Cuando la inflación estaba en el ojo de la tormenta, y los precios en las góndolas cambiaban cada semana, un conjunto de cooperativas del centro del país decidió agruparse para conformar un circuito alternativo. Sin capitales extranjeros, sin esquemas oligopólicos y con el foco puesto en la producción de cercanía.
Así nació, en agosto del 2022, “Alimentos para la Nueva Argentina”, una suerte de “cooperativa de cooperativas”, reconocida por el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), que agrupa a empresas lácteas, avícolas, molinos, mutuales y cadenas de distribución de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires.
Una respuesta desde y hacia el sector trabajador, que surgió en uno de los momentos más complejos de la economía argentina, y se afianza con proyectos a largo plazo para demostrar que se puede agregar valor aún cuando la soga llega al cuello.

“Es jodido que un país que produce alimentos como el nuestro no tenga la potestad de distribuirlo o de influir en sus precios. Por eso es que nos autoconvocamos”, explicó a Bichos de Campo el presidente de la entidad, Sebastián Ferro.
El inicio de esta iniciativa, en realidad, llega de la mano de un circuito de proveedurías en el que el dirigente ya participaba, que pertenece a la Asociación Mutual Empleados de Comercio rosarina (Ameco). Lo que empezó como un intento de darle un lugar en las góndolas a los productos fabricados en los alrededores, terminó convirtiéndose en una federación que nuclea a más de 40 entidades cuyo único propósito, asegura Ferro, es “articular el alimento argentino”.

Con una inflación que giró en torno al 95% en 2022, y superó el 200% en 2023, la conformación de un circuito paralelo de comercialización tuvo buena repercusión. Eso es gracias a que permite colocar alimentos elaborados en las cercanías, que para el consumidor significa un menor precio y para la cooperativa reglas de juego más justas.
“Hay muchas pymes que producen alimentos que quedan afuera de las grandes cadenas de supermercados por decisión o por la forma de pago que tienen. Buscamos ser una alternativa a esos circuitos monopólicos con productos que no son de capitales internacionales”, explicó el presidente de La Nueva Argentina.
Los lácteos de Cotar -cuya historia contó días atrás Bichos de Campo-, la cooperativa agropecuaria Capyc, los productores de hongos comestibles de Cophal, las empresas lácteas santafesinas, agrupadas en Apymil, las avícolas entrerrianas, la harina de la cooperativa molinera de Zavalla, las legumbres y verduras de Arraigo, en Villa Constitución, o los alimentos de los productores de Churqui Cañada. La lista es muy extensa, y alcanza incluso a mutuales, asociaciones de transporte y bancos. Es un gran universo cooperativo que funciona en conjunto.
En ese sentido, Ferro señaló que muchos de los proyectos y articulaciones entre las entidades “se dan de hecho y sólo por conocerse”. Es el caso de un productor tomatero que consigue quien se lo envase y distribuya, o de una empresa láctea que vende sus quesos directamente en las proveedurías.
Pero, a la vez, esas iniciativas se combinan con propuestas más ambiciosas y de largo plazo, que tienen como fin último ampliar la cartera de productos que pueden ofrecer. Un ejemplo de ello, explicó el referente, es el de la cooperativa MaSabia, que siembra su propio trigo y fabrica la harina integral con la que luego distribuye prepizzas, discos y tapas de empanadas. La idea es que ese gran molino ubicado en Zavalla pueda también vender en las góndolas su propia harina.
“No supera los 1200 pesos el kilo, es un precio irrisorio para ese producto. Vamos a empaquetarla para salir con una harina agroecológica y barata al mercado”, detalló Ferro, que anhela poder hacer lo mismo con otros alimentos, para tener una suerte de “canasta básica 100% cooperativa” que ofrecer en sus proveedurías.

Lo cierto es que la economía social, y sobre todo en contextos económicos difíciles, está siempre destinada a la supervivencia. Es lo que está inscrito en el adn mismo de las cooperativas, que nacen como un modo de paliar la crisis pero sufren también los mismos problemas que cualquier otra empresa.
“El de la economía social es un mundo complejo y heterogéneo, sobre todo en lo que refiere a la producción de alimentos. A todas las cooperativas chicas y mediana les subieron los gastos fijos y les bajaron las ventas. Es un cóctel complejo”, evaluó Ferro, que aseguró que, ante ese escenario, “las que pueden resistir se van reinventando, buscan nuevos mercados y elaboran nuevos productos. Pero otras, en cambio, desaparecen”.

Esto es muy claro en el sector lácteo, en el que a mediados de los noventa el cooperativismo representaba una tercera parte de las empresas activas y hoy, 30 años después, apenas llega a 3%. Pero, además de los procesos concentradores, que en la industria alimenticia han sido muy claros durante las últimas décadas, el cooperativismo debe enfrentar también los descalabros coyunturales, como es la caída en el consumo que provoca cada crisis económica en el país.
“El trabajador ya no tiene ingresos para consumir como antes. No es una cuestión de ideología sino de números”, expresó el dirigente.
El próximo viernes 28 de noviembre, en la sede del gremio docente Adiuc, ubicada en Ciudad Universitaria de Córdoba, La Nueva Argentina organiza su segunda jornada “En Defensa del Alimento Argentino”, una cita abierta a toda la comunidad en la que no sólo se comercializan los productos de cada una de las empresas que integran la federación, sino que también, a nivel macro, se discute el futuro del sector.
“No manejamos los ríos, las montañas, los minerales ni la pesca, pero no podemos no manejar los alimentos. Eso sí es inaceptable”, concluyó Ferro, que, a 3 años de haber nacido esa iniciativa confía en que, en conjunto con todo el sector cooperativo argentino, es una realidad que puede revertirse.





