Por esas tantas vicisitudes que rodean a las economías regionales, luego de una vida de producir papa, tomate, zanahoria, ajo y cebolla, los hermanos César, Alejandro y Leonardo Zotelo tuvieron que pegar el “volantazo”. Fue un día caluroso, sentados en una acequia de Pareditas -su pueblo natal en el Valle de Uco- en el que tomaron la decisión: Había que apostar por el orégano.
Y fueron a fondo, porque en sólo 5 años volcaron sus 150 hectáreas distribuidas en Casa Vieja, Piluco, El Cepillo y San Rafael a esta especia y tuvieron un despegue fenomenal. Hoy por hoy, se dedican al ciclo completo y hasta distribuyen y procesan lo que le compran a otros productores y galponeros.
La historia que describe César, el mayor de los hermanos, a Bichos de Campo, es de supervivencia. No tenía más de 40 años cuando se encontró con que el proyecto de vida que habían heredado de su padre estaba totalmente destruido, y que, si no se reinventaban, próximamente no quedaría nada. La respuesta estaba frente a sus ojos, en las 4 o 5 hectáreas que, desde que tiene memoria, han dedicado al orégano.
“Siempre fue el caballito de batalla, una gotita de miel para nosotros”, señaló el productor, que se hartó de la “lotería” que era -y es- producir hortalizas y decidió jugar fuerte a ese cultivo.
Lo que sucedió después de ese día es una concatenación de sucesos y el crecimiento acelerado que los catapultó y posicionó en el mercado. “La Productiva”, su empresa, hoy emplea a 25 trabajadores sólo en la etapa de procesamiento, otros tantos en el trabajo de las fincas y, gracias a la compra de hojas a otros productores, distribuye unos 20.000 kilos de orégano a la semana.
Es muy probable que alguna de las veces que condimentamos nuestra pizza, o nuestra salsa, hayamos usado el producto que envía César Zotelo desde el Valle de Uco. Y es que su empresa se sustenta en la venta a granel, en bolsa de 20 kilos, a industrias argentinas, brasileras y paraguayas, que luego lo fraccionan y venden en las góndolas.
Desde ya que para hacer el ciclo completo las 150 hectáreas que trabajan ellos mismos no alcanzan. De allí sólo obtienen, entre los dos cortes que hacen en época de cosecha, unos 5500 kilos. El resto lo proveen otras fincas y galponeros de Pareditas, una zona muy abocada a esa producción.
“Tenemos tres turnos rotativos, el galpón no para”, afirmó César, que incluso ya proyecta un plan de ampliación de su nave para poder expandir el stock.
Lo que tiene de particular el orégano es que, justamente, puede almacenarse por varios años. Eso da estabilidad al productor, que no se ve obligado a vender a bajo precio si no lo necesita, como sí sucede, por ejemplo, con el tomate o la papa, también muy producidos en esa región.
“El que especula soy yo. De la otra forma, es la industria la que especula conmigo”, señaló César, que es el hermano más abocado al trabajo en el campo, secundado por Leonardo, y admite que esa estabilidad le permite dormir tranquilo. En todo caso, ya la pasaron lo suficientemente mal como para volver a repetir la historia.
El orégano producido en la zona de San Carlos es el único del mundo que accedió a la Indicación Geográfica (IG). Sin dudas, esta certificación, que aún no fue homologada a nivel nacional, valoriza aún más el producto y lo posiciona en los mercados.
Así y todo, César señala que el del orégano es un sector “muy informal”, en el que suele haber adulteraciones -con salvado de trigo o alfalfa por ejemplo-. Eso es, justamente, lo que les abre las puertas a quienes buscan distinguirse desde la calidad, si se tiene en cuenta que es un producto con demanda inelástica y que la cantidad consumida anualmente no suele variar.
“Yo siempre le decía a mi hermano que lo que hagamos lo tenemos que hacer bien”, recuerda el productor, que si tiene que destacar su orégano habla de las hojas bien verdes, el aroma y la ausencia de palo o polvo.
“Nosotros hemos tratado de hacer las cosas las cosas bien, por eso yo creo que tenemos el mercado que tenemos”, aseguró.
Más allá de la trazabilidad, las pruebas de calidad y certificaciones, detrás de ese éxito hay también decisiones de manejo agronómico. En el caso del orégano, eso está marcado por etapas muy diferenciadas.
Entre marzo y junio, se siembran los esquejes y se fertiliza. En noviembre y diciembre se hacen aplicaciones contra hongos y plagas y, en paralelo, se intensifica el riego. En las fincas que tienen los hermanos Zotelo, tienen tanto el sistema por goteo -similar al de la vid- como el tradicional, a través de acequias.
Lo que necesita el cultivo es mucha amplitud térmica, y es por eso que el Valle de Uco es ideal. Si de día hay altas temperaturas, pero de noche hace frío, es mucho más factible que se concentre el color y los aceites esenciales.
Tal vez el momento más importante es a fines de enero, cuando tienen que hacer el primer corte a las plantas. “Si llega a llover el orégano se mancha y baja la calidad de la mercadería”, explicó César, que para esa época suele reunirse y debatir la fecha de cosecha con sus hermanos.
Ahí hay una mezcla de olfato y suerte, aspectos transversales a toda producción agropecuaria, y más que nada a las economías regionales. Por el momento, agradece el productor, han tenido buenas campañas y el tiempo les ha demostrado que aquella decisión que tomaron sentados en la acequia era la correcta.
Y, aunque tenga sólo 46 años, ya piensa en la continuidad de su empresa. Su hija Valentina, que lo vio fundirse y volver a empezar, decidió estudiar comercio exterior y promete aportar desde su expertise cuando sea profesional.