En el último tiempo creció en Misiones la siembra de frutos tropicales o exóticos, que con un mercado que los demanda en las grandes urbes, con una buena opción para los productores. Allí, buscando la diversidad productiva y aprovechando bondades climáticas, los productores que históricamente se dedicaban a la yerba mate, té o tabaco, más algo de autoconsumo, comenzaron a cultivar mango, maracuyá, plátanos, mamón, palta, limón caipi, entre otras.
La localidad de Dos de Mayo es famosa por su producción agropecuaria, donde se resume mucho del ecosistema productivo de Misiones. Allí, en el corazón de la provincia, donde la tierra roja y el clima subtropical se combinan para dar vida a frutos exóticos, Gabriel Jaciuk cultiva con pasión una de las joyas de la agricultura regional: la pitaya.
Con una hectárea y media dedicada a este fruto, Gabriel se ha convertido en uno de los productores más destacados de la zona, además de ser el primero. Sin embargo, su sueño de hacer crecer este negocio se ve amenazado por un enemigo por ahora silencioso: el contrabando de pitaya desde Brasil.
Gabriel Jaciuk no es nuevo en el mundo de la agricultura. Con una larga trayectoria como productor de yerba mate y tabaco, decidió incursionar en el cultivo de pitaya durante la pandemia de 2020. “Siempre fui productor”, cuenta a Bichos de Campo Gabriel, quien agrega: “Pero como estoy en el rubro de la fruta, vimos en Brasil cómo se hacía y conseguimos mudas de esqueje en la zona”.
La pitaya, también conocida como “fruta del dragón”, es un cultivo que requiere paciencia y dedicación. Gabriel recuerda cómo, junto a su familia, recicló un potrero viejo para instalar tutores de madera dura y comenzar con los primeros esquejes. “Esos esquejes ya tenían una edad adulta, y me llevó más o menos un año, a mediados de 2021, para que las plantas empezaran a dar su primer fruto”, relata.
En ese potrero de una hectárea y media, Gabriel se convirtió en el productor más grande de pitaya de Argentina. Desde allí vende el grueso de lo producido a Buenos Aires, donde la fruta abastece los mercados más exigentes. “Sigo siendo el productor más grande. Ya se sumaron otros, pero por ahora soy el más grande”, afirma con orgullo.
El camino no fue fácil. El clima, caprichoso y cambiante, puso a prueba la resiliencia de las plantas y la paciencia de Gabriel. “Este año está mal, mal, mal”, confiesa al hablar de la sequía que afecta a la región. “El año pasado llovió casi normal, pero este año estamos sufriendo la falta de agua. Ahora estamos obligados a hacer un sistema de riego sí o sí”, cuenta a este medio sin esconder el orgullo.
La pitaya, con sus raíces superficiales, es especialmente sensible a la falta de agua. “Cuando nos da un par de días de seca, el sol es muy intenso y la planta sufre”, explica Gabriel. Este año, las condiciones climáticas retrasaron la floración y afectaron la producción. “Ya hubiéramos cosechado una buena cantidad, pero el clima no nos jugó a favor”, lamenta.
Sin embargo, uno de los mayores desafíos que enfrenta Gabriel no viene de la naturaleza, sino del mercado. El contrabando de pitaya desde Brasil está afectando seriamente sus planes y de los demás productores. “En nuestra zona está llegando mucha fruta que entra de contrabando”, denuncia Gabriel. “Eso sabemos por el tema de las fronteras, como son”.
La pitaya brasileña, que ingresa a precios más bajos, compite deslealmente con la producción local. “Nosotros tenemos un costo de producción alto. La pitaya requiere mucha mano de obra: todos los días hay que sacarle brotes, hacer podas, fertilizar”, explica Gabriel. “Cuando entra fruta barata de otro lado, nos complica”.
En la previa de lo que será la cosecha 2025 de pitaya, Gabriel teme que afecte su comercialización y que este problema podría crecer: “Te ancla el precio para abajo”, reconoce. “Yo voy a sacar el kilo a 5 mil pesos, y entra a 3.500 de afuera”.
A pesar de los desafíos, Gabriel no se detiene. Como buen productor agropecuario, va a seguir insistiendo en mejorar su sistema productivo, y apostando a ese trabajo contra todo. Con una visión clara de hacia dónde quiere llevar su producción, está invirtiendo en tecnología y ampliando su cultivo. “Vamos a pasar de tener 5.000 plantas en una hectárea a 18.000 plantas”, cuenta con entusiasmo. “Es una inversión grande, pero vamos a tecnificarlo”.
Además, está experimentando con nuevas variedades de pitaya, incluyendo mudas autofertilizantes, que prometen frutas más dulces y de mejor calidad. “El brix de la fruta queda un poquito más dulce, y la fruta se arregla”, explica Gabriel.
Aun con el fantasma del contrabando, su meta es clara: triplicar la producción y llegar a las 40 toneladas por campaña. “Es la misma superficie y la misma cantidad de mano de obra, pero con tecnología”, asegura.
“Si hoy tuviese 10 toneladas por día, lo vendería todo”, dice Gabriel con una mezcla de orgullo y preocupación. Su sueño es claro: que la pitaya misionera siga creciendo, no solo en su campo, sino en la demanda de los consumidores.