Soledad Rodríguez, vive y enseña inglés en la ciudad de Buenos Aires. Pero su corazón siempre estuvo arraigado, desde niña, en el pequeño campo que inició su bisabuelo Valentino, en la comunidad rural de Diego Gaynor, a 91 kilómetros de Buenos Aires, sobre la Ruta 8. El mismo queda a sólo tres cuadras de la estación de tren.
Carlos, su padre, inició allí un proyecto de cultivo de nuez pecán en 2011 y toda la familia se embarcó. Pero en 2016 enfermó y falleció. En vez de desanimarse, la familia se hizo cargo del emprendimiento y todos juntos lo continúan hasta hoy contra viento y marea, pero llenos de felicidad.
Explica Soledad: “De chicos íbamos al campo todos los fines de semana y siempre fue nuestra segunda casa, aunque en realidad es lo que más amo. Toda nuestra historia familiar está enraizada en Gaynor. Con mi madre amamos a nuestro pueblo y es nuestro lugar en el mundo. Mi tatarabuelo materno, Camilo Masanti, llegó a esta zona y se dedicó a la agricultura extensiva y a la ganadería. Supo donar vacas para que se pudiera instalar la iluminación de Gaynor. Mi mamá se venía en tren a pasar los tres meses de vacaciones en los veranos. A mi abuela le hicimos escribir la historia de Gaynor, antes de morir, y las conservamos como un documento”.
Los integrantes de la familia son: Damián, el marido de Soledad, sus dos hijos, Valentino, que hoy tiene 20 años y cursa tercer año de Agronomía en la UBA, y Nazarena, de 13, a quien ya le apasionan la comunicación social y las redes, y la abuela Mirta. Soledad vive con su familia en el barrio de Villa Luro, y con Mirta tiene un instituto de inglés en Versalles. Damián trabaja en sistemas, y hay que verlos cómo todos realizan alguna tarea rural todos los fines de semana, en pos del proyecto familiar.
¿Y qué producen? “Todo empezó porque a mi abuelo paterno, que era camionero, le regalaron una planta de pecán –comienza Soledad a contarnos su historia-. Él se la dio a mi padre y éste decidió plantarla en el campo de 50 hectáreas, en Gaynor, que mi mamá conserva. Ella decidió destinar cinco hectáreas al cultivo de pecán, donde también está la casa, y al resto lo alquila. Papá empezó con los pecanes hace 13 años, en 2011, pensando en tener un pasatiempo y un ingreso para cuando se jubilara. Desde un comienzo lo tomamos como un emprendimiento familiar y todos pusimos manos a la obra, pero en 2016 se enfermó y falleció. Entonces, nosotros decidimos continuar, porque nuestros abuelos siempre nos inculcaron trabajar y, sobre todo, pensando en dejar algo a nuestros hijos”.
Le preguntamos a Soledad:
-¿Cómo fueron evolucionando en el negocio?
-A papá lo asesoraron mal y puso varias especies incorrectas, poco comerciales, que cuesta pelarlas, por ejemplo, tienen la cáscara muy dura. Pero sí puso varias acertadas como Star King, Success, Mahan y Chawnee. También lo asesoraron mal en la poda, porque hay que podar el árbol en su centro para que el sol pueda ingresar en el interior de la copa. Esa poda de formación se va haciendo durante tres años, y él no lo hizo, pobre. Es que en esa época no había trazabilidad de las especies. En cambio ahora está un poco más regulado. Entre todos colocamos riego por goteo.
-¿Cómo siguió el proyecto?
-En 2013 nos inscribimos en los grupos de Cambio Rural, para capacitarnos. Decidimos que nuestra plantación fuera agroecológica y papá llamó al asesor orgánico y biodinámico Diego Vergelin. Así comenzamos con las labores que éste nos fue enseñando. Desde 2014 comenzamos a hacer un compost por año. Conseguimos fardos, dejamos crecer el pasto alrededor de los pecanes y el tambo del pueblo nos empezó a dar excremento de las vacas. Agregamos lombrices californianas y compramos un termómetro. A las hormigas las controlamos con arroz en unos portacebos que compramos por internet. Realizamos una fertilización foliar con preparados biodinámicos que Vergelin nos facilitó.
