Aún siendo tercera generación tambera en la zona de Lincoln, Daniel Tellechea nunca pensó que podría vivir y sostener a su familia gracias a la producción de quesos. Es lo que hace hoy. Y además parece que se divierte, lo disfruta.
Su padre y su abuelo, tamberos de larga tradición, siempre renegaban del sector pero le juraban a Daniel que la leche algún día tendría un buen valor. Con los años, el productor llego a la conclusión de que eso no sería así.
“En el momento en que le damos servicio a una vaca, ya estamos vendiendo, porque a los nueve meses tenemos que pedirle a alguien que venga a retirar la producción. No es como otro tipo de actividad que se puede guardar o especular un poco. No tenemos capacidad alguna de negociar por nuestra producción”, reflexionó Tellechea sobre las razones de la fragilidad explícita de los lecheros.
Fue creciendo. Y a raíz de las crisis lecheras de los años 90 y principios de los 2000, el productor de Lincoln decidió cambiar de rumbo y dirigirse a la actividad comercial, particularmente a la venta de indumentaria, para llevar el pan a su casa. Junto a su mujer, comenzaron a comprar ropa en el barrio porteño de Once y a venderla en el interior de la provincia. Ese fue su medio de vida.
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“Yo viajaba a hacer las compras y ahí uno estaba en contacto con otra gente que no sabía de nuestra problemática. Uno le contaba de la sequía, las inundaciones, del valor de la leche. En un momento los judíos me dicen que era un negocio sin techo, que no funcionaba. Y ahí me di cuenta que tenían razón. Por eso lo que hice fue invertir más en la parte comercial del tambo y el campo, que lo habíamos dejado más en stand by”, recordó el productor.
Eso suponía tener algo que comercializar aparte de la leche, y por eso la familia decidió sumergirse en el mundo de los quesos como forma de darle valor agregado y defender el valor de su materia prima.
“En 2016, luego de que Mauricio Macri en campaña dijera que había que agregarle valor a la producción, decidimos elaborar la leche armando una fábrica propia. En ese momento era cerveza artesanal o queso, y decidimos trabajar nuestra leche”, contó, medio en broma, el emprendedor.
Si bien en ese entonces la familia obtenía 4.000 litros diarios de leche propia, la planta elaboradora que crearon cuenta con una capacidad de recepción de 10.000 litros. Se encuentra a 50 metros del tambo y trabaja también con leche de vecinos de la zona.
“La gente después del Covid ya no piensa en vestirse. Piensa en comer, viajar. Ya no le interesa la ropa. Además hay mucho problema con la importación”, afirmó Tellechea, siempre en tono jocoso.
Con ayuda de Gabriel San Martín, un amigo uruguayo de la familia, Daniel revivió las enseñanzas de su abuelo y se convirtió en un maestro quesero. La marca encarnó el apellido familiar (merece bromas aparte, pero subidas de tono) y el portfolio de productos se engrosó.
“Empezamos por el cremoso y el sardo, y luego sumamos port salut, provoleta, provolone, muzzarela, brie, y recientemente sumamos una planta de dulce de leche que era de los curas de la abadía de Los Toldos”, indicó el productor.
Actualmente la familia vende sus productos en Lincoln, Junín, Pehuajó, Vedia, Carlos Casares y alrededores, además de en la Ciudad de Buenos Aires, donde uno de los hijos de Daniel “abrió una franquicia”.
“En nuestra escala, desde un pequeño productor de 3.000 litros a 10.000 litros, sino le das valor agregado a la leche es muy difícil negociar. Ahora yo soy el que pone el precio de venta de la fábrica. Es muy diferente. Imaginate que con la sequía que hemos tenido y el valor de los rollos, si yo no pongo el valor pierdo plata. Hoy estamos poniendo plata de la fábrica en el tambo. Es muy importante tener este recurso”, concluyó Tellechea, ahora sí hablando en serio sobre las posibilidades de supervivencia que tienen los pequeños productores lecheros.