Transcribimos una notra escrita por el ingeniero agrónomo Héctor Gómez (hectoreduardogomez@gmail.com), referida al reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia que intenta poner fin al histórico conflicto entre las provincias de La Pampa y Mendoza, obligando a la segunda de ellas a entregar un flujo constante de agua a esa cuenca.
Desde siempre el Atuel se deslizaba, muchas veces con pereza por la estepa árida pampeana, y otras veces tumultuoso formando grandes humedales y lagunas. En un desierto donde es escasa la lluvia, solo 300 milímetros al año, con una vegetación de desierto formada por jarillas y pastos duros y con un suelo magro y esquelético, discurria su curso el río y daba vida allí donde sus aguas desbordaban. Las áreas favorecidas se enriquecian con vegetales más aptos para el consumo y en ella numerosas formas de vida animal prosperaban dando alegría a la vista y el oído.
En sus orillas y en sus humedales y lagunas vivían los hombres desde épocas inmemoriales, al principio americanos de pueblos originarios, luego americanos producto de la mestización, pero siempre seres humanos.
Desde inicios del siglo XX todo comenzó a cambiar, al principio lentamente y luego con la celeridad propia del ingenio. En 1947/8 finalizó la construcción del dique El Nihuil y se inició el llenado del lago. Las aguas dejaron de correr aprisionadas por la mole de cemento, las zonas de prosperidad biológica de aguas abajo languidecieron y al final murieron.
Murieron con ellas las nutrias, los peces, las ovejas y vacas. Desaparecieron las innumerables especies vegetales que permitían ese oasis magro pero próspero. Más suerte tuvieron los pájaros que libres pudieron migrar. También la mayoría de los hombres que en gran número también se exiliaron a otras geografías. Solo quedaron los mas empecinados.
El sufrimiento dio origen a un desarrollo cultural que se refleja en la poesía y el canto del oesteño pampeano. Es la cultura del desarraigo, de la pérdida y la desesperanza, es el lamento por una forma de vida que ya no es.
Las aguas del Atuel dieron vida a extensas zonas de riego en Mendoza donde se formó una sociedad próspera y productiva. El oeste pampeano y el sur mendocino son dos imágenes totalmente diferentes. Es como si un espejo deformante y de opacidad variable mostrara dos realidades, y son dos cuadros totalmente disímiles.
La injusticia hídrica y la no escrita ley del gallinero son parte de ese mundo de escasez y sufrimiento.
Luego de decenas de años de reclamos vanos, presentaciones legales y movilizaciones populares de los parias hídricos la Corte Suprema produjo un fallo que obliga a Mendoza a liberar caudales permanentes que permitan recuperar el ambiente destruido.
La sentencia se basa en las leyes ambientales que el cambio constitucional permitió. Los recursos naturales tienen quien los defienda y está muy bien. Pero ¿Quién defiende al hombre vulnerado en uno de sus principales derechos humanos? El derecho a disponer de agua para beber y producir sus alimentos. ¿El sufrimiento humano de varias generaciones se puede reparar?
A partir de hoy probablemente comience otra historia mas justa, la historia de un río que vuelve y con él la vida. Pero todo será muy lento, pasarán años de discusiones y peleas por cada gota de agua.
Compartir los recursos es un mandamiento inexcusable, el género humano debe aprender a convivir y a compartir. La injusticia hídrica debe ser saldada por un entendimiento amigable. Las sociedades biológicas se basan en compartir los recursos, solo así los hombres podremos enfrentar los crecientes desafíos de su agresión a la propia naturaleza.