-¿Cómo fertilizaban?
-En 2015 nos pusimos a armar compost grandes. En esa temporada de otoño e invierno realizamos una fertilización con el compost del año anterior, esparciéndolo alrededor de cada planta y tapándolo con mulching. En 2016 fue cuando papá falleció y decidimos no parar: compramos una sembradora al voleo y semillas de pastura y forrajes, que esparcimos entre los pecanes. Sembramos 10 kilos por hectárea, de melilotus oficinali, lotus coniculatus, trébol rojo y trébol blanco, achicoria, portavillo, raigrass anual, cebadilla criolla y avena. En 2018 compramos dos terneros para que aprovecharan las pasturas y adquirimos una recolectora manual de nueces.
-¿Aprovechaste otros animales para abonar el suelo?
-Yo amo el campo y las ovejas. Tengo mi majada, que pastorea entre los pecanes. Tenemos 19 madres y nos nacieron 10 corderitas. Para navidad y el día de la madre, vendemos corderos. Además, compramos un carnero nuevo para hacer rotación de padres y que no se degenere la genética, aumentamos el plantel de ovejas y de gallinas ponedoras. Además, rescatamos de la calle dos caballos de tiro y nos abonan muy bien el suelo.
-¿Cómo sigue la historia?
-En 2019 comenzamos con la cosecha manual y reunimos 102 kilos. Fertilizamos con unos 50 kilos de humus de lombriz. Volvimos a sembrar pasturas y forraje. Compramos una motosierra para poda en altura e hicimos una poda formativa. En 2020 cosechamos 300 kilos, a mano. Luego fertilizamos con un kilo de compost por planta. Ese año nos inscribimos en la Cámara Argentina de Productores de Pecán. En 2021 nos inscribimos en el SENASA y obtuvimos el Renspa. También registramos las nueces en el INPI bajo la marca Pecanes de Gaynor. Ese año cosechamos 600 kilos.
-Se supone que vino la etapa de buscar más eficiencia y bajar costos.
-Volvimos a sembrar pasturas y agregamos yeso agrícola. Contratamos la asesoría de Lucila Campos. Compramos una pulverizadora. Empezamos vendiendo las nueces a domicilio, en la Capital Federal, con cáscara. Pero a la gente no le gustaba pelarlas. Envasábamos en la casa de mi mamá, porque tenía el espacio que nosotros necesitábamos y no teníamos en nuestro pequeño departamento. Pero después nos propusimos que la post cosecha y el envasado pasaran a realizarse en el galpón más chico que tenemos en el campo. Entonces compramos una peladora de nueces y montamos una “planta semiindustrial de pelado”. A fin de ese año obtuvimos la certificación de producción agroecológica otorgada por el Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires, que es gratuita.
-¿Y en 2022?
-En enero de 2022 realizamos un análisis foliar de laboratorio y fertilizamos, llegando a cosechar 600 kilos. La nuez pecán tiene mucho aceite, y si no la cuidás, se te pone rancia. Entonces la cosechamos y la secamos para que tenga de 4 a 4,5% de humedad, que es la necesaria. Para medirla con exactitud, hemos comprado un humedímetro importado.
-¿Finalmente tanta dedicación dio sus frutos y aumentaron la producción?
-Nos encanta investigar, leer e ir probando nuevos métodos. La nuez pecán necesita fósforo, potasio y nitrógeno. Lo agroecológico lleva más cuidado. En 2023 hicimos trabajos de fertilización foliar y de suelo con cama de pollo y lombricompuesto, arreglos de riego, porque bajaron las napas y por el desgaste de las mangueras, e hicimos análisis de suelo. Cosechamos 800 kilos, y logramos optimizarla muchísimo, gracias al remecedor que pudimos comprar, y a un tractor que nos prestaron.
-¿Creés que valió la pena apostar a lo agroecológico?
-Yo propuse la impronta agroecológica porque pretendo vender alimentos sanos. Pienso que debemos cuidarnos en cuanto a lo que ingerimos, porque si no, así estamos después. Hoy, en el sabor de nuestras nueces, podés notar la diferencia, gracias al cuidado que les brindamos. Pero por esta razón, las plantas crecen de modo más lento, y cuando la mayoría cosecha en marzo, nosotros lo hacemos en junio o julio. También depende de las lluvias, claro. Generalmente, las nueces comienzan a caer el primer día de mayo. Otra razón es que la mayoría de la producción de nuez pecán se exporta. Pero nosotros, como tenemos poca cantidad, decidimos agregarle valor agroecológico y venderlo en el mercado interno, contra demanda y a partir de julio, que en esa época ya a nadie le queda para vender. Felizmente, de ese modo vendemos todo.
-¿Qué otras inversiones han hecho en su negocio?
-Siempre hicimos todas las inversiones con la plata que ganamos en nuestros otros trabajos, que fuimos ahorrando. Pusimos un tanque australiano, compramos un dron. Yo hice una diplomatura en Community Manager, por internet, de modo que ahora manejo yo misma la difusión y venta de nuestros productos y de nuestra marca, por las redes y me ayuda mi hija.
-¿Hacen nueces saborizadas?
-Sí, mi mamá se ocupa de hacer las garrapiñadas, con azúcar, y las bañadas en chocolate. Yo hago las nueces saladas, otras picantes, con merken, y como soy fan de las especias, las saborizo con ghi –la manteca clarificada-, con marsala, con curri, con ajo, con coriandro, con chutney y con razán.
-¿Nos explicás cómo es el proceso de elaborado?
-Después de cosechar, se separan las hojas de las nueces, luego se secan en bolsas colgadas con doble ventilación o con horno a baja temperatura. Se mide la humedad, que tiene que estar al 4,5 %, se guardan en cajones, y a medida que se reciben los pedidos, se pelan para mantener la calidad y las propiedades organolépticas.
-¿Cómo comercializan las nueces?
-Las fraccionamos en bolsas de un cuarto y de medio kilo, envasadas al vacío, bajo la marca “Pecanes de Gaynor”, con cáscara, y peladas. Las vendemos en las ferias cercanas al campo. Todos los años participamos de la gran fiesta del siete de agosto que se celebra en Gaynor, ya que la parroquia del pueblo está dedicada a San Cayetano. Hacemos descuentos a mayoristas y a unas chicas de Luján que venden los bolsones agroecológicos. También a una fábrica de chocolate y hasta enviamos a Jujuy. Las nueces se mantienen intactas durante un año y medio, al vacío o en el freezer, pero los clientes nos dicen que no llegan a esa instancia de tener que conservarlas, porque las comen enseguida (se ríe).
. ¿Qué balance hacés, a esta altura, del proyecto familiar?
-Para mí todo requiere mucha fuerza de voluntad y mucho trabajo. Todas las semanas hay algo que hacer. En total, por ahora, los árboles de pecán cubren 3 hectáreas y media, pero nos gustaría crecer. En vacaciones nos la pasamos en el campo con las nueces y este verano iremos a trabajar y a disfrutar de la vida campestre y de nuestro amado Gaynor, además de que trabajar en familia, en un ambiente tan familiar, nos llena de felicidad. Y consideramos que es un negocio que tiene muy buena salida y nos alienta a seguir, a pesar de las dificultades.
Soledad Rofríguez y su familia eligieron para dedicarnos la canción “Es ahora” de y por Abel Pintos y Luciano Pereyra.