Nació en el Hospital Alemán de la ciudad de Buenos Aires hace 60 años. Sus padres eran comerciantes de ropa para hombres. Se crió en los barrios de Constitución y Barracas, con un paso intermedio por Banfield, donde pasaba mucho tiempo con sus abuelos. Quizás allí, en el patio del fondo de aquella casa fue encontrándole el gustito al vínculo con las plantas. Hoy es profesor de la Cátedra de Cerealicultura de la Fauba e investigador superior del Conicet. Daniel Miralles es, sin dudas, un referente en materia de cereales, pero los invito, a adentrarse en una charla a “libro abierto” para grabar el podcast Oli-Nada-Garcas hablando de su vida y de su pasión por la música, un “vicio” que despunta con un grupo de la facu.
“Siempre me acuerdo las historias de mi abuela española, contando del campo, cuando ella hacía las trojas de maíz, pimentón o calahorra (una especie de pimiento), y también las historias de mi abuelo que era chofer de una empresa que le hacía las etiquetas a una marca muy conocida de un aperitivo, Cinzano”, recordó Miralles, que también rememora de cuando, ya más adolescente, acompañaba a su padre a comprar pullovers a Mar del Plata.
Hasta ahí, de campo, nada de nada… “¡Nooo! Era un típico bicho de ciudad, pero esa casa de Banfield, de mis abuelos, con el patio del fondo me empecé a amigar con las plantas, los árboles y, quizás también, la agronomía”, explicó. Aunque reconoció que tenía un plan b, un plan alternativo a la agronomía: “Había algo que me gustaba más, la electrónica. De hecho hice muchos cortocircuitos en la casa de mis abuelos y saltaron muchas veces los tapones porque me gustaba armar y desarmar luces, o arreglar cosas eléctricas y muchas veces hacía desastres… Sí, ese es mi lado b, mi profesión frustrada, yo siempre quise ser ingeniero electrónico”.
Darse cuenta. A veces uno arranca una carrera o profesión porque algún conocido la hace. O porque tiene alguna referencia. Y en medio de la cursada va descubriendo cosas de la futura profesión que no sabía.
“Te diría que yo arranqué como el 99,9% de los que entran a Agronomía, pensando en que van a estar todo el día en el campo con plantas y animales. En cambio tenés estadística, matemática, física, bioquímica y química. Eso es una frustración. Sin embargo, una vez que me recibí me di cuenta que la agronomía es inviable sin esas materias”, explica.
Actualmente Miralles dedica el 60% de su tiempo laboral a la investigación y la transferencia tecnológica. El resto a la docencia. “A mí me gusta mucho laburar con la gente joven, ese es mi motor principal, trato de formar a los chicos, incentivarlos a que les guste la agronomía y la ciencia, y a promover el espíritu crítico, con mucha curiosidad, porque todo eso es lo que los mueve a ser siempre mejores y descubrir cosas nuevas”, compartió Miralles.
-Decime tres hitos del trigo.
-El primero de la Era moderna te diría que fue cuando Norman Bourlog, Nobel de la Paz, a quien recibimos en 2005 en un Congreso Internacional de Trigo, se dio cuenta que se podían cruzar los genes del trigo de entonces, que llegaba a medir 1,60 o 1,70 metros, con otro trigo enano. Ninguno de los dos por separado servía demasiado, juntos permitieron dar un salto- arrancó Miralles.
Veinte años después, Tony Fisher (con quien Miralles y el equipo hoy trabajan juntos y se interconsultan), “se dio cuenta que esa comida que el trigo no usaba en los tallos se iba a las espigas, y aumentó el número de granos por espiga”.
“El último hito más reciente es el mapeo genómico del trigo, porque hoy con tres genes podemos saber cuándo florece sin hacer ningún ensayo, es la biotecnología aplicada a una transferencia tecnológica genuina”, se entusiasmó Miralles.
-Hasta ahí, lo que hay. ¿Y lo que viene?
-Todavía falta, pero se cree que con algunos genes más podemos averiguar el rendimiento.
Todos estos descubrimientos, además de agregar rendimiento y productividad por unidad de superficie, representan menos tiempo de trabajo para llegar a las mismas conclusiones que antes dependían de los tiempos biológicos.
