Sebastian Guizzo es un joven ingeniero agrónomo de 35 años nacido entre viñedos en la localidad de La Consulta, departamento de San Carlos, en pleno Valle de Uco, Mendoza. La vitivinicultura es lo que más ama y lo que sabe hacer: asesora a diversas fincas y además trabaja unas pocas hectáreas de su familia.
En plena vendimia 2020, Guizzo relata los inconvenientes que enfrenta un productor chico de vid, que son la mayoría aquí en la provincia: “Venimos de cuatro años muy complicados, en donde es muy difícil ubicar la uva”, explicó a Bichos de Campo. Y dijo que las ventas finalmente se concretan “a un precio que se mantiene en el mismo valor” desde por lo menos 2017. Recién cuando hicimos esta entrevista, un par de días antes de la cuarentena, los valores habían comenzado a moverse un poco.
Aquí la entrevista completa con el joven de 35 años:
“El año pasado incluso hubo bodegas que ni siquiera te llevaban la uva. Y el productor que no tenía donde ubicar la uva terminó vendiéndola más barata, la terminó prácticamente regalando. O elaboró su vino y hoy tiene el vino guardado en la bodega, porque no sabe que hacer con el y no lo puede vender”, indicó Sebastián.
Las quejas de los productores son recurrentes: aunque en el país existen varios cientos de bodegas, son solo cuatro a cinco grandes jugadores los que manejan el mercado a su antojo. Sucede que ellas tienen sus propias plantaciones y solo recurren al productor independiente cuando necesitan más uva, usandolo como variable de ajuste. En estos años de menor consumo de vino, tanto local como internacionalmente, la oferta de uva terminó ocasionando un sobreestock en el mercado y deprimiendo los precios.
Así, muchas bodegas terminan pagando solo por la uva que quieren, sin aumentar el precio con el paso de las campañas y hasta en cómodas cuotas (para ellas, no para el viñatero). “La bodega que más rápido paga lo hace a ocho meses, pero lo más común es a doce meses”, aclaró Guizzo.
Con costos que se elevan año a año, producto de la inflación y del impacto de la devaluación sobre una serie de insumos dolarizados, el productor en algunos casos puede salir hecho y en otros va directamente a pérdida. Si es que le compran su uva, porque como cuenta Guizzo ha pasado de gente que tenga que salir a regalar su uva o hacer su propio vino que después no puede ubicar.
En cuanto a los costos directos de producción, el joven agrónomo señala que en una campaña ascienden a más de 100 mil pesos, “y difícilmente llegues a recibir eso por tu uva”, comentó frustrado. El Valle de Uco es la zona productora de la cotizada variedad Malbec: tiene una productividad por hectáreas más baja que en el este de Mendoza pero produce una uva de mayor calidad y más requerida por el mercado.
Ante este panorama desalentador, Giuzzo comentó que lo que más ve entre sus asesorados es el intento de bajar costos productivos como sea: lo más usual es ver ahorros en aplicaciones con agroquímicos o fertilizantes. “Esto lo que hace es mermar la producción, pues la fertilidad es directamente proporcional el rinde”, señaló.
De todas formas, entiende estas decisiones en un contexto en donde lo único que se puede hacer es trabajar sobre los costos, pues es imposible manejar los precios de venta. “Por ahí lo que podría hacerse es que los productores se asocien un poco más, ya que hay muchos que son muy individualistas. Pero juntándose por ahí podrían compartir máquinas e insumos y eso les cambiaría algo”, sugirió el agrónomo.