Hace 37 años que Luis Villa ejerce como ingeniero agrónomo. Vive en Rosario, al igual que toda su familia, desde que sus abuelos maternos llegaron provenientes de Malabrigo y de Romang (también en Santa Fe) en la década del cincuenta, para que sus hijos estudien. Luego volvieron al campo, donde Luis pasó mucho tiempo de su infancia, y por ejemplo, aprendió a andar a caballo antes de aprender a leer. Sin embargo, y luego de tantos años de rosarino, dice que hoy a su ciudad de siempre la siente ajena. Y, sí: aquí asoma una vez más “la grieta”.
-¿A qué se debe ese sentimiento de extrañeza con Rosario?
-A varias cosas. En parte al gran crecimiento de la ciudad, al alto nivel de violencia general y, sobre todo, al nivel de agresión del citadino contra “el campo” y toda su gente. Y lo peor de todo es que hay muchas personas que no sólo desconocen la actividad agropecuaria sino que parecen estar orgullosas de no saber…
-¿Cómo se manifiesta esta situación?
-Sufrimos insultos, desprecios, hay una agresión permanente. Todo el tiempo nos enrostran algo, denostan al agro y cuando uno ve en qué se basa la descalificación se comprueba que es algo muy básico. Por ejemplo, con el tema de los incendios en las islas fue terrible…
-¿Los acusaban todo el tiempo?
-¡Sí y hasta los amigos! Y es absurdo porque en Rosario tenemos un aire muy contaminado por el cual todo el mundo culpa a la ganadería y a las quemas cuando en realidad la causa es la emisión de los vehículos gasoleros en mal estado. Desde hace unos 15 años no se hacen multas por esto en Rosario. Entonces, cada vez que surgen muchos casos de personas con problemas respiratorios nos echan la culpa a nosotros, sin conocer la realidad.
-¿Cómo se llegó a esto?
-Estoy sorprendido. Creo que la relación de la ciudad con el campo hace rato que no era buena pero el quiebre se dio en 2008, a los pocos meses de la 125, cuando Cristina le pidió a Graciela Ocaña que iniciara un estudio sobre el impacto de los agroquímicos en la salud humana y se creó una Comisión al respecto. Recuerdo que en 2010 uno de mis sobrinos cumplía años, yo fui a llevar a mi madre y unos estudiantes que habían cortado una calle dejaban pasar a los autos pero como yo estaba en camioneta me pararon, se subieron a la caja y me gritaban: “Vos sos del campo”. Incluso amigos de toda la vida han adquirido un nivel patológico de locura que es casi faltarse el respeto a sí mismos.
-¿Es una cuestión de propaganda, entonces?
-Hay una cerrazón tan infantil en los dichos que si es mi amigo no le digo nada porque no me quiero pelear, y si no lo conozco… ni quiero conocerlo y sigo de largo. Siempre hay uno que es más fanático que el otro, es como una competencia a ver quién va más allá. Hay hasta quienes promueven no comer carne cuando es una industria que mueve 1 trillón de dólares a nivel mundial (trillón sajón: millón de millones, como se habla en Finanzas) y que genera millones de puestos de trabajo en todo el mundo, sin afectar al ambiente.
-¿Vivimos una era de fanatismos?
-Totalmente: cuando pase el tiempo lo vamos a ver con perfecta claridad. Y a esto se le suma que vivimos una época donde la rigurosidad no importa mucho. En 2011 Mempo Giardinelli decía que hay arsénico en el agua del Chaco por culpa del glifosato. Con otro ingeniero agrónomo nos contactamos con él y le dijimos que no es cierto, que se trata de una cuestión geológica que no tiene nada que ver con el uso de la tierra. Se lo explicamos técnicamente y con detalles pero él siguió diciéndolo… a lo mejor porque le convenía para fortalecer su mensaje, no lo sé. Entonces, veo que hoy la verdad no interesa: se dice lo que es útil para cada uno y de forma seductora, nada más. Y esto ocurre en muchos temas porque las inexactitudes alimentan la militancia que quiere tener cosas para repetir.
-¿Considera que esto es algo planificado?
-La estrategia es clara: tener un enemigo para echarle la culpa. Así se sostiene la discusión nosotros-ellos y el campo paga las consecuencias. Evidentemente el relato funciona, no la rigurosidad de la información.
