Graciela Barrera y Raúl Barisano se conocieron hace 35 años y conformaron una familia ensamblada, de cinco hijos, en el barrio porteño de Caballito. Ella es abogada y docente, y le apasionan la poesía y cocinar. La abogacía es aún su principal sostén económico. Raúl es librero de toda la vida. Comenzó vendiendo casa por casa hasta que logró tener una importante librería en la avenida Corrientes -que ya vendió- y hasta su propia editorial.
En el año 2005, Graciela y Raúl decidieron abrir un bar cultural en una bella casa de Don Torcuato, en la zona norte del Gran Buenos Aires, en la calle Manuel Obarrio 886, a una cuadra del conocido Hindú Club. La casa está emplazada sobre un terreno de 500 metros cuadrados, con un amplio jardín que invita a la introspección. Lo llamaron “Tertulia libros y algo más” rememorando aquellos encuentros de la época colonial de la Argentina, donde se cantaba y alimentaban los espíritus escuchando conciertos, se comía y bebía, y hasta se discutían las ideas.
Así montaron una librería con 900 ejemplares, con presentaciones de libros por sus autores, talleres culturales de música o literatura, autobiografías guiadas, tejidos, pintura, yoga, degustaciones de vinos y tés, reiki, para todas las edades, exposiciones de artistas plásticos y espectáculos musicales. Por allí pasaron artistas de la talla de Opus Cuatro, Magdalena León, Raúl Carnota, Patricia Barone, Donna Caroll, como también de flamenco y de ópera.
Suele suceder que alguna gente alquila el lugar por dos días para realizar jornadas de profundización de algún tema, para reuniones profesionales, encuentros sociales, celebrar cumpleaños, casamientos y mucho más. Abren todo el año con un receso anual de quince días en enero o febrero.
Pero en el año 2011 Graciela hizo un posgrado en Turismo Rural en la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba), y luego de ello, con Raúl y sus hijos, decidieron ir por más: compraron 14 hectáreas en el pueblito de Gualjaina, en Chubut, a 65 kilómetros del Aeropuerto de Esquel. Lo parquizaron y construyeron una modernísima casa con adobe -lo que la vuelve térmica- y techos de maderas de El Bolsón, con el objeto de habitarla y realizar las mismas actividades culturales que en Tertulia Don Torcuato, es decir, también abierta a la comunidad.
Por eso mismo la llamaron “Tertulia Gualjaina”, sólo que además de montar un bar con café exprés, librería con 900 libros y rodearla de un vergel -en esa estepa donde escasea el agua- le sumaron la capacidad de hospedar a una sola persona o pareja o familia por vez.
El hospedaje funciona sólo de enero a mayo y hay que reservar con tiempo. Graciela, se instala allí desde enero hasta abril, pero me aclara que en la familia si bien todos se ocupan de algo, tuvieron que volverse multifacéticos, incluidos yernos y nueras. En ambos “Tertulia” pueden atender a contingentes de entre 50 y 70 personas con un menú fijo.
En las 14 hectáreas de Tertulia Gualjaina plantaron 17.000 árboles para cortar los vientos patagónicos: tamariscos, álamos criollos y plateados, sauces, que no sólo alientan a que el viento silbe, sino que sus juguetonas hojas ofrecen un espectáculo cotidiano inolvidable.
Pero además crearon una huerta protegida por un invernadero vidriado Y luego un viñedo experimental de 160 plantas de Sauvignón Blanc en media hectárea, con sistema antihelada y riego por goteo. Y una plantación de lavanda. Y también olivares. Además crían ovejas Texel en las diez hectáreas, que se destacan por sus virtudes cárnicas más que por su lana. La lana Graciela se la entrega a dos artesanas amigas para que hagan tejidos. Colocaron 20 paneles solares, más energía eólica, y a las baterías las cambian cada cinco años.
Graciela me señala que en sus dos “Tertulia”, la urbana y la rural, no hay televisión ni periódicos, y en Gualjaina muy poca señal de internet. Ayuda a que las visitas se conecten más entre sí y con el conmovedor paisaje.
Imaginémonos pasando una semana en Tertulia Gualjaina, donde Graciela, que ama la cocina, nos preparara unas empanadas de cuatro quesos, una lasagna de verduras de su huerta o pizzas vegetarianas o un cordero al asador. Luego, algún postre de frutos rojos, con arándanos, grosellas y frutillas o una panacotta bien casera. Todo acompañado de vinos chubutenses y coronado con un espumante de la región y un delicioso café exprés.
Graciela hace esto mismo durante el invierno y la primavera, en Tertulia Don Torcuato, mientras que en ambas también se ocupa de elaborar las gacetillas de los eventos y de manejar las redes sociales.
Me cuenta Graciela que el emprendimiento de Gualjaina es parte del primer proyecto turístico asociativo de la Argentina, integrando a once localidades, pero que su difusión más efectiva es la de “boca a boca”. En verano hay días de mucho calor y se pueden bañar en el río Gualjaina, que está a 150 metros, o en el río Lepá que está a apenas 50. A 38 kilómetros se halla la majestuosa Área Natural Protegida de Piedra Parada y el Cañadón de la Buitrera, de reciente explotación turística, al que conocen y visitan más los europeos que nosotros, los argentinos.
Graciela y Raúl han andado tanto, pero no cesan de soñar y se alegran de que les falta sólo un año para poder comenzar a producir su vino sauvignon blanc. Descubrí que una honda ideología los inspira a comprometerse socialmente y a hacer tanto por elevar nuestra cultura, por ayudar a conocernos y a reconocernos, reforzando nuestra identidad. La Pandemia no los amedrenta y aprovechan para planificar el futuro. Chateando con Graciela, me hace tomar conciencia de que el día en que las mujeres obtengan los mismos derechos que los varones, este mundo será más justo.
Por falta de tiempo tuve que elegir yo la canción final que aquí les quiero dedicar a todos, de mi admirada María Volonté, “Beso Azul”, que bien viene para este tiempo de introspección, en la misma sintonía que Graciela y Raúl.
Colo excelente nota!!!!
Te felicito