Un hobbie, la música. Cuando llega a su casa, después de hablar con la familia, saber cómo ha sido su día, Miralles, si puede, se interna en el “quincho del fondo, conecta el amplificador de 25 watts, la guitarra electroacústica y practica algunas de las canciones que hacen con la banda. ¿Qué banda? “Hace 25 años hacemos, como cierre de ciclo, una fiesta en la que nos juntamos becarios, tesistas, profesores, auxiliares, docentes, no docentes… todos y hacemos un gran asado y baile en el campo experimental de la Facultad”, contó.
El asunto fue que hace unos años, coincidieron varios músicos en el plantel docente, que fueron reunidos por Daniel y así surgió Dani 90. “Reniego del nombre, porque me da hasta vergüenza, pero nunca se lo pude cambiar, quedó, fue porque se les ocurrió emulando a Tony 70”.
“Tocamos en las fiestas de la facu, y donde nos invitan si podemos, vamos”, compartió Mirelles. No tienen canciones propias, hacen covers de folclore, rock y pop de los ’70 a los 2000.
-A la hora de cocinar, ¿tenés algo con lo que no fallás?
-Me gusta mucho hacer comida asiática en el wok, es fácil y me sale bastante bien. Un wok de cerdo, de pollo o vegetariano. También hago asados. Y de postre soy un bruto, no sé hacer absolutamente nada, salvo un postre que me enseñó mi vieja que son vainillas, flan y duraznos en almíbar. El que lo quiere hacer le paso la receta.
-¿Qué país o ciudad de los que conozcas te gusta?
-Ser científico tiene muchas cosas buenas y algunas malas. Entre las malas, el sueldo. Como contrapartida, de lo mejor es que uno viaja por el mundo. He conocido muchos lugares, estimo que más de 20. Y realmente hubo algunos que me gustaron muchísimo y otros en los que me gustaría vivir. Estuve viviendo un tiempo en Australia, también en Francia, y en cualquiera de esos dos podría vivir. Pero donde más estoy viajando actualmente y siempre lo disfruto es a España, que es mi segunda casa. Yo soy primera generación de españoles. De parte de mi viejo, que era español. Hoy interactúo mucho con académicos españoles. Y es un lugar que recomiendo para vivir. Entonces, si tengo que armar un póker de lugares: España, Francia, Italia y Australia, por la gente… y por la comida. (se ríe).
-¿Qué mirás cuando elgís una serie o una peli?
-Me gusta de todo. Donde más miro es en los aviones. Algunas de ciencia ficción. La última que vi es la de “Avatar” que me gustó, pero me gustó más la primera. También las históricas. Las de producción nacional también la última que vi es “Argentina 1985”. Me gusta mucho Szifrón que es un genio, me gustó “Relatos Salvajes”. También algunas bélicas, como “Albuquerque”.
-¿Y cuándo elegís música? ¿Por dónde vas?
-Escucho tango, el más moderno, no el de los años 20, pero sí de los 60 en adelante. Y también AC DC. Entre lo que no me gusta, por ejemplo, el rap, pero sí la cumbia, como la de “La Delio Valdez”, la cumbia latinoamericana. Como verás, un poco ecléctico.
-¿Y si tenés que elegir un tema musical?
-Y bueno, elijo “Pedazo de papel”, de La Delio Valdez, un grupo que me gusta mucho. Tocar la cumbia latinoamericana está subestimado, es muy complejo.
-Si te dejan volver el tiempo atrás… ¿A donde volvés y para qué? Puede ser un momento en tu vida, con alguien… o puede ser a algún momento histórico, en la historia de la humanidad.
-Si me ofrecieran volver a vivir elegiría vivir lo mismo. Ernesto Sábato, un maestro para mí junto con Jorge Luis Borges, dentro de los escritores nacionales, en un momento se desilusiona de la ciencia y se va hacia el lado de la escritura. Y escribe un libro que se llama “Uno y el universo”. Allí tiene un relato, en el que se pregunta ¿Cuánto puede durar una vida? ¿80 años? Y se responde: Una vida digna debería durar 200 años. Y relata lo que haría en 200 años. Y cuando termina se pregunta: ¿Tal vez debería durar 400 años? y relata lo que haría en ese tiempo. Y así. Creo que la moraleja es que uno siempre va aprendiendo en la vida. Yo volvería el tiempo atrás para tener la misma vida. Tengo esa suerte.