Son elocuentes los datos que ha venido publicando el OCLA (Observatorio de la Cadena Láctea) para entender con toda crudeza por qué es un pensamiento ingenuo y adolescente creer -como afirman el secretario de Agricultura, Sergio Iraeta, o el director nacional de Lechería, Sebastián Alconada- que no se debe hacer nada desde la política pública para socorrer al segmento de tambos más chicos, que son los que están desapareciendo en gran número.
El “efecto derrame”, que es en esencia el resumen del pensamiento libertario, en este sector no estaría funcionando. Y la paradoja es que un escenario positivo, lejos de favorecer a los más chicos, agrava su situación.
La lechería, en lo que va de 2025, viene creciendo fuerte. Según los datos del OCLA, con la llegada de la primavera, en el mes de septiembre la producción fue de 1.115 millones de litros de leche, un 2,3% por encima del mes anterior pero 9,9% más que igual mes del año anterior. El acumulado de los nueve meses confirma una fuerte recuperación, con 10,5% de crecimiento respecto al 2024.
Ni los más optimistas analistas esperaban semejante rebote, que se sustenta tanto en la mejoría de las condiciones climáticas para los productores como en la favorable relación de precios de la leche frente a sus principales insumos. En rigor, el propio Observatorio había previsto una recuperación del 6,3% hasta septiembre pasado, que fue holgadamente superado por este 10,5%.
Se trata de una recuperación en la oferta de leche, eso debe quedar claro, luego del daño provocado por la gran sequía de hace dos años. De todos modos, a esta ritmo la producción nacional de leche en todo 2025 podría superar los registros de 2022 y 2023.
La contratacara de esta visible mejora de la oferta de leche -que tendría su pico máximo en octubre y luego comenzaría a decaer siguiendo la evolución temporal de la producción- es que los precios han comenzado a estancarse y quedar detrás de la inflación. En septiembre se pagaron 478 pesos por litro en promedio a los productores, esto es solo 11,4% de aumento respecto de los valores de septiembre de 2024.
Pero es más grave el análisis de la situación cuando se compara el precio Siglea con la evolución del dólar, que en las últimas semanas se disparó. El valor promedio en dólares fue de 0,342 por litro, muy lejos de los 43 centavos de dólar que se habían logrado hace unos meses.
En este escenario, se podría pensar que la merma en el poder adquisitivo de la leche para los productores será compensada por la mayor producción. Pero eso es una posibilidad muy parcial.
“Si se analiza por tamaño de tambos, por niveles de productividad/eficiencia y por región geográfica, se evidencia una gran diferencia respecto al comportamiento de la producción, donde hay variaciones interanuales muy dispares en las diferentes regiones y estratos productivos”, advierte el OCLA.
Así llegamos a un gráfico revelador: Segmentando la producción por el tamaño de los 9.000 establecimientos lecheros que quedan en pie según los registros de Senasa, el Observatorio advirtió que el crecimiento está muy concentrado en los establecimientos de más de 6.000 litros diarios, algo menos en los que aportan entre 2.000 y 6.000 litros, y solamente crecen 1% los tambos pequeños, de menos de 2.000 litros diarios.
Salta a las claras entonces que la recuperación lechera no está llegando a todos los estratos, sino que se concentra en lso de mayor tamaño. Esto tiene que ver seguramente con la posibilidad de adoptar tecnologías, comprar suplementos fuera del establecimiento, invertir en la modernización de las instalaciones, etcétera. Como sea, los chicos siguen produciendo casi lo mismo que antes, con el agravante de que la capacidad de compra de esa leche está cayendo fuerte.
Iraeta o Alconada, como otros referentes de la política nacional lechera, deberían tener entre sus prioridades velar por qué los periodos de bonanza del sector puedan ser aprovechados por todos los productores y no solamente por los que han logrado acomodar sus principales variables. Es mucho lo que debe hacerse, por ejemplo, en la difusión y transferencia de tecnología a los tambos más pequeños. O en créditos blandos para poder invertir. O incluso discutiendo cómo se determinan los precios de la leche. Sin embargo, ellos parecen disfrutar (o al menos callan) frente al achique del INTA. O celebran créditos a valor producto que para los tambos pequeños serían un salvavidas de plomo.
Por eso es casi una perversidad que, como pregonan estros y otros funcionarios libertarios, el Estado sea apenas un actor pasivo o casi un espectador de este proceso. Así la película resulta siempre la misma, porque desaparecen a gran ritmo los actores más pequeños de la cadena, mientras la producción de leche se va concentrando.
Finalmente parece que ese es el final que ellos desean.