En junio pasado, de acuerdo con el relevamiento de precios del IPCVA (Instituto de Promoción de la Carne Vacuna), los precios de la carne vacuna aumentaron 8%. Y eso a pesar de las restricciones que impuso el gobierno a las exportaciones, que desde su lógica deberían haber generado una caída del precio del alimento en los mostradores.
Eso no fue lo que sucedió. La carne aumento más que el doble que la inflación mensual, que fue de 3,2%.
El incremento del precio de la carne tiene que ver con la dinámica inflacionaria de la economía argentina, pero también con otras cuestiones. Los argentinos se resisten a consumir menos carne y eso es lo que les está pasando. La oferta no crece y el promedio de abastecimiento interno por habitante al año, entre enero y mayo, fue de 45 kilos, 10% menos que en 2020. Esto tuvo que ver con la reducción de la faena.
Esa es una forma de medir el consumo, tomando como referencia la cantidad de kilos por persona disponibles. La otra es evaluando el gasto. Y aquí lo que se observa es un notable crecimiento que da cuenta del interés de los consumidores por hacerse del producto.
En junio, el precio promedio por kilo de carne vacuna -de acuerdo con el informe del IPCVA- fue de 719 pesos, lo que multiplicado por los 45 kilos disponibles por habitante significaría un gasto anual de 32.350 pesos por persona en carne de vacuno.
En el caso de la carne aviar, el kilo de pollo entero (no se mide el troceado) en junio fue de 183 pesos. Suponiendo un consumo de 47 kilos, tal como informan las avícolas, el gasto anual sería de 8.600 pesos.
En tanto, el kilo de carne de cerdo en ese informe fue de 455 pesos y los kilos por habitante según el Ministerio de Agricultura suman 15 cada año, lo que implica un gasto de 6.800 pesos.
En definitiva, la suma del gasto en carne de pollo y de cerdos es de 15.000 pesos, menos de la mitad de lo que cada argentino está dispuesto a gastar en carne vacuna. De este modo queda clara la preferencia de los consumidores por la carne vacuna, el rechazo a consumir menos y la disponibilidad que tienen a pagar más cuando la oferta se reduce.
La demanda de carne tracciona. Para atender esas exigencias el sector avícola acaba de negociar créditos con el gobierno para potenciar su eficiencia productiva y producir más carne para el consumo y la exportación. En eso anda también el sector porcino. Ambas producciones apuntan a generar una oferta mayor.
Pero en el sector vacuno la reacción es más lenta por las características propias de la actividad, que tiene tiempos más largos e inversiones atomizadas en muchos miles de productores que buscan defender su capital como pueden de las dificultades que les presentan la macroeconomía y la política.
Hay analistas ganaderos que sostienen que la carne vacuna también creció en producción, teniendo en cuenta la cantidad de hectáreas que perdió a manos de la Agricultura: es decir que produce lo mismo con menos superficie y mayor eficiencia por hectárea. Pero para el cálculo que estamos haciendo lo que se rescata es que la cadena ganadera solo mantuvo estable su producción en las últimas décadas en torno a las 3 millones de toneladas.
Para incrementar ese registro, y teniendo en cuenta la preferencia del consumidor local por la carne vacuna y las buenas oportunidades de negocio que se presentan en el mercado mundial, es claro que se requieren de incentivos claros y sostenidos en el tiempo que favorezcan las inversiones en toda la cadena. No es lo que el Gobierno parece dispuesto a hacer.