 2020 nos tuvimos que ir al San Lorenzo a pescar”, cuenta también como una anécdota de lo que significa su vida en el río.
Mirá la nota completa con Pedro Daniel, pescador artesanal:
“Tengo el color del río y su misma voz en mi canto sigo,
el agua mansa y su suave danza en el corazón.
Pero a veces oscura va turbulenta en la ciega hondura,
y se hace brillo en este cuchillo de pescador”.
Sebastián Enrique es otro de los pescadores que amablemente accedió a contar su laburo a los micrófonos de este medio. Dejó que “abordemos” su canoa, y de bote a bote, poder hacerle unas preguntas.
El brillo del cuchillo encandila más en las manos de Sebastián. Era filetero, trabajaba en un establecimiento de faena de pescado, pero éste dejó de llegar como antes y tuvo que salir a buscarlo. “Hace una semana que empecé a pescar”, nos cuenta, mientras sostenemos las embarcaciones para mantenernos cerca y poder charlar.
Sebastián es de Victoria. Tuvo que lanzarse al río. No le quedó otra. Y no está fácil, pero es lo que hay para él. Despinaba sábalos y bogas en la ciudad, pero ya no. “No hay nada. Se complicó todo”, nos dice. “No sale nada, y hay que rebuscársela. Hay poco. Buscamos sábalos, bogas, algunas taruchas (tarariras). Lo entregamos a los acopios o frigoríficos. A veces conseguimos alguna changa de filetero, pero está difícil”, agrega el entrerriano.
Mirá la nota completa con Sebastián Enrique, filetero y pescador en islas de Victoria:
“Agua del río viejo, llévate pronto este canto lejos,
que está aclarando y vamos pescando para vivir”.
La Municipalidad de Victoria está haciendo avances en unir a los pescadores, mejorarles las condiciones laborales y de vivienda, pero no es fácil. Cada intento es saboteado por las grandes industrias que no quieren que los pescadores mejoren en casi nada. Hay frigoríficos que pagan un poco más, cooperativas que los mismos pescadores formaron para mejorar el precio, y ejemplos de agregado de valor a la pesca.
En eso está trabajando el gobierno local. Buscan que los pescadores guarden un porcentaje de lo que capturan, y puedan emprender con esa materia prima como motor. Ejemplos hay de como poder mantenerse a flote.
Pero no es fácil dejar. Hay que volver al agua, sino no llega nada a la olla. Los pescadores llevan ADN del Paraná en la sangre. No pueden hacer un bolso e irse a la ciudad, o dedicarse a otra cosa. Su vida es la vida en la isla.
José Luis es un puestero de la zona y pescador. Debe hacer las dos cosas para poder subsistir. Lo encontramos volviendo de Laguna Grande, en el medio del camino hacia puerto. Dos horas y media de viaje. Su canoa está llena de sábalos, surubíes y alguna raya, que se guarda para hacer milanesas. El resto, va al frigorífico.
“Está floja la temporada. Hay poco pescado y mucha palometa, que te come los tejidos y te deja sin nada. Cada 15 o 20 días tenemos que cambiar todo”, nos cuenta.
El problema, según dice, está en los precios. El sábalo se paga un poco más que el surubí. El sábalo se procesa y se exporta a mercados exigentes como Colombia, Bolivia o Estados Unidos. El surubí en su mayoría sirve para otros procesos. “No nos quieren aumentar. Son todos iguales. Trabajamos para ellos, ponemos todo pero ganan ellos. No tenemos otro para entregarle, son los únicos”.
Jose Luis es de la zona, y vive de la isla desde los 10 años. A sus 40, nos cuenta que su otra beta es el manejo de la hacienda en la zona, encargado del movimiento de los animales.
Mirá la entrevista con José Luis, puestero y pescador artesanal en islas de Victoria:
En la canoa suenan motores viejos, cuchillos que filetean con práctica ciega y algún que otro estribillo que el río trae del viento.
Pedro, Sebastián, José Luis. Tres hombres distintos, pero iguales en lo más profundo: hijos del Paraná, con el alma llena de agua y barro.
Vuelven siempre. Porque aunque el río esté bravo, aunque la pesca no alcance, aunque las redes lleguen vacías, ellos siguen creyendo en el Cristo de las Redes. Pero también saben que el milagro no está en los rezos, sino en organizarse, en resistir y en no dejar que los de siempre -los que compran barato y mandan lejos- se queden con todo.
Quizá así la canción deje de sonar a melancolía y se empiecen a escuchar acordes de alegría.
mucho sacrificio