-Con respecto a la rigurosidad de datos, usted afirma que en Argentina se desperdicia el 12% y no la tercera parte de lo que se produce, como se escucha decir…
-Así es. Todo surge porque la FAO realizó un estudio que indicó que un 33% de los recursos no se aprovechaban totalmente, lo que es muy distinto a decir que se desaprovechan por completo y única o mayormente en la etapa final, cuando están listos para su consumo, crudos o cocinados. A nivel mundial el desperdicio neto es de 17 o 18% y a nivel nacional, de 12%. Ahora bien, ¿cuándo empieza el desperdicio? Si se miden pérdidas desde el momento inmediato a la cosecha, como es frecuente, hay un 6 o 7% de pérdidas tanqueras adentro que son difíciles de revertir; siempre queda algo en el campo, es inherente a la producción primaria. Hay quien con mala fe mide el producto tal cual y no en materia seca. En una verdulería hay mermas importantes, por cada 100 kilos comprados se facturan 60. Pero una parte es desperdicio propiamente dicho y otra es evaporación del agua. Es clave conocer el criterio concreto de cada publicación. Yo diría más bien que en nuestro país aprovechamos el 88% de lo que producimos y que sin duda podríamos aprovechar algo más.
-¿Qué opina de la Agroecología?
-Que es una rama de la Agronomía, es la visión sistémica dentro de la producción agropecuaria. El sentido que se le da en el habla actual es de un sistema de producción (lo cual es un error porque es una disciplina, no un modelo) que contiene una autolimitación poco racional, la de no querer usar la mayoría de los insumos disponibles. Me parece absurdo que haya una Dirección Nacional de Agroecología a nivel ministerial… es como si hubiera una Dirección de Fitopatología… Es un tema del INTA, no del Ministerio. La Agroecología tiene muchas cosas interesantes como los policultivos y los polinizadores, pero lo que no acepto es el dogmatismo de no querer usar insumos: un buen productor rota bien y sabe cómo aplicar fitosanitarios y no hay ningún problema. En cambio, la Agricultura Biodinámica es una pseudociencia que se basa en postulados irracionales como la posición de los astros; no tiene ningún asidero técnico. Acá se lo ve como algo novedoso, siendo que es de 1920. En fin…
-¿Y la producción orgánica?
-Creo que es un snobismo para un 3% de la población. Por suerte ya no se dice más eso de que los productos orgánicos son nutricionalmente superiores a los otros, porque no es verdad. Al mismo tiempo, pienso diferente de la Permacultura, que es muy valiosa y un ideal al cual querer llegar, porque a través de la rotación, fertilización y otras herramientas se logra un excelente manejo de las producciones. Hay mucho por investigar todavía.
-Pero hoy se habla bastante del daño que provocan los agroquímicos…
-El impacto ambiental de los fitosanitarios que se usan hoy es mucho menor que el de años atrás y se usan cada vez en menor cantidad, así que es innegable que el sector va mejorando. La productividad dio un gran salto: entre 1960 y 2010 la frontera agropecuaria creció un 12% en el mundo y la producción se triplicó, pero no se habla de eso. Siempre se castiga al agro… La agricultura emite el 24% del total de las emisiones que tal vez estarían generando parte del incremento de la temperatura promedio. Esas emisiones vienen bajando, se estima que en unos años serán de apenas el 6 o 7%, en buena medida porque la productividad está creciendo. Mientras, otros sectores continúan incrementando sus emisiones en valor absoluto.
-Si hay tanto bueno para mostrar, ¿por qué el campo no llega al urbanita con su relato?
-Porque me parece que el sector tiene un desconocimiento profundo sobre la comunicación… y también cierto desinterés. Hay algo de comodidad en dejar las cosas como están aunque nos juegue en contra y por cómo viene todo parece que va a empeorar.
-¿Tan así?
-Somos una sociedad subdesarrollada y mediocre, y en algún punto nos gusta. No tenemos ganas de progresar, en el fondo no nos interesa. En el sur de Santa Fe, desde 1998 hay 100.000 hectáreas de suelo clases I y II que está bajo el agua o severamente afectada, debido al crecimiento de la laguna La Picasa. La Provincia, la cadena de valor y los productores han sufrido unos 400 millones de dólares de lucro cesante y no hay un plan para revertir esta situación aunque se puede hacer de manera bastante sencilla; no se necesita mucho pero sigue así, como si nada. Entonces, ¿si no podemos resolver algo tan simple, cómo nos podemos adentrar en temas más complejos?