“Cuando vos te reís te olvidás de las deudas, de que hay que arreglar el auto, de si llovió o no. Esa hora que escuchás al humorista y te dejás llevar, sos feliz. Es a eso a lo que apunto, es lo más importante”, cuenta el veterinario y cuentista Norberto Italo Giaveno, más conocido como “Popo”, durante el último capítulo de El Podcast de tu Vida (el número 109).
Lo cierto es que se subió a los escenarios ya de grande. Antes, pasó mucho trabajando desde su Colonia Vigneau natal, en el noreste cordobés, cerca de la Laguna de Mar Chiquita. Luego, hace ya varios años, se radicó el otro pueblo, Colonia Valtelina, a 52 kilómetros de allí. A los 70 años sigue recorriendo pueblos y ciudades como veterinario de tambos, pero también como humorista, o mas bien cuentista costumbrista. “Humor de sangre piamontesa”, define.
Estuvo viviendo en Corrientes en la época de estudiante y los primeros años de profesión. Está casado con Analía, más conocida como “La Petisa”, que oficia de su mánager y apuntadora en los espectáculos. Juntos tienen una hija, Florencia, que decidió estudiar también veterinaria y tiene su clínica en San Francisco, Córdoba.
El apodo, “Popo”, viene, como en tantas ocasiones, del hermanito que pronuncia mal el nombre. Así, desde los 8 años, Norberto convive y disfruta de este sobrenombre.
Además de su pasión por el campo, lo convocamos a este podcast para hablar del humor, una virtud que, como él dice, lo acompaña casi desde la cuna, porque ya los curas salesianos le decían que era el payaso del aula.
La camioneta y los viajes, de un campo a otro, son su banco de pruebas. Sólo, como loco malo, empieza a tejer los relatos que luego, después de pasar por el paladar de sus amigos, llegan a los escenarios. Ha compartido galas con figuras como Yamila Cafrune, Argentino Luna, Dúo Coplanacu, Facundo Toro y Cacho Castaña, por citar algunos.
En esta charla directo al corazón, el veterinario y el humorista dejan que hable la persona, esa que disfrutó armando barriletes de purrete, o al que no le alcanzaba el mango para “dos comidas” mientras era estudiante y vivía como podía en Corrientes. ¿Qué lo emociona? ¿Qué busca en sus relatos? ¿Es cierto que su hobbie principal son los caballos? Pasen y lean…
-¿Qué te acordás de tu infancia? ¿Cómo te marcó haber nacido en Colonia Vigneau?
-Jugábamos a todo lo que se te ocurra y te imagines que puede jugar un chico en un pueblo chiquito. Figuritas, bolitas, chapitas de gaseosa que las agarrábamos con un martillo, las dejábamos chatitas y tirábamos a ver quién apilaba una sobre otras y se quedaba con más chapitas. Cosas de pibe. El barquito para poner en el agua, el autito… ¡El karting, los de bolillero! Maldito karting… yo tenía un trauma, porque era grandote y los empujaba a todos, y cuando me tocaba subirme a mí todos se querían ir a jugar al fútbol (se ríe). ¡Y el barrilete! Qué recuerdos… ¿Sabés qué me acuerdo? Mi viejo sentado con el cuchillo de la cocina cortando las cañas para hacerme el barrilete. No fallaba nunca. Pero la que sospechaba si fallaba era la vieja, mi mamá. Entonces, yo primero tenía que hacerlo volar con papel de diario. Y si volaba me daba la plata para comprar el papel de colores para hacerlo en serio…
-Claro, no era cosa de andar invirtiendo y que no funcione…
-Cuidaban la plata los gringos… ja.
-¿Y cómo estaba conformada tu familia? ¿Qué hacían tus viejos?
-Tengo un hermano 8 años menor que yo, es el culpable del sobrenombre, Popo. Después mi viejo que primero fue panadero y después chacarero con mi abuelo, que hacía algo de herrería y carpintería. Mi abuelo era de esos italianos que sabían hacer de todo. Desde enllantar ruedas, ¿Sabés lo que era enllantar? Los carros con ruedas de madera, afuera se les ponía de hierro entonces el hierro se calentaba para que se dilate, lo ponían a martillazos, lo mojaban y no se movía más. Era toda un arte, pero eran carpinteros. Hasta un arado armaron ellos mismos. ¿Sabés lo que hicieron? Fueron al banco, pidieron un crédito para comprar un arado. Ellos en lugar de comprar el arado compraron los hierros, los moldearon, los tornearon e hicieron su arado. ¡Mirá si hubieran seguido haciendo arados… quizás sería yo ahora un potentado vendedor de implementos! El abuelo me hacía tirar la fragua… paaa… como odiaba eso.
