No se puede negar que le pone garra.
El martes, al anunciar la liberación de las exportaciones de carne de vaca conserva para China, el ministro de Agricultura Julián Domínguez afirmó que con esta noticia el cepo de las exportaciones de carne estaba desactivado casi por completo, a pesar de que los cupos al 50% y los siete cortes prohibidos permanecerán vigentes hasta por lo menos el 31 de diciembre.
Enfrascado en este énfasis, Domínguez llegó a decir varias veces que la Argentina podría lograr “otro récord histórico” al cabo de este año, con 779.376 toneladas res con hueso exportadas. Luego moderó su mensaje y aclaró que se tratará de una “segunda” marca récord, detrás de las 903 mil toneladas de carne vacuna exportadas en 2020.
No reparó el nuevo ministro que tampoco será así, pues en caso de que este año se logre finalmente exportar las proyectadas 779 mil toneladas, este desempeño también será superado por las 845 mil exportadas embarcadas en el año 2019. Es decir, que el proclamado por Domínguez sería el “tercer récord histórico”, ni siquiera el segundo y mucho menos el primero.
De todos modos, hay que decir que de confirmarse que con la liberación total de los envíos de la vaca conserva a China (país que absorbía hasta ahora 75% de la demanda de carne argentina) y de lograrse embarques anuales por esas casi 780 mil toneladas, la performance exportadora al cabo de 2021 no sería nada mala.
Para construir este escenario, el flamante ministro hizo proyecciones que fueron avaladas por técnicos del INTA y de las universidades de veterinaria, según contó. De acuerdo con estos cálculos, el 2021 terminará con una faena de 13.153.089 bovinos, es decir una 750 mil cabezas menos que el año pasado. O cerca del 6% menos.
Esto está en veremos, porque según informó Bichos de Campo en los últimos meses el Ministerio de Agricultura alteró sus cifras oficiales sobre la faena vacuna de 2020, de 14,23 a 14 millones de cabezas. De golpe desapareció un cuarto de millón de bovinos que habían sido declarados. Y cambió la base de comparación.
Como sea, las proyecciones de Domínguez para enero/diciembre del año en que volvió el cepo a las exportaciones definen que con este nivel de faena morigerado se logrará una producción de 3,031.145 toneladas de carne. Esto sería solo una caída leve respecto de las 3,17 millones de toneladas que se habrían producido el año anterior.
Gracias al cepo exportador, entonces, la participación de los negocios de exportación sobre la producción total de carne caería al 25% del total. Es decir que -según la lectura del gobierno- el cepo habría servido para poner freno a una tendencia preocupante, por cuanto los técnicos del INTA y las universidades dijeron que las tensiones entre exportación y mercado interno comienzan cuando ese porcentaje supera el 24%. Según los datos oficiales, el año pasado -de verdadero récord exportador- la participación de las expo había llegado al 29%.
Habría que recordar aquí que la persistencia del primer cepo a la carne impuesto por el kirchnerismo entre 2006 y 2015 llegó a un proceso de desencanto ganadero que finalmente redujo la producción y provocó que las exportaciones cayeran a mínimos históricos de participación de entre 7% y 9% entre 2011 y 2016. Es el famoso efecto “Guillermo Moreno”.
Todos estos números, desde la lógica híper optimista de Domínguez, configuran un escenario que finalmente no sería tan dramático para los integrantes de la cadena ganadera en 2021.
Pero esto no resulta tan lineal, porque desde la implementación de las restricciones (más allá de que ahora sean removidas parcialmente) lo que sucedió es que se estancaron los precios pagados al productor y también este freno se trasladó a los mostradores de carnicerías y supermercados, más allá de que en las próximas semanas se espere una recomposición.
Es decir que ganaderos y matarifes sintieron el impacto. En cambio, los grandes frigoríficos exportadores del Consorcio ABC hicieron doble negocio, pues acumularon un gran stock de carne barata que ahora podrán vender a los valores internacionales, que subieron 25% respecto del año pasado.
¿Y los consumidores qué ganaron? Los números de Domínguez permiten ver que -gracias al corset exportador- el consumo per cápita de carne se ubicaría en 50,06 kilos anuales, apenas por debajo de los 50,22 kilos del año pasado. Es decir, los sujetos que el gobierno pretendía proteger con estas intervenciones seguirán comiendo tan poca carne como antes. Hace tres o cuatro años se superaban con holgura los 55 kilos, un 10% más que ahora. Queda claro que la baja del poder adquisitivo de la población -y no las exportaciones de carne-, es la culpable de esta malaria.
En varios tramos de su exposición, Domínguez insistió con la idea de que la participación de las exportaciones de carne sobre la producción no debería superar a futuro el 24%. Es decir que podrían exportarse menos de 1 de cada 4 kilos que se produzcan. Esta afirmación deja la puerta abierta para nuevas intervenciones a partir del 1 de enero de 2022, cuando venza el actual cepo semi-liberado.
No se sabe cómo sucederá esta nueva regulación. El nuevo ministro prometió tomarse tiempo hasta noviembre para analizar las cosas con los resucitados técnicos del INTA y de las universidades de veterinaria. Pero una frase quedói dando vueltas en el aire: “Si liberamos todo, los chinos se llevarían nuestras 53 millones de cabezas en stock y no nos quedaría nada”.