Vacas. Raza Holando Argentino. Una pasión. Octavio y Bruno. Dos nenes. Dos familias. Dos cabañas.
Para quienes no están habituados a los días de exposiciones, las muestras agropecuarias tradicionales tienen un ritmo intenso, un trabajo diferente al del campo, pero un atractivo que va mucho más allá de preparar bien a los animales y ganar premios. Tienen el encanto de estar en la fila, de tener a los ejemplares más lindos listos, para mostrar el trabajo de meses, pero también de compartir con los colegas.
En los últimos años, La Lilia y La Luisa se miden pista a pista, exhibiendo ejemplares únicos en el país, para que los ojos y gustos de los jueces sean los que se ponen a prueba realmente.
El pasado fin de semana, en la ExpoRural de Rafaela ess cabañas se repartieron el uno/dos en hembras y machos puros de pedigree, con un nivel de excelencia que también se vio en otras categorías y con premios, frente a tantas otras cabañas también muy reconocidas.
Entre la alimentación, la higiene, la renovación de las camas, la peluquería, el spray, e incluso los baños diarios que reciben las vacas, desde que las cabañas se instalan en las instituciones, junto con el personal, con los equipos llegan ellos dos, Octavio y Bruno.
En Colonia Aldao: La Lilia es la cabaña de la familia Barberis. Onelio había estado siempre vinculado a la lechería y fue en 1958 que con diez vacas en ordeño llegó a inscribir al primer animal en el registro puro de pedigree. Hoy están terminando los galpones del free stall con cama de arena, para darle más confort al rodeo de los tambos comerciales, con una inversión que ronda los 2,5 millones de dólares, Horacio y sus hijos están al mando.
“Cada cabaña lo que trata en diferentes medidas es invertir en genética para tratar de llevar al Holando Argentino, a la lechería argentina, al más alto nivel posible. Porque de las cabañas salen un montón de toros que después se usan para sacar semen para los centros que venden a los tambos comerciales. No sólo se trata de mostrar vacas lindas sino de levantar el nivel genético de todo el país. Para eso invertimos en el trabajo de todo el año, no sólo en la presentación en las exposiciones”, explica Antonella Barberis, veterinaria, responsable de la empresa familiar y también jurado de la raza.
Quienes son líderes en una raza siempre trabajan para estar al día, a pesar de todas la condiciones que se presentan, por política, economía y clima.
Desde Colonia Aldao, provincia de Santa Fe, estar en cuatro exposiciones este año les permite encontrar a los colegas para “sacarse chispas en la pista”, aunque también para compartir días con los equipos de trabajo, compartir charlas, mates, almuerzos sentados en los cajones de los bozales y en definitiva formar parte de una comunidad que resiste a fuerza de pasión.
Antonella de eso sabe mucho y, mientras mira a su sobrino Octavio, está segura que esa cuarta generación también tendrá el mismo objetivo: “Trabajar para que cada animal esté impecable en la pista y cuando logramos premios, que no es fácil, nosotros estamos felices”.
Desde Ataliva: A unos 40 kilómetros hacia el este, en el centro santafesino, Ataliva se distingue con el trabajo de los Miretti en la Cabaña La Luisa.
Con tradición histórica pintada de blanco y negro, Guillermo Miretti es quien encabeza esta cabaña que se renovó hace 30 años y le puso nuevo nombre, e incluso nuevo prefijo, a los animales. Cuatro hijos lo acompañan, que son la tercera generación en la actividad.
Alejandro Miretti sabe que sostener las tradiciones es algo fundamental. Largos ganadores del Concurso de Vacas Lecheras, coleccionistas de grandes campeones e importantes productores de leche, no explica más que con la “pasión” a estas ganas de llegar a las pistas, a la mirada de los jurados.
“Nos criamos con las vacas, lo llevamos en la sangre”, dice mientras reconoce que “es una actividad muy sacrificada”, aunque “estar en las exposiciones es venir a compartir, a encontrarse con amigos, a pesar de querer ganar el día que nos toca competir en cualquiera de las categorías. Todos tenemos esa ilusión, pero también venimos a disfrutar”.
