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La Peña del Colorado: Atahualpa Yupanqui cantó sobre los oficios rurales porque los vivió en cuerpo y alma

Esteban “El Colorado” López por Esteban “El Colorado” López
25 mayo, 2021

Héctor Roberto Chavero eligió como nombre artístico Atahualpa Yupanqui, que en lengua quichua significa “El que viene de lejos a contar algo”, que trae un mensaje. Fue y es el más grande y profundo folklorista de nuestro país. Roberto “Coya” Chavero, hijo de Don Ata, ingeniero agrónomo que ejerció la profesión y hoy dirige la Fundación Atahualpa Yupanqui, además de cantar, escribir y componer, nos ayuda aquí a conocer la relación de su Tata –como él lo llama- con los oficios rurales.

Cuenta el “Coya” Chavero: “El Tata quedó huérfano de padre a sus 13 años de edad. Antes de esto, para poder recibir clases de guitarra de Bautista Almirón, le cuidaba a éste los rosales de su jardín. Después, como relata él mismo, fue “pinche” de escribanía, corrector del periódico La Verdad de Junín, y hasta peón rural en Entre Ríos. Cuando huyó a Uruguay –a causa del fracaso del alzamiento en contra del general Uriburu- se dedicó, junto al tucumano Germán García Hamilton, a amansar caballos, en la ciudad de Durazno. Al regresar a su país hizo de todo para sobrevivir. Cuando se fue a Tucumán, para conocer su país y a sus paisanos, peló cañas, fue panadero, hachero, cargó bloques de sal, trabajó de picapedrero en una cantera, de arriero en la cordillera, y en Bolivia trabajó en las minas”.

“Obviamente mi Tata no se eternizaba en esas tareas –continuó el Coya-, pero le servían para conocer la vida de quienes vivían de hacer esos trabajos. Y no hay que olvidar que en su infancia campesina tomó contacto con todos los oficios de la llanura pampeana. Además, en su segundo exilio, en Europa, conoció a los campesinos húngaros, que se parecen mucho a los nuestros en sus costumbres. Más tarde en el norte de África, conoció a los ‘hombres azules’, expertos jinetes y guerreros, y compartió con ellos alguna celebración. También recordemos su paso por Santiago del Estero y Salta, donde conoció a los hacheros y musiqueros campesinos, como también a los cañeros de Tucumán, donde vivió”.

“‘Yo me he criao a puro campo’ escribió mi Tata –siguió contándome el Coya, y me describió su propia crianza para mostrarme la vida rural que llevó junto a Don Ata-. Yo viví una maravillosa niñez en Cerro Colorado, junto a mi padre: la chata carguera -vehículo de carga de nuestros mayores-, los montes, el río con sus crecidas y su lecho seco en los años `50, las víboras, los chelcos (lagartijas, en quichua), los pájaros, las historias del almacén de los Argañaraz, o el de don Justo; pumas y chanchos del monte, caballos baguales y hacienda cimarrona, los obrajes en los montes del Chaco santiagueño, las noches de luna llena y las de luna nueva en que casi podíamos acariciar las estrellas. Hoy quiero honrar esa vida, sin agua corriente (buscábamos agua en el río hasta que se cavó el pozo), sin electricidad, sin juguetes, sin radio, ni televisor, ni auto”.

Yupanqui fue un profeta del paisaje, porque anunció al mundo su mensaje, el mansaje de la Tierra para el hombre. Y ese fue el mensaje que nos trajo de la lejana hondura de la Tierra y del universo. Don Ata anima -le pone alma- y humaniza al paisaje. En su obra es el paisaje mismo que le habla al hombre. Atahualpa no sólo le canta al hombre, de hombre a hombre, y no sólo le canta como hombre al paisaje, sino que interpreta lo que el paisaje le dice al hombre, a él mismo y a todos los hombres: “Yo no le canto a la luna… Yo he visto a la luna buena “besando” el cañaveral”. “Tú que puedes, vuélvete! Me dijo el río llorando. Los cerros que tanto quieres – me dijo – allá te están esperando”.

Les compartimos una selección de coplas donde Yupanqui cuenta sus oficios rurales:

Coplas del payador perseguido

Eso lo llevo en la sangre
dende mi tatarabuelo.
Gente de pata en el suelo
fueron mis antepasaos;
criollos de cuatro provincias
y con indios misturaos.

Mi agüelo fue carretero,
mi tata fue domador;
nunca se buscó dotor
pues se curaban con yuyos,
o escuchando los murmullos
de un estilo de mi flor.

Trabajé en una cantera
de piedritas de afilar.
Cuarenta sabían pagar
por cada piedra polida,
y era a seis pesos vendida
en eso del negociar.

Apenas el sol salía
ya estaba a los martillazos,
y entre dos a los abrazos
con los tamaños piegrones,
y por esos moldejones
las manos hechas pedazos.

Otra vez fui panadero
y hachero en un quebrachal;
he cargao bloques de sal
y también he pelao cañas,
y un puñado de otras hazañas
pa’ mi bien o pa’ mi mal.

Cansao de tantas miserias
me largué pal Tucumán.
Lapacho, aliso, arrayán,
y hacha con los algarrobos.
¡Por dos cincuenta! Era robo
pa’ que uno tenga ese afán.

Sin estar fijo en un lao
a toda labor le hacía,
y ansí sucedió que un día
que andaba de benteveo
me topé con un arreo
que dende Salta venía.

Me picó ganas de andar
y apalabré al capataz,
y ansí, de golpe nomás
el hombre me preguntó:
¿Tiene mula? Cómo no
le dije . Y hambre, de más.

A la semana de aquello
repechaba cordilleras,
faldas, cuestas y laderas
siempre pal lao del poniente,
bebiendo agua de virtiente
y aguantando las soleras.

Tal vez otro habrá rodao
tanto como he rodao yo,
y le juro, creameló,
que he visto tanta pobreza,
que yo pensé con tristeza:
Dios por aquí no pasó.

Se nos despeñó una vaca
causa de la cerrazón,
y nos pilló la oración
cueriando y haciendo asao;
dende ese día, cuñao
se me gastó mi facón.

Faltar, no faltaba nada:
vino, café y alpargatas.
Si habré revoliao las patas
en gatos y chacareras.
Recién la cosa era fiera
al dir a cobrar las latas.

¡Qué vida más despareja!
Todo es ruindad y patraña;
Pelar caña es hazaña
del que nació pal rigor.
Allá había un solo dulzor
y estaba adentro e’ la caña.

Riojanos y santiagüeños,
salteños y tucumanos,
con el machete en la mano
volteaban cañas maduras,
pasando sus amarguras
y aguantando como hermanos.

¡Rancho techao con maloja,
vivienda del peleador!
En medio de ese rigor
no faltaba una vihuela,
con que el pobre se consuela
cantando coplas de amor.

Yo soy del norte y del sur,
del llano y del litoral;
y naide lo tome a mal
si hay mil gramos en el kilo.
Ande quiera estoy tranquillo
pero ensillao, soy bagual.

Les dedicamos Milonga del peón de campo, letra de Atahualpa Yupanqui y música de José Razzano.

 

Etiquetas: atahualpa yupanquicolorado lopezcoya chaverofolcloristashector chaverola peña del coloradooficios rurales
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