-¿Qué te acordás de esa infancia? Y el vínculo con el campo…
-Las carneadas que se hacían en el campo, que quedan para siempre. Incluso hay cuentos en los que nombro las carneadas. Y después ir al campo con el abuelo. Atábamos la yegua, la chirola, y mi abuelo me llevaba a recorrer el campo, que era chiquito, pero como él sabía que me gustaba andar en el sulky me llevaba. Una vez, tenía 14 años y me pidió que vaya al campo a llevar a “Chirola” y la até al sulky y fui 6-7 kilómetros. ¡Te imaginás! Ese día me hice grande…
-Llegó el momento de estudiar y elegiste veterinaria. ¿Era tu plan A? ¿Tenías un plan b?
-Yo siempre amé los animales, sobre todo los caballos. Hoy tengo caballos, los que corren con el sulky, y participamos de algunas carreras. Es mi pasión. Y cuando era chico tenía un caballo que amaba, que se llamaba “El chaqueño”. Yo iba en mi caballo, echaba una pinta, con 13-14 años. Y un día se murió. Lloré tanto, tanto… que dije de ser veterinario para que no se me mueran más los caballos. Y creo que ahí se inyectó el virus del veterinario. Ya en la secundaria, con un amigo andaba a caballo. Y cuando me recibo mi vieja me pregunta qué iba a hacer. Y yo era buen atleta, aunque no lo creas, jugaba básquet, vóley, fútbol, hacía atletismo… pesaba 84 kilos. Entonces pensaba en ser profesor de educación física. Pero decidí por veterinaria. Tiraron más los animales. Me fui a estudiar a Corrientes, porque la facultad de Esperanza la estaban por cerrar. Eran épocas difíciles.
-¿De qué fuiste laburando para ganarte el mango mientras estudiabas?
-Yo tuve mucha suerte. Llegamos hasta hacer carteras de cuero. Después tuve suerte que primero y segundo año estaba el comedor universitario, después los “milicos” lo cerraron. Y después gané por concurso la ayudantía de cátedra, y con eso un amigo me regaló un rancho en una villa. Habían sido los baños de una vieja fábrica. Se taparon los mingitorios, se puso una puerta, una ventana, techo de chapa y no pagaba alquiler. Teníamos la luz, éramos siete. Al no pagar pensión y con la ayudantía de cátedra me alcanzaba para pagarme la vianda de mediodía. Para la noche no alcanzaba. Así la fui tirando. La noche era dura, no había para cenar… pero ya pasó. Después, faltando un año, me casé y me llevé la petisa para Corrientes.
-¿Cómo fue eso?
-Te cuento. Estábamos con ella en el rastrojero en la puerta de su casa. Y me dice “Tenemos todo”. Dos tenedores, dos cuchillos, una mesita, un calentador de tres kilos… y con eso nos casamos… Y nos fuimos a Corrientes y ella ayudaba a chicos que venían atrasados en el colegio. Cobraba un sueldito, casi parecido al que cobraba como ayudante yo. Y con eso llegábamos a fin de mes. Nunca un vino, nunca un cine, nunca joda. Pero los fines de semana me venían a buscar para contar cuentos, entonces, los fines de semana comida había.
-No quiero dejar de preguntarte algo de actualidad tambera. Los tambos más chicos, los de pueblos rurales, pocas bajadas, rodeo chico…
-Nosotros con el INTA hemos trabajado para que el tambo de 2000-3000 litros aguante, siga trabajando. Gracias a Dios en la zona mía hay muchos tambos. Hay grandes, pero también quedan muchos chicos. Que cuando empecé los tambos eran de 300-400 litros. Se ha evolucionado mucho. Ese tambo de 3000 litros les da trabajo a 20 personas. Es muy importante para la zona. Todos tienen su entradita. Y el productor hoy tiene un precio de la leche que se acomodó después de muchos años. Lo más lindo que hay es que los tamberos, los que ordeñan todos los días, todas las semanas y todo el año, que puedan comprarse su autito y hacerse su casa. Porque es lo que va a poder dejarles a sus hijos. El tambero en este momento está sacando buena plata.
-Hablemos del humorista. ¿Cómo se dio lo de empezar a contar historias camperas en el escenario? Porque vos eras tímido…
-Ja, si, los Salesianos ya me querían echar del colegio. Porque era vago, díscolo. Pero tímido. Y mi primer laburo de contador de cuentos fue a los 38 años. Yo ya había trabajado de veterinario más de 12 años. Y un día, vino a una peña que yo organizaba en Valtelina, a beneficio de la escuela, un humorista. Y la gente pedía que cuente cuentos yo. Y me sumaba a los humoristas. Y la gente se mataba de risa. Después de unos años terminé siendo colega. Y después iba de peña en peña contando cuentos.
-¿Y cuándo se puso seria la cosa?
-Cuando me empezaron a llamar ya más seguido tomé la decisión e empezar a contar cuentos costumbristas, no zafarme, no decir malas palabras. Y tercero tratar de tener un estilo propio. No copiar el estilo de otros. Yo soy muy seguidor de Landriscina. Lo que él hizo en el Chaco con su gente yo lo intenté traspolar a los gringos de mi zona. Todos mis cuentos tienen que ser incorporados a un personaje que puede existir en la zona nuestra. Landriscina es mi modelo y hoy es amigo. Yo recitaba cosas de él. Y un día lo ví en Cosquín. Yo ya tenía el libro de él y me había aprendido todos los versos. Yo conocí primero al poeta y después al cuentista.
-En una nota que leí preparando esta charla hablás del humor de sangre piamontesa, o el humor de estilo piamontés. ¿Qué tiene este tipo de humor?
-Es un pueblo muy sufrido, que vino, le dieron un montón de tierra, una pala, un hacha y un pico y le dijeron que saquen los árboles y armen su campo. De ahí salió el gringo que trabajaba seis meses del año con los caballos arando, después sembraban el trigo y si venía bien el trigo con esa cosecha tenían que vivir bien porque el almacenero le había fiado, y esa abuela que con esa cosecha tenía que pagar todos los gastos del año. De ahí sale que nosotros, los piamonteses, somos cuidadosos de la plata… sacarle plata a un piamontés es como hacer gárgaras con talco. Y nos viene de ahí. Ese instinto de cuidar la plata. Yo exploto esa parte del gringo.
-¿Por dónde pasa la clave de este humor costumbrista?
-Un gran porcentaje es la nostalgia. Cuando yo cuento el cuento, hay uno del rastrojero, todos tuvieron un rastrojero. Cuando cuento que íbamos a Miramar, todos fueron. Cuando digo que parábamos en el camino a comer unos chorizos al costado de la ruta… el rastrojero no arrancaba, la mesa de la cocina que tenía un mantel de hule… que era una lona pintada. “Te acordás de…” La gente vivió eso. Se acuerda de todo.
-Claro, aparte, son cuentos en los que lo importante, o sustancioso, está en el transcurso del relato y el final es un remate, pero por ahí no sea lo más gracioso del relato… ¿Vos tenés algún chiste que digas, con este la rompo?
-Si, si… hay cuentos que no fallan, “La gorda Bruyallotti”, el cuento de “La carrera”, el de “Los Bomberos”… ese cuento tiene 20 carcajadas en el medio. La historia es para morirse de la risa. Creo que es el mejor que tengo. Y tengo cuentos del abuelo, de la tía, un cuento para cada situación.
-¿Qué es lo que más te gusta de lo que hacés hoy?
-No me vas a creer. Ir a estar con mi caballo. Yo todas las tardes vengo y trabajo con mi caballo, lo atamos al sulky, o lo entreno a la par de la camioneta. Ese es el momento del día en que yo me siento pleno. Feliz. Yo miro por el espejo y veo que viene trotando, tirando pataditas, y somos felices los dos. Uno tiene asumido el cariño de la familia, eso es amor. Pero yo tengo pasión por los caballos.
-¿Para qué creés que sirve el humor?
-Para blanquear el alma. Cuando vos te reís te olvidás de las deudas, de que hay que arreglar el auto, esa hora que escuchás al humorista y te dejás llevar sos feliz. Eso es lo más importante.
-Llegamos al pin-pong, ¿Tenés algo que te resetee? Más allá de los caballos…
-Si, la pesca. Somos de distintos pueblos con los amigos. Somos 5.
-¿Qué tal te va como cocinero?
-Cocino yo. Vivo solo y me cocino rápido. Tres huevos revueltos con hamburguesa. La que cocina bien es mi hija. te saca unos asados tremendos. Yo disfruto más de la compañía que de la comida. No importa qué comas, si que hables de tu vida con esos amigos.
-Si pudieses tener algún superpoder. ¿Cuál te gustaría tener?
-Más vale no contestarte porque no me meto en política. Nos han dañado tanto nuestros políticos… se han preocupado por ganarle al que está en el poder para poder estar ellos y cuando están ellos defenderse… Es un diálogo de sordos. Se han olvidado de la patria… no sé… cualquier poder para que esto cambie…
-A vos te gusta viajar imaginariamente con tus historias y esta pregunta tiene que ver con si vos pudieses subirte al auto de Volver al futuro y viajar en el tiempo. ¿A dónde irías?
-Iría a ver a mi novia… (se emociona), a la Analía, mi señora. Ha sido tan lindo y tan grande lo que logramos que volvería en bicicleta como en aquellos tiempos a visitarla. Ella saldría corriendo, chiquita como era, la levantaría en brazos, después me subiría al auto del futuro y me volvería.
-La última pregunta tiene que ver con un tema musical. Elegí alguno para que quede sonando.
-Franco Simone, el tema se llama “Paisaje”. (tararea) “Mil momentos como éste quedan en mi mente; No se piensa en el verano cuando cae la nieve; Deja que pase un momento y volveremos a querernos… Tu, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor; tu, aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo; Tu me das amor…