El abuelo de Eduardo Riolfo compró hace 105 años un campo de 200 hectáreas a 15 kilómetros de Bragado. Allí vive ahora Eduardo con su esposa y trabaja junto a su hijo, su hermano y su sobrino.
La tercera y cuarta generación de esta familia siembra trigo, soja, maíz y agrega valor a parte de esos granos transformándolos en carne vacuna y porcina. También hacen trabajos a terceros y alquilan algo de campo afuera para tener escala suficiente.
“Mi hermano es fanático de los fierros, mis sobrinos de los cerdos y yo de la ganadería. Así que estamos felices los cuarto, como dice la canción”, cuenta Riolfo. Queda claro que su hizo está más metido en la agricultura.
Eduardo está muy contento de poder vivir en el campo y de trabajarlo con sus familia, pero aclara que siente que faltan incentivos para que “la gente se quiera quedar o quiera volver al campo, como pasaba antes cuando cada 50 hectáreas tenían a otro productor”.
El productor dice que a veces duda de si su hijo y su sobrino hicieron bien en querer trabajar con ellos, aunque está contento de tenerlos: “A veces se la pasa mal y uno piensa si no deberían dedicarse a otra cosa, pero cuando terminaron de estudiar se vinieron a trabajar al campo, aunque viven en Bragado. Bienvenido sea”.
Eduardo ama lo que hace: “Yo llevo el campo en el alma, arrancamos a las 6 de la mañana y a veces terminamos a las 9 o 10 de la noche. Y voy a seguir así hasta que Dios diga ‘basta’”, declara.
Pero sabe que es la excepción que confirma la regla, pues sabe no están dadas las condiciones para que la gente se tiente por volver al campo. “La juventud cada vez quiere menos estar en el campo, no se les dan motivaciones para permanecer. El campo es el motor del país pero no motivan a la gente para que produzca. Hay que darles un premio, que tengan conectividad y caminos en buen estado”, que les permitan una mejor comunicación con los pueblos y ciudades cercanos. Ese es su reclamo.
Escuchá la entrevista completa:
En cuanto a la coyuntura agropecuaria, Riolfo cuenta que en Bragado por suerte les llovio y se pudieron largar a sembrar trigo. Si todo sigue así, luego seguirán con la soja y el maíz. “Al menos tenemos que sembrar 130 hectáreas de maíz para tener el alimento para la hacienda”, planteó.
En ganadería tienen el ciclo completo de la cría vacuna y de la producción porcina. El año pasado la seca dejó los bajos de su campo sin agua y allí brotaron buenas pasturas lo que sostuvo el estado corporal de las vacas. Por eso, a pesar de la sequía, la preñez fue alta, de más del 80%.
“Al menos tuvimos una buena, porque la seca fue terrible. Cosechamos 2.000 kilos de soja y 7.000 de maíz y en la soja de segunda la pérdida fue total por la falta de agua y las heladas de febrero”, explicó.
Peor les fue más allá de las fronteras del campo familiar. “En los campos alquilados fuimos para atrás, no sé cómo vamos a afrontar lo que viene”.
La situación es difícil pero Riolfo no baja los brazos: “Nosotros sí o sí tenemos que sembrar para darle de comer a la hacienda. Créditos al banco no podemos ir a pedir por los intereses que nos cobran, así que veremos cómo nos financiaremos con los proveedores de insumos”. Quiere volver a a tener buenos niveles de producción, recuperar sus ingresos y pagar las deudas que generaron el clima y las políticas que castigan al sector.
“Entiendo completamente a la gente que no puede pagar más por la carne, y por eso nos pagan 360 pesos el kilo de capón que deberían valer más de 400. Lo entiendo, está todo precarizado, pero uno siempre tiene la esperanza de que esto algún día cambie”, cerró Eduardo, siempre mostrando una gran ilusión.