Llegué a San Juan durante la primera semana de febrero y me recibió mi querido amigo Marcelo Mut. Lo primero que me dijo fue: “No te podés ir de San Juan sin conocer al suboficial principal, retirado de la Gendarmería Nacional, Martín Bartolomé Ramírez, porque es un grande que tiene mucho por contar. Tiene 82 años de edad y ha sido domador, enfermero y baqueano de la Cordillera de los Andes”. Entonces nos fuimos a verlo, en el barrio Gendarmería, de la capital sanjuanina.
Don Martín nos recibió cordialmente en el living de su casa, cuyas paredes estaban totalmente adornadas de cuadros con fotos de sus escaladas a los Andes y diplomas de honor. Su esposa, formoseña, Haydeé Acosta, nos convidó con un rico café.
Don Martín comenzó a contar su vida: nació en el Departamento Rivadavia. Su padre fue tonelero en la bodega El Globo y luego fue tambero. Martín, con siete años de edad, ya cosechaba papa y le pagaban un peso por día. Luego, recuerda que se levantaba a las 6 para repartir leche -de a caballo- en cajones de madera, en los que también se repartía vino. Por eso llegaba tarde a la escuela, que logró terminar a sus 14 o 15 años de edad.
En el año 1959 se incorporó a la Gendarmería y enseguida fue destinado a trabajar en la Sección Álvarez Condarco, a unos 70 kilómetros al sur de Barreal, en San Juan, al pie de la Cordillera. Allí fue formado como enfermero por el Doctor Falcón y ejerció como tal durante muchos años de su vida. En aquel lugar aprendió a cocinar “charquicán de guanaco”, porque “en la Gendarmería todos deben saber cocinar”, aclara.
Desde esa época empezó además a escalar las montañas y a trabajar en la Cordillera. Se recuerda jineteando mulas en las fiestas patrias de Barreal, allá por el año ´67 y siguió jineteando hasta sus 40 años de edad. Pero luego no abandonó a los caballos. Había hecho cursos de equitación en Buenos Aires, continuando, como profesor, durante cuatro años en el Club Hípico de San Juan, y luego como particular. Y hasta hace dos años seguía montando, con 80 de edad.
Con los años, Martín, se volvió “baqueano” de la Cordillera. Tanto que para toda expedición arqueológica o militar se lo empezó a convocar como guía.
Luego fue destinado a la sección Villanueva, al norte de Calingasta. Allí conoció a su actual esposa, hija de un alférez -jefe de la sección-, pero curiosamente oriunda del pueblo llamado San Juan, ubicado en el Departamento Pilcomayo, allá en Formosa, cerca de Clorinda, donde luego fueron a vivir ambos -porque Martín fue destinado a allí, desde 1976 hasta 1981-. Tuvieron cuatro hijas, tres sanjuaninas y una formoseña.
Martín se emocionó hasta las lágrimas cuando nos tuvo que contar que a sus 48 años de edad, con grado de Principal, tuvo que retirarse a trabajar en la vida civil para que su hija menor pudiera estudiar. “Cuando entré a Gendarmería yo era muy bruto y hacía la o con un caño -ironizó- porque en esa época se podía ingresar con apenas un sexto grado de primaria, apenas aprendido”.
Entonces ingresó a trabajar a una vinería donde repartía y además manejaba la administración. Ganaba la misma suma que cobraba en Gendarmería. El dueño tenía una finca en 25 de Mayo, y Martín le atendía los caballos de salto. Andaba por caminos de cornisa, bordeando el río San Juan, llevando cargas hasta Barreal durante la noche, y regresaba a la madrugada para abrir la vinería a las 8 de la mañana. Luego pasó a atender una finca en 9 de Julio, casi en el centro del valle del Tulum, de 40 hectáreas, unas 20 “incultas”, es decir, “peladas” –me dijo- y 20 con algarrobos, zampas, pájaros bobos, espina blanca, y un tambo. Salía a regalar la leche. Le llevaba al cura de la iglesia y a otra gente. Todas las mañanas llevaba a su hija desde la chacra hasta la ruta, desde donde un colectivo la llevaba a la escuela.
La hija menor de Martín creció y decidió estudiar Economía en una universidad privada, y su padre tuvo que seguir trabajando. El dueño del tambo trabajaba en la bodega Peñaflor. Pero ésta se vendió a una multinacional, despidiendo a muchos empleados y eso provocó que Martín se quedara sin trabajo.
Consiguió trabajar en un bar. Lo hizo durante tres años hasta que fue a atender la finca de un médico, donde hacía cortes de fardos de alfalfa. Anduvo luego trabajando en una mina de bentolita, de enfermero, de cocinero y de chofer, con sus 68 años de edad. La mina quebró, pero ya su hija había logrado recibirse de Contadora.
Don Martín realizó unas 12 expediciones al cerro Mercedario, para lo cual entrenaba haciendo ejercicios físicos durante tres meses. En dos ocasiones no pudo llegar a causa de tremendos temporales. Alcanzó su primera cumbre en 1972, pero recién en 1986 llegó a la del Mercedario. En 1982 había logrado llegar a la cumbre del Aconcagua. El andinista Gino Job lo apodó “El sargento inmortal”, por una caída que Martín sufrió en este coloso andino, de la que salió ileso.
Don Martín llegó a conocer tanto el paisaje andino que hasta hoy sostiene que el General San Martín en persona, para librar la batalla de Maipú, no pasó por Valle Hermoso, sino que seleccionó a un grupo de soldados y atacó a los españoles por retaguardia, yendo por Las Yaretas (la yareta es un yuyo andino). Y se enoja cuando algunos historiadores dicen que llevaban bultos a la rastra, porque es imposible –dice- ya que hay senderos de apenas medio metro de ancho. “Debían llevar todo a lomo de mula. No hay como la mula para cruzar los Andes”, sentenció.
Don Ramírez participó de expediciones en las que se hallaron momias y objetos incaicos. En el museo Mariano Gambier, en Rawson, San Juan, se conservan mucho de esos hallazgos.
A este hombre, orgulloso de ser sanjuanino y de haber servido a su patria, con botas de gendarme o con alpargatas, siempre le gustó cocinar matambre a la pizza, pero no con carbón sino a fuego de leña. Dicen que los sarmientos de la vid le dan un gusto insuperable al asado, y suelen agregarle jarilla, que le da un sabor ahumado muy singular, diríamos que el típico sabor sanjuanino. Eso sí, los sanjuaninos no hacen asado con carbón, sino con leña, que comúnmente es de algarrobo blanco o de quebracho.
Cuando se puso de pie para despedirnos, Martín fue recitándonos, de memoria, todos los versos del gran poeta sanjuanino, Buenaventura Luna. Pero nunca lo puede hacer de corrido porque se emociona hasta las lágrimas. Y cuando ya habíamos partido nos lanzó esta frase, como al viento zonda: “Me gusta la poesía donde están presentes: la amistad, el vino y nuestro majestuoso paisaje sanjuanino”.
Don Martín Ramírez quiso dedicarnos la canción “Ya viene soplando el zonda”, de la poeta calingastina Ofelia Zúccoli de Fidanza, musicalizada por Hermes Vieyra, interpretada por el Dúo de Oscar Varas y el “Nene” Vallecillo.
que linda nota -Un Grande – Donde la humildad con conocimiento y experiencia se juntan – Esta gente no debe quedar olvidada – Gracias por compartir
Linda nota sin desperdicios
Hermosa nota que resume en lindas palabras 82 años de trabajo y esfuerzo. Gracias colorado lopez y al intermediario Gran Amigo Martin Mut. Soy la hija con Mucho orgullo!!!