La competencia motiva y los números los enorgullecen. “Llevamos siete de los últimos diez años ganando en la pista de Rafaela, los últimos tres consecutivos. Sabemos que hacemos un trabajo diferente, a los animales de la cabaña se los cuida los 365 días del año, con personal exclusivo. Esa pasión sabemos que hace la diferencia”.
Superando los desafíos del contexto donde sobresale una “sequía terrorífica” y los tamberos se sienten “guerreros”, este tío orgulloso confiesa que nadie tiene más entusiasmo en la temporada de exposiciones que Bruno. El pequeño está desde que bajan las vacas del camión, hasta en la custodia del Galpón de Toros.
Encuentros del futuro: Las cabañas repiten sus ubicaciones cada año y durante la semana en la que los animales están en las instituciones, ellos dos corren, juegan a la escondida, a la competencia en la pista haciendo de paseadores o jurados, según les parezca. Se desenvuelven con toda naturalidad y saben mucho de la conexión que significa la amistad.
Octavio Sala Barberis tiene 8 años y Bruno Miretti tiene 7. Dicen que se conocieron ya no saben cuándo en la ExpoRural de Rafaela.
Sentados en unos fardos, locuaces, dispuestos y entusiasmados son enormes entrevistados de Bichos de Campo.
Todos los años se encuentran sólo en las exposiciones. Vienen de verse en Morteros, San Vicente, y este fin de semana se despedirán en la Fiesta Nacional del Holando en San Francisco, donde habrá un interesante número de 120 ejemplares.
“Yo tengo a mi ternera, Baby, la quiero”, dice Octavio. “Yo tengo a mi ternera acá y la cuido mucho”, acota Bruno sobre Brazilia. Esa es la primera razón por la que están en la muestra y en definitiva la excusa de esta amistad en la que pasan ratos largos entrenando a los ejemplares más jóvenes para que sean obedientes en la pista, que caminen lento y que también los hagan lucir a ellos.
Las terneras mencionadas fueron cuarta y primera, pero lo importante es que “los mejores que las presentamos fuimos nosotros dos”. El jurado brasileño, Flávio Junqueira, no pudo definirse por uno y los destacó a los dos.
En la pista los chicos compiten, “pero cuando uno gana nos felicitamos”, reconoce Bruno, y aporta un tip fundamental para antes de cada presentación. “No hay que estar nerviosos cuando entramos porque la ternera lo siente”.
A Octavio el abuelo le elije la ternera. “Me dan siempre las lindas”. Bruno entiende que es su papá Gabriel el que se las elige cada año.
Tienen muy claros sus deseos. Ante la clásica pregunta, ¿qué quieren ser cuando sean grandes?´, responden juntos. “Cabañeros y futbolistas”, asegurándoles a los abuelos que van a seguir con este trabajo entre vacas. Dudan un poco pero también coinciden en que van a estudiar veterinaria y quizá armar una cabaña juntos.
Ese “cuando sean grande” incluye: “Vamos a ir de fiesta y él se va a quedar a dormir en mi casa; y algunas veces yo en la suya”. Planifican con salidas en Rafaela y Brinkmann.
Entre charlas se ocuparon de ponerles el bozal a las terneras, de sacarlas del galpón y de lucirlas orgullosos para las fotos, pidiendo una especial, abrazados.
Pasan tantas cosas complicadas, sólo mirando el sector, que estas historias son las que nos hacen respirar, esperanzándonos con que un futuro mejor puede lograrse. La lechería argentina está hecha a pura pasión, con la convicción y el amor por las vacas. Las familias lecheras saben transmitir la capacidad de dar la pelea por seguir adelante.
Bruno y Octavio son dos maravillas, pero sobre todo son las caritas que nos permiten pensar en que dentro de muchos años las tradiciones seguirán intactas y ojalá, mucho mejores, siempre pintadas de blanco y negro.