El Cholar es una localidad del departamento Ñorquín, en la provincia de Neuquén. Se encuentra a unos 64 kilómetros al oeste de la ciudad de Chos Malal y cuenta con aproximadamente 1100 habitantes.
La provincia, caracterizada por la producción ganadera extensiva basada en su mayoría en la cría de cabras y ovejas, cuenta con una pintoresca y ancestral práctica: la trashumancia. Esta actividad sociocultural transcurre en los departamentos de la región cordillerana, y busca aprovechar los diferentes ambientes de los valles y mesetas con respecto al área montañosa.
Esta práctica involucra a unas 1.500 familias crianceras del centro y norte de Neuquén. Se trata de una actividad que permite trasladar a los animales hacia la zona alta de montaña, para aprovechar los pastos en verano, mientras su lugar de invernada recupera el forraje a la vez que mejoran la cantidad de animales, y la calidad de sus productos.
Es así como en invierno van a las tierras bajas y en el verano hacia la montaña. Los crianceros, han sufrido las consecuencias de eventos climáticos extremos como la sequía, luego del último invierno, marcado por la falta de nieve. Pero hace varios años ya que estas consecuencias fueron marcando cambios.
Ya no todos ejercen la práctica como lo hacían sus ancestros, a caballo por trazos y caminos no marcados. Hoy en día, muchas familias que cuentan ya con rutas y caminos, recurren a la contratación de camiones para trasladar su piño, dado que el contexto de cambio climático también ha comenzado a ser un gran condicionante y obliga a resguardar a los animales y al recurso hídrico.
La criancera trashumante Rosario Soto nació en El Cholar y lo cuenta con orgullo: “amo mi Cholar”, expresa con énfasis. “Siempre fui campesina, a los ocho años ya andaba a la siga de las chivas y me gusta eso”, continúa.
“Yo me crie en una casita de adobe haciendo fogón abajo, cocinando la comida en una olla quemada. Por ejemplo la cazuela de pavo, las tortas fritas; todo eso era en el piso todos los días. No conocíamos la cocina económica, ni una estufa, nada”, asegura.
De aquellos inicios recuerda todo su folclore y procura conservarlo en sus puestos de veranada e invernada. “Ahora estamos modernizados, pero a mí me gusta hacer como antes el fogón, cocinar en una olla grande de lata que usted corta y hace de horno y cocina ahí; sale un pan hermoso, el asado, las tortas fritas, hacemos empanadas con carne cortada a cuchillo, todo con un gusto especial. Para mi es lindo, lo hago porque me gusta”, señala con entusiasmo.
Repasa que su papá “tenía alrededor de 1000 chivas y nos crio solo con eso, no tenía otro ingreso”.
Rosario cría a sus animales y tiene huerta, todo para autoconsumo. Su tiempo de veranada comenzará en noviembre y asegura que será como siempre, siguiendo los pasos de su padre, a la manera tradicional.
“No hacemos trashumancia en camión, es a caballo con la carga y haciendo paradas en alojos”, detalla. Los alojos son pequeños habitáculos construidos estratégicamente en las rutas y caminos de arreo, con el fin de que las familias puedan pasar la noche si lo necesitan.
“Los primeros días de noviembre cuando las chivas terminan de parir y ya pueden ir los chivitos mas grandecitos vamos a subir”, relata Rosario, que cuenta con unos 200 chivos y 20 ovejas.
Antes de salir, prepara las cargas de comida y abrigo en la mula y emprende el camino bordeando un río. “Usar camión seria una trashumancia con facilidad, no la que aprendimos a hacer los pequeños productores”, señala. Además, al no contar con caminos trazados en el trayecto que hace, asegura que no sería posible contratar un camión. “No todas las veranadas tienen rutas marcadas, algunas son con caminos a los que se puede acceder sólo a caballo”, cuenta.
Rosario tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Los chicos son los que han heredado el amor por el campo. Las chicas se mudaron a la ciudad por mejores oportunidades, pero recuerda que fueron con ella en sus traslados desde que usaban pañales.
“Son pocas las mujeres trashumantes, antes eran muchas. Ahora ya no se hace tan en familia tampoco, no es lo mismo”, señala. Además, reflexiona que “está muy difícil el campo para los pequeños productores, los jóvenes se van y hay muchos problemas con las tierras para tener invernadas y veranadas propias y para tener a los animales”.
“Nosotros tenemos la invernada en El Cholar y la veranada en un lugar que se llama Ranquilco, pero arrendamos, no tenemos veranada propia”, señala.
Rosario se ha mantenido activa también en la participación en organizaciones con otros productores. Fue una de las primeras mujeres en integrar la Mesa Campesina, organización que luego se conformó como Cooperativa y también participó de la Comisión de Huellas de Arreo, una instancia de representación de los crianceros trashumantes enmarcada en la ley provincial 3016 de Trashumancia.
Es una mujer que rescata lo natural, las prácticas ancestrales y la cercanía. Para ella es importante “estar cerca de la gente, acompañar, conocer su vida diaria, como está conformada su familia. Voy por el apoyo humano”, remarca.
Pone énfasis en “no bajar los brazos. Es una cosa sana la vida de campo, es sacrificada pero sana y libre. Yo vivo de esto, lo hago con amor y dedicación para mi familia y para sobrevivir”.