Varias veces se escucha decir a algún productor que los tiempos de la política no son los de la producción. Desde que ingresó al INTA Rafaela, María Eugenia Carrizo lo pudo comprobar: Las prioridades, desafíos y proyectos corren casi en paralelo a lo que ella hacía como secretaria provincial de Agricultura.
En particular, le toca enfrentarse cara a cara con la crisis de los tambos chicos en la cuenca lechera argentina, pues el organismo que ahora dirige -y al que ingresó por concurso- tiene un fuerte arraigo en esa producción. “Es un desafío poder sostener la actividad”, señaló tras ser consultada por Bichos de Campo en el marco de la muestra Todo Láctea 2025.
En sus casi 100 años desde que empezaron las primeras gestiones, el organismo de investigación ha visto a la lechería santafesina mutar muchas veces. Un abismo de distancia separa la época en que fue considerada la mayor cuenca de América Latina con la situación actual, en la que los establecimientos más chicos luchan por sobrevivir y sumar tecnologías se torna clave para no ser absorbidos ni tener que cerrar las puertas.
Precisamente en ese aspecto es que el INTA Rafaela pretende influir, dice Carrizo, “acercando conocimiento e innovaciones”. La idea es demostrar que el cambio de época no tiene que significar la huída de muchos productores de la actividad, y que no necesariamente a los tambos chicos les llegó su San Martín.
Si un productor lechero le pregunta por dónde empezar, María Eugenia insiste en que debe hacerlo con tecnologías de insumos y manejo. Sí, también hay manejo en los tambos y no tiene que ver sólo con la crianza vacas. Por ejemplo, en una de sus estaciones experimentales, el tambo Roca, el INTA hace pruebas respecto al uso del agua, lo que la directora aseguró es “un tema muy crítico” para el sector.
Lo mismo sucede con las condiciones laborales, otro de los temas espinosos en esta producción y la causa de que muchos trabajadores decidan abandonar la actividad. “La parte humana es un factor muy importante a la hora de sostener a los tambos chicos, porque es una tarea noble pero bastante dura”, observó Carrizo.
En ese tipo de proyectos es que se evidencia la importancia que tiene el organismo en acompañar a la lechería de la región. Muchas veces, no se trata sólo de invertir o hacer cambios estructurales, sino de aplicar ciertos conocimientos a la gestión. Ahí también se juega la eficiencia de los pequeños productores.
“En la toma de decisiones correctas está la posibilidad de que esos tambos sean viables”, afirmó la investigadora.
Mirá la entrevista completa con María Eugenia Carrizo:
La base de toda esa actividad de fomento está en los tres tambos propios que tiene el INTA ahí en Rafaela, cada uno dedicado a un área particular. El ya mencionado tambo Roca, por ejemplo, funciona en un campo alquilado, por lo que también sirve como ensayo para demostrar que la actividad lechera también puede ser rentable en suelo ajeno.
En ese mismo establecimiento, además de estudiar la gestión del agua, también hacen manejo del estrés calórico en verano, donde pretenden dar cuenta de que es factible sostener la producción a lo largo de un año sin que haya picos en la caída de producción.
En paralelo, funciona un establecimiento en donde trabajan con unas 300 vacas en genética, nutrición y reproducción, y cuentan con su propio tambo robotizado. Este fue el primero que se instaló en Argentina, y el que motivó a cientos productores a hacer lo mismo.
“Cada uno de nuestros tambos tiene su función. La idea es trabajar para poder brindarle al sector lechero de nuestra región los mejores conocimientos”, afirmó la directora del organismo.
La cuenca lechera santafesina es una zona que ostenta una notable articulación público-privada. Las miles de empresas privadas trabajan en tándem con instituciones, organismos y universidades, y no sólo abundan los tambos, sino también actores de la cadena industrial. “Hay más de 100 empresas dedicadas a la industria láctea, y en su gran mayoría son pymes que también trabajan con el INTA Rafaela”, observó Carrizo.