Hace unos meses mi amiga antropóloga, Alicia González, me sugirió que le podría hacer una nota a un joven amigo que cultiva zapallos en San Agustín, y que está a punto de recibirse de ingeniero agrónomo en Balcarce, donde vive.
Balcarce está a mitad de camino entre Vidal y Necochea, al sur de la provincia de Buenos Aires, y San Agustín, a unos pocos kilómetros más al sur de Balcarce.
Alicia me contó que conoce a Ezequiel Villar Fernández de la ciudad de Ranchos, donde éste nació, en la misma provincia de Buenos Aires, sobre la ruta 29, al sur de Brandsen. Además de ser agricultor, Ezequiel aprendióallí el arte y oficio de ser alfarero y ceramista con su madre, la museóloga María Angélica Fernández de Villar, amiga de Alicia.
Fue así que un día decidí wasapear a Ezequiel, quien atentamente me respondió: “No se de qué podría hablarte yo, pero llamame”.
Lo contacté enseguida y le dije que me contara algo de su vida. Poco a poco me fue relatando que en su pago natal de Ranchos estudió soguería con el maestro Martín Gómez, y luego los continuó en Balcarce con Pablo Carlón. También que trabajando con este último y, trenzando tientos, se pudo pagar sus estudios agrícolas.
Ezequiel recordó que hace unos años realizó un viaje exploratorio, de mochilero, al noroeste con un compañero de la facultad. Allí recorrió los cultivos de cebollas en la Quebrada de Huamahuaca, y llegó a San Isidro de Iruya, al norte de Salta, donde halló y recogió semillas de cayote, que en Balcarce conocen y llaman “sandía de dulce”, porque la calabaza es muy similar. Las sembró en un jardín de su pensión, aplicando todos sus conocimientos científicos, para que aquel fruto se adaptara a una región tan fría. Lo hizo tan bien, que después se le convirtió en plaga.
Pero al cosecharlos le dio por hacer dulce y comenzó a regalarlos, hasta que muchos le comenzaron a comprar. Ahí fue descubriendo su vocación de cocinero, ya que hasta hoy los prepara con clavos de olor, jengibre y cascaritas de naranja.
Luego se animó a cocinar zapallo en almíbar, de su propia chacra de San Agustín, y más tarde, de higos, y luego, mermelada de kiwi, de la que llegó a producir hasta 50 frascos por temporada. La de kiwi no es fácil de preparar, pero él lo deja reposar con jugo de limón y azúcar la noche anterior a cocinarlo, para que luego se una de modo homogéneo.
El casi ingeniero agrónomo me aclaró que desde antes de cultivar zapallos cabutiá o brasileños, y ancos o calabazas, trabaja en el monitoreo de plagas de la papa por toda la zona, desde Barker, Azucena, Tandil, Gardey y Tres Mojones. Cada semana recorre en 3 o 4 días unas 1400 hectáreas sembradas con papas. Este trabajo le dio el dinero necesario para llegar a invertir en el alquiler de tres hectáreas en San Agustín y cultivar zapallos. Y así suma ingresos genuinos a su vida.
A esta altura de la charla, comencé a darme cuenta de que Ezequiel tenía mucho para contarme… Y me quedé corto, porque me aclaró que lo que más le interesaba relatar era su faceta de alfarero, porque es su identidad familiar, dada por su tan admirada madre, quien luego de ser Directora del Museo Regional de Ranchos creó en su propio hogar familiar el “Taller de Alfarería Lincoln Pagni”, en honor a un bravo cacique. Eso sucedió luego de que ella cursara alfarería con el profesor Carlos Moreira, que había convivido con los wichís.
Fue así que Ezequiel comenzó a contarme apasionadamente que en su pago natal de Ranchos acuden a la vera de la laguna del Taqueño, hoy llamada de Ranchos, en busca de arcilla para elaborar cerámicas con la técnica aborigen, incluso la de cocción a cielo abierto. En el taller investigan sobre las culturas originarias de la pampa húmeda, en especial de los Hets o “Jets”, a los que solemos llamar indios pampas o querandíes.
En sus excavaciones han hallado restos de cerámicas con imágenes de los guaraníes, del maíz, huellas digitales, puntas de flechas, boleadoras, cañas, dientes de ratones, etcétera.
María Angélica conserva tanto material que sueña con crear un museo aborigen y gauchesco, pero aún no ha conseguido el apoyo necesario del Estado. Hace unos años vienen preparando un libro donde van volcando la experiencia y el fruto de sus investigaciones que ya darán a luz.
Ezequiel se emocionaba contando las famosas quemas de la cerámicas que fabrican artesanalmente en el taller, para templarlas y cocinarlas. Ese proceso puede durar unas diez horas. Lo realizan con los alumnos, e invitando a los de otros talleres y a toda la comunidad de Ranchos, al lado de la laguna, porque son un verdadero espectáculo, con rituales, a la luz de la luna, honrando a la madre tierra. Estas coloridas quemas se realizan cada tres meses, pero en alguna épocas solo han podido realizarlas una vez al año.
El artesano, soguero y casi agrónomo me dijo además que siempre viaja a conocer lugares arqueológicos y a conocer más de los pueblos originarios, que anduvo por Guachipas, y que tiene que ir a buscar el auto de su madre a Santa María, Catamarca, donde fundieron su motor y tuvieron que dejarlo.
A esta altura ya tuve que ironizarle a Ezequiel: “Menos mal que no sabías qué podrías contarme…”
Fuimos dando fin a la entrevista mientras me proponía que no deje de visitar su taller familiar de Ranchos, y de pasar por Balcarce a comer unas pizzas que a él le encanta cocinar, o algo al disco de arado. Avisó que en 2019 piensa incursionar en la fabricación de cerveza de zapallo y de kiwi, con lo cual queda certificado su carácter de emprendedor sin límites.
Este inquieto aprendiz de ingeniero me recomendó que si andamos por Mar del Plata, podemos visitar la casa de arte latinoamericano “Rosa de los Vientos”, donde se pueden ver y comprar sus cerámicas.
Y como si fuera poco, me anotició de que algo “rasca” la guitarra y que me quiere invitar a la peña Sapukay, de la Facultad de Ciencias Agrarias. Tanto le gusta el folklore, que le quiso dedicar a su amiga Alicia González la milonga “El sacador de papas”, de Luis Domingo Berho y Alberto Ruidíaz, por Tito Ramos, de Mechongué.