En la nota anterior elogiábamos a la Red de Cocineros del Iberá, que nuclea a siete pueblos de aquella región correntina. Y entre todos los platos típicos que recuperan y revalorizan no nos citaron alguna receta ancestral a partir de la miel de las abejas, pero no porque no la incluyan, sino tal vez por dar prioridad a otras comidas.
Claro que así como podríamos recomendar para esta época de invierno el brebaje sagrado de agua caliente, limón exprimido y miel, o caramelos de miel para la garganta, o unas galletas de miel para acompañar un mate correntino, podría yo comenzar a sorprenderlos contándoles un paradoja:
Resulta que un amigazo que vino a estudiar como yo a Buenos Aires, pero desde Curuzú Cuatiá, al sur de la provincia de Corrientes, muy cerca de los Esteros del Iberá, y que venía a mi extinta Peña del Colorado a cantar chamamés para combatir su propio desarraigo -y les hablo de Juan José Labarthe- se asoció con un apicultor amigo, de su mismo pago, Carlos Lorenzola, especialista en extracción y elaboración de apitoxina para usos cosméticos y terpéuticos.
La apitoxina, como su nombre lo indica, no es otra cosa que el miel de las abejas, ese que nos produce tanto ardor después de una picadura. Estos dos socios y amigos han visto que la ponzoña de las abejas melíferas, con el que ellas nos causan tanto dolor, puede ser reconvertido en un remedio, entre otros usos, para calmar el dolor de las personas. Esa es la paradoja, claro.
Ahora se han ampliado y también poseen colmenas en el Valle de Conlara, en la provincia de San Luis, la región del afamado microclima.
Lorenzola viene desde hace tiempo desarrollando en la producción apícola, con innovación y valor agregado. Como dijimos, se ha vuelto especialista en la extracción de una materia prima no convencional llamada apitoxina (del griego Apis = abeja, y Toxicon = veneno). Utiliza ese veneno de las abejas con fines terapéuticos y con fines cosméticos, obteniéndola una sustancia de altísima calidad y pureza. Y en zonas no transgénicas, según el mismo cuenta. Por cierto, no hay en esas zonas casi nada de soja.
A partir de esta innovación han creado la marca “Creaciones Reales”, que utilizan para diversas líneas de productos, tanto de uso cosméticos como de uso terapéutico y gabinetes, para profesionales de la salud, destinados a tratamientos del dolor y antiinflamatorios.
Escuchemos a Carlos Lorenzola:
Con la apitoxina hacen cremas cosméticas de muy buena calidad, no en medio del campo sino en un laboratorio de Buenos Aires, de manera profesional y con las habilitaciones correspondientes de la Anmat. Eso les permite vender en farmacias, y ya están trabajando para exportar.
¿Y cómo se extrae la apitoxina? Nos los cuenta el propio Carlos:
La apitoxina es una rica combinación de enzimas y polipéptidos que beneficia la salud de la piel. La melitina es su principal componente. La apitoxina potencia y aumenta la irrigación y la permeabilidad sanguínea. Afirman que hidrata, nutre, desintoxica y regenera la piel, las articulaciones y los músculos.
Se la recomienda como analgésica, antibiótica, antiinflamatoria y relajante. Dermatólogos, cosmiatras, cosmetólogas, esteticistas, médicos, kinesiólogos y masajistas la recomiendan como cremas anticelulíticas, cicatrizantes, antiadiposas, etcéteras. A sus cremas les agregan miel, jalea real, propóleos y polen, además de extractos vegetales.
Dijo Hipócrates “Las abejas son la farmacia del cielo”. Fue mucho antes de que estas cremas se vendieran por internet, en la tienda virtual www.creacionesreales.com. En Mercado libre también se las encuentra ya que las comercializa la empresa Saludablemente SA.
Pero además de extractor de apitoxina, Carlos Lorenzola es poeta y músico, y ha compuesto chamamés de altísima calidad poética, como la belleza de “Poema al pueblo”, con letra y música de él mismo, y que nos envió para que disfrutemos. Está interpretado por el sutil cantor Santiago Jacobo y el guitarrista Carlos Ariel